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LA SANTA INQUISICIÓN

“El peor inconveniente [de la instrucción inquisitorial], desde el punto de vista del preso, era la imposibilidad de una
defensa adecuada. El papel de su abogado estaba limitado a presentar artículos de defensa a los jueces; aparte de esto no se
permitían más argumentos ni preguntas. Esto significaba que, en realidad, los inquisidores eran a la vez juez y jurado,
acusación y defensa, y la suerte del preso dependía enteramente del humor y el carácter de los inquisidores”.

Henry Kamen
on el término Inquisición se hace referencia a diversas instituciones creadas con el fin de suprimir la herejía –
doctrina mantenida en oposición al dogma de cualquier iglesia –, dentro del seno de la Iglesia Católica. La
Inquisición medieval, de la que derivarían todas las demás, fue fundada en 1184 en el sur de Francia para
combatir la herejía de los cátaros o albigenses, pero tuvo poco efecto al no proporcionarse apenas medios. La Inquisición en
sí no se constituyó hasta 1231, con los estatutos Excommunicamus del papa Gregorio IX. Con ellos el papa redujo la
responsabilidad de los obispos en materia de ortodoxia, sometió a los inquisidores bajo la jurisdicción del pontificado, y
estableció severos castigos. El cargo de inquisidor fue confiado casi en exclusiva a los franciscanos y a los dominicos, a
causa de su mejor preparación teológica y su supuesto rechazo de las ambiciones mundanas. En un principio, esta institución
se implantó sólo en Alemania y Aragón, aunque poco después ya se extendió al resto de Europa, siendo su influencia
diferente según el país. En España, los reyes católicos Isabel y Fernando fundaron el Tribunal de la Santa Inquisición en
1478, con la bendición del papa Sixto IV. El Tribunal estaba integrado por eclesiásticos, conocedores del dogma y moral
católica. Ellos se encargaban de juzgar los delitos relacionados con la fe y las buenas costumbres. Este Tribunal también era
el responsable de juzgar a aquellos que tenían otras religiones como los musulmanes y los judíos, además de vigilar la
sinceridad de sus conversiones.
Métodos de tortura empleados.

La Inquisición fue un tribunal eclesiástico establecido en Europa durante la Edad Media para castigar los delitos
contra la fe. Sus víctimas eran las brujas, los homosexuales, los blasfemos, los herejes (cristianos que niegan algunos de los
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dogmas de su religión) y los acusados de judaizar en secreto. Los acusados eran brutalmente interrogados, mediante torturas,
y ejecutados sin ninguna piedad, requisándose sus bienes. Veamos algunos ejemplos de tortura.
Torturas para el castigo ejemplarizante y la humillación pública: Se trataba de objetos que se le colocaban al reo
para humillarle ante los ciudadanos; éste era insultado y maltratado por la muchedumbre mientras el verdugo multiplicaba su
tormento, de distintas maneras, según cuál fuera el instrumento que se impusiera. Estos instrumentos de condena se imponían
por las causas menos graves, como desobediencia, desorden público, a los vagos, borrachos y a quienes no cumplían con sus
obligaciones religiosas. Un ejemplo de este tipo de tortura es la flauta del alborotador: en este instrumento, hecho de hierro,
el collar se cerraba fuertemente al cuello de la víctima, sus dedos eran aprisionados con mayor o menor fuerza, a voluntad del
verdugo, llegando a aplastar la carne, huesos y articulaciones de los dedos.
Objetos vinculados al castigo físico y tortura de los reos: La finalidad de estos objetos era causar un largo dolor, y
en su mayoría provocaban una muerte agonizante. Hay dos instrumentos llamativos: La dama de hierro, que consistía en un
gran sarcófago con forma de muñeca en cuyo interior, repleto de púas, se situaba a la víctima y se cerraba, quedando todas las
púas clavadas en su cuerpo. El otro instrumento a destacar es la cuna de Judas, una pirámide de madera o hierro, sobre la cual
se alzaba a la víctima, y una vez arriba, se la dejaba caer sobre ella, desgarrando el ano o la vagina.
Instrumentos que tenían como objetivo final la ejecución: Están diseñados para causar la muerte, pero dejar al
reo sentir el tormento que se le aplicaba. Dos de los instrumentos de este grupo son: El aplastacabezas, un instrumento que
primero rompía la mandíbula de la víctima, después se hacían brechas en el cráneo y, por último, el cerebro se “escurre” por
la cavidad de los ojos y entre los fragmentos del cráneo. También está la sierra, más que un instrumento es una forma de
tortura y ejecución. Es muy sencilla pero a la vez muy eficaz, consistía simplemente en colgar a la víctima “boca abajo” y
cortarla por la mitad partiendo de la ingle, con una sierra muy afilada. El reo siente todo el proceso hasta que la sierra avanza
un poco más del ombligo, en ese momento la víctima muere. A este proceso eran condenados los homosexuales, sobre todo
los hombres.
Aparatos creados para torturar específicamente a las mujeres: No fueron escasos los objetos ideados para
torturar y hacer sufrir a mujeres acusadas de brujería, prostitución o adulterio. Normalmente, pocas mujeres eran acusadas de
herejía. El cinturón de castidad es el instrumento más destacado en este bloque, aunque no fuera exactamente un medio de
tortura, sino que más bien se usaba para garantizar la fidelidad de las esposas durante los períodos de largas ausencias de los
maridos, y sobre todo de las mujeres de los cruzados que partían para Tierra Santa. La fidelidad era de este modo asegurada
durante períodos breves de un par de días o como máximo de pocas semanas, nunca por tiempo más dilatado. No podía ser
así, porque una mujer trabada de esta manera perdería en breve la vida a causa de las infecciones ocasionadas por la
acumulación tóxica no retirada, las abrasiones y las magulladuras provocadas por el mero contacto con el hierro. La pera oral,
rectal o vaginal: era un instrumento con forma de “pera al revés”, hecho de hierro que terminaba con una llave de bronce y un
gran tornillo. Fue creado para torturar a las mujeres, pero más adelante se descubrió que también era muy eficaz para los
hombres. Se embutían en la boca, recto o vagina de la víctima, y allí se desplegaban por medio del tornillo hasta su máxima
apertura. El interior de la cavidad quedaba dañado irremediablemente. Las puntas que sobresalen del extremo de cada
segmento servían para desgarrar mejor el fondo de la garganta, del recto o de la cerviz del útero. La pera oral normalmente se
aplicaba a los predicadores heréticos. La pera vaginal, en cambio, estaba destinada a las mujeres culpables de tener relaciones
con Satanás o con uno de sus familiares, y la rectal a los homosexuales.

LOS MÁRTIRES DE LA SANTA INQUISICIÓN

“Mi Señor Jesús fue atado con una cadena más dura que ésta por mi causa; ¿por qué debería avergonzarme de ésta tan
oxidada?”.

John Huss
esde su aparición y dirigida especialmente por Domingo y su orden de los predicadores, la santa inquisición
cobro miles de muertes alrededor de toda Europa, siendo la de España la más temible. En este periodo
macabro de cruel y sangrienta persecución perdieron la vida incontables victimas que no se sujetaron a los
dogmas heréticos de la iglesia católica, hoy estudiaremos la vida de algunos de ellos y terminaremos en el umbral de un
nuevo episodio de la historia de la iglesia: los primeros rayos de la reforma. John Fox en su libro los Mártires nos detalle el
martirio de algunos de ellos.
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Nicholas Burton.
El cinco de noviembre de alrededor del año 1560 de nuestro Señor, el señor Nicholas Burton, ciudadano de Londres
y mercader, que vivía en la parroquia de San Bartolomé el menor de manera pacífica y apacible, llevando a cabo su actividad
comercial, y hallándose en la ciudad de Cádiz, en Andalucía, España, acudió a su casa un Judas, o, como ellos los llaman, un
familiar de los padres de la Inquisición; éste, pidiendo por el dicho Nicholas Burton, fingió tener una carta que darle a la
mano, y por este medio pudo hablar con él personalmente. No teniendo carta alguna que darle, le dijo el dicho familiar, por el
ingenio que le había dado su amo el diablo, que tomara carga para Londres en los barcos que el dicho Nicholas hubiera
fletado para su carga, si quería dejarle alguno; esto era en parte para saber dónde cargaba sus mercancías, y principalmente
para retrasarlo hasta que llegara el sargento de la Inquisición para prender a Nicholas Burton, lo que se hizo finalmente. El,
sabiendo que no le podían acusar de haber escrito, hablado o hecho cosa alguna en aquel país contra las leyes eclesiásticas o
temporales del reino, les preguntó abiertamente de qué le acusaban que lo arrestaran así, y les dijo que lo hicieran, que él
respondería a tal acusación. Pero ellos nada le respondieron, sino que le ordenaron, con amenazas, que se callara y que no les
dijera una sola palabra a ellos. Así lo llevaron a la inmunda cárcel común de Cádiz, donde quedó encadenado durante catorce
días entre ladrones. Durante todo este tiempo instruyó de tal manera a los pobres presos en la Palabra de Dios, en
conformidad al buen talento que Dios le había otorgado a este respecto, y también en el conocimiento de la lengua castellana,
que en aquel breve tiempo consiguió que varios de aquellos supersticiosos e ignorantes españoles abrazaran la Palabra de
Dios y rechazaran sus tradiciones papistas. Cuando los oficiales de la Inquisición supieron esto, lo llevaron cargado de
cadenas desde allí a una ciudad llamada Sevilla, a una cárcel más cruel y apiñada llamada Triana, en la que los dichos padres
de la Inquisición procedieron contra él en secreto en base de su usual cruel tiranía, de modo que nunca se le permitió ya ni
escribir ni hablar a nadie de su nación; de modo que se desconoce hasta el día de hoy quién fue su acusador.
Después, el día veinte de diciembre, llevaron a Nicholas Burton, con un gran número de otros presos, por profesar la
verdadera religión cristiana, a la ciudad de Sevilla, a un lugar donde los dichos inquisidores se sentaron en un tribunal que
ellos llaman auto. Lo habían vestido con un sambenito, una especie de túnica en la que había en diversos lugares pintada la
imagen de un gran demonio atormentando un alma en una llama de fuego, y en su cabeza le habían puesto una coroza con el
mismo motivo. Le habían puesto un aparato en la boca que le forzaba la lengua fuera, aprisionándola, para que no pudiera
dirigir la palabra a nadie para expresar ni su fe ni su conciencia, y fue puesto junto a otro inglés de Southampton, y a varios
otros condenados por causas religiosas, tanto franceses como españoles, en un cadalso delante de la dicha Inquisición, donde
se leyeron y pronunciaron contra ellos sus juicios y sentencias. Inmediatamente después de haber pronunciado estas
sentencias, fueron llevados de allí al lugar de ejecución, fuera de la ciudad, donde los quemaron cruelmente. Dios sea alabado
por la constante fe de ellos. Este Nicholas Burton mostró un rostro tan radiante en medio de las llamas, aceptando la muerte
con tal paciencia y gozo, que sus atormentadores y enemigos que estaban junto a él, se dijeron que el diablo había tomado ya
su alma antes de llegar al fuego; y por ello dijeron que había perdido la sensibilidad al sufrimiento. Lo que sucedió tras el
arresto de Nicholas Burton fue que todos los bienes y mercancías que había traído consigo a España para el comercio le
fueron confiscadas, según lo que ellos solían hacer; entre aquello que tomaron había muchas cosas que pertenecían a otro
mercader inglés, que le había sido entregado como comisionado. Así, cuando el otro mercader supo que su comisionado
estaba arrestado, y que sus bienes estaban confiscados, envió a su abogado a España, con poderes suyos para reclamar y
demandar sus bienes. El nombre de este abogado era John Fronton, ciudadano de Bristol. Cuando el abogado hubo
desembarcado en Sevilla y mostrado todas las cartas y documentos a la casa santa, pidiéndoles que aquellas mercancías le
fueran entregadas, le respondieron que tenía que hacer una demanda por escrito, y pedir un abogado (todo ello,
indudablemente, para retrasarlo), e inmediatamente le asignaron uno para que redactara su súplica, y otros documentos de
petición que debía exhibir ante su santo tribunal, cobrando ocho reales por cada documento. Sin embargo, no le hicieron el
menor caso a sus papeles, como si no hubiera entregado nada. Durante tres o cuatro meses, este hombre no se perdió acudir
cada mañana y tarde al palacio del inquisidor, pidiéndoles de rodillas que le concedieran su solicitud, y de manera especial al
obispo de Tarragona, que era en aquellos tiempos el jefe de la Inquisición en Sevilla, para que él, por medio de su autoridad
absoluta, ordenara la plena restitución de los bienes. Pero el botín era tan suculento y enorme que era muy difícil
desprenderse de él. Finalmente, tras haber pasado cuatro meses enteros en pleitos y ruegos, y también sin esperanza alguna,
recibió de ellos la respuesta de que debía presentar mejores evidencias y traer certificados más completos desde Inglaterra
como prueba de su demanda que la que había presentado hasta entonces ante el tribunal. Así, el demandante partió para
Londres, y rápidamente volvió a Sevilla, con más amplias y completas cartas de testimonio, y certificados, según le había
sido pedido, y presentó todos estos documentos ante el tribunal. Sin embargo, los inquisidores seguían sacándoselo de
encima, excusándose por falta de tiempo, y por cuanto estaban ocupados en asuntos más graves, y con respuestas de esta
especie lo fueron esquivando, hasta cuatro meses después. Al final, cuando el demandante ya casi había gastado casi todo su
dinero, y por ello argüía más intensamente por ser atendido, le pasaron toda la cuestión al obispo, quien, cuando el
demandante acudió a él, le respondió así: «Que por lo que a él respectaba, sabía lo que debía hacerse; pero él sólo era un

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hombre, y la decisión pertenecía a los otros comisionados, y no sólo a él»; así, pasándose unos el asunto a los otros, el
demandante no pudo obtener el fin de su demanda. Sin embargo, por causa de su importunidad, le dijeron que habían
decidido atenderle. Y la cosa fue así: uno de los inquisidores, llamado Gasco, hombre muy bien experimentado en estas
prácticas, pidió al demandante que se reuniera con él después de la comida. Aquel hombre se sintió feliz de oír las nuevas,
suponiendo que le iban a entregar sus mercancías, y que le habían llamado con el propósito de hablar con el que estaba
encarcelado para conferenciar acerca de sus cuentas, más bien por un cierto mal entendido, oyendo que los inquisidores
decían que sería necesario que hablara con el preso, y con ello quedando más que medio convencido de que al final iban a
actuar de buena fe. Así, acudió allí al caer la tarde. En el acto que llegó, lo entregaron al carcelero, para que lo encerrara en la
mazmorra que le habían asignado. El demandante, pensando al principio que había sido llamado para alguna otra cosa, y al
verse, en contra de lo que pensaba, encerrado en una oscura mazmorra, se dio cuenta finalmente de que no le darían las cosas
como habla pensado. Pero al cabo de dos o tres días fue llevado al tribunal, donde comenzó a demandar sus bienes; y por
cuanto se trataba de algo que les servía bien sin aparentar nada grave, le invitaron a que recitara la oración Ave María: Ave
María gratia plena, Dominas tecum, benedicta tu in mulieribus, et benedictus fructus ventris tui Jesús Amen. Esta oración fue
escrita palabra por palabra conforme él la pronunciaba, y sin hablar nada más acerca de reclamar sus bienes, porque ya era
cosa innecesaria, lo mandaron de nuevo a la cárcel, y entablaron proceso contra él como hereje, porque no había dicho su
Ave María a la manera romanista, sino que había terminado de manera muy sospechosa, porque debía haber añadido al final:
Sancta María mater Dei, ora pro nobis peccatoribus. Al omitir esto, había evidencia suficiente (dijeron ellos) de que no
admitía la mediación de los santos. Así suscitaron un proceso para detenerlo en la cárcel por más tiempo, y luego llevaron su
caso a su tribunal disfrazado de esta manera, y allí se pronunció sentencia de que debería perder todos los bienes que había
demandado, aunque no fueran suyos, y además sufrir un año de cárcel. Mark Brughes, inglés y patrón de una nave inglesa
llamada el Minion, fue quemado en una ciudad en Portugal.

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