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Los viajes misioneros de Pablo.
“Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre”.

Hechos 13:4
Hechos de los apóstoles describen sorprendentemente los viajes misioneros del apóstol Pablo, quien realizo una gran
labor evangelista alrededor del mundo antiguo. Jeff Caliguire comenta acerca de este hombre: “Hace casi dos mil años, este
hombre de Tarso, una ciudad costera del Asia Menor, ayudó a lanzar una empresa que cambió la historia del mundo. En un
tiempo anterior a los faxes, teléfonos celulares, correos electrónicos, internet y aun de la tecnología masiva, deslumbro a un
mercado desinteresado: transformo a muchos fanáticos delirantes”. El historiador Schaff llego a decir referente al apóstol
Pablo que fue: “el hombre que ha ejercido mayor influencia sobre la historia del mundo”, y ciertamente basta leer el libro de
Hechos de los apóstoles para darnos cuenta de ello, donde 28 capítulos de del libro, es decir, más de la mitad de dicho libro,
se dedica a relatar la vida y obra misionera de Pablo, mostrándonos su gran pasión y entrega por ganar para Cristo a los
perdidos: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con
gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”, (Hechos 20:24).
Pablo tiene su primera aparición cuando tan solamente era un joven llamado Saulo que consentía la muerte de Esteban: “Y
echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo”,
(Hechos 7:58). El apóstol nació en la ciudad de Tarso de Cilicia, sus padres eran judíos y se ignora desde qué época se
hallaban habitando en la culta ciudad helénica. Si cuando Saulo se convirtió tenía, como es probable, unos treinta años, y si
este hecho ocurrió alrededor de los años 36 ó 37 de la era cristiana, podemos fijar la fecha de su nacimiento, más o menos por
el año 7, cuando Jesús contaba unos 10 u 11 años de edad, y vivía en Nazaret con sus padres. Se cree que desde niño fue
destinado a seguir la carrera de rabino. Con este fin se confió su preparación intelectual y religiosa al judío más ilustre de
su tiempo, el célebre Gamaliel, a quien sus compatriotas llamaban «el esplendor de la ley». Tenía en Jerusalén una
escuela que contaba con 1,000 discípulos; 500 que estudiaban la ley del Antiguo Testamento, y 500 literatura y
filosofía. El consejo prudente que dio al Sanedrín, cuando comparecieron los apóstoles (Hechos 5:34-40), es un rasgo de
la sabiduría que le caracterizaba. Pablo nos da cuenta de su educación a los pies del gran maestro: “Yo de cierto soy judío,
nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de
nuestros padres, celoso de Dios, como hoy lo sois todos vosotros”, (Hechos 22:3). Además de sus estudios teológicos, Saulo
tuvo que aprender un oficio manual. El mismo Gamaliel decía que el estudio de la ley, cuando no iba acompañado del
trabajo, conducía al pecado. Un oficio era importante para los rabinos ya que no dependía de nadie y no cobraban por
enseñar la ley de Dios, sino, ellos mismo se auto sostenían, y en el caso de Pablo, se dedicaba a hacer tiendas: “y como era
del mismo oficio, se quedó con ellos, y trabajaban juntos, pues el oficio de ellos era hacer tiendas”, (Hechos 18:3). Varias
expresiones de sus epístolas (por ejemplo, Tito 1:12), y su discurso en el Areópago de Atenas, demuestran que estaba
familiarizado con la literatura griega que se leía y comentaba en sus días. Por si fuera poco, poseía la ciudadanía romana:
“Así que, luego se apartaron de él los que le iban a dar tormento; y aun el tribuno, al saber que era ciudadano romano,
también tuvo temor por haberle atado”, (Hechos 22:29), y dominaba perfectamente el idioma griego a parte de su lengua
natal que era el hebreo: “Cuando comenzaron a meter a Pablo en la fortaleza, dijo al tribuno: ¿Se me permite decirte algo?
Y él dijo: ¿Sabes griego?”, (Hechos 21:27). Su prominente carrera como fariseo y sus credenciales hizo que se ganara el
favor de los sacerdotes del Sanedrín a tal punto que le dieron cartas de autorización para perseguir a la iglesia del Señor:
“Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las
sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén”,
(Hechos 9:1-2). Creyendo que servía a Dios, decidió extermina a los cristianos, y como F. Godet, lo dijo, “Saulo persiguió

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con maldad, pero no por maldad. Le animaba la mejor intención del mundo, y creía estar sirviendo a Dios cuando defendía
la teocracia, la ley y el templo”. Sin embargo, Dios tenía en sus planes convertirlo a su gracia para usarlo para llevar el
evangelio a los gentiles: “Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un
resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo:
¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón, temblando y
temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes
hacer”, (Hechos 9:3-6).
Estudiar la vida de Pablo nos enseña que el Señor tiene planes para todos sus escogidos y por muy perdidos que
estos se encuentren tarde o temprano son derribados para que se cumpla el designio divino. Aquel día Pablo quedo siego y
consternado al darse cuenta que todo en lo que él creía era una mentira, que aquellos a quienes él perseguía eran los
portadores de la única verdad, y hoy se encontraba entre aquellos que había perseguido. Este día Pablo recibió una misión
especial de parte de Jesús: “Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por
ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los
gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad
de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados”, (Hechos
26:16-18). Esto mismo le fue confirmado a Ananías cuando fue enviado por el Señor a orar e imponerle las manos a Pablo
Para que éste recibiese la vista: “El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en
presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi
nombre”, (Hechos 9:15-16). Al final, como se lo dijo Pablo a Agripa, no fue rebelde a la visión celestial, sino procuro
cumplirla: “Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié primeramente a los que están en
Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo
obras dignas de arrepentimiento”, (Hechos 26:19-20). Y esto fue así, recién convertido inicio predicando en Damasco lo
cual confundió tanto a sus oyentes al ver que aquel que un día persiguió a los cristianos hoy se había convertido en uno de
ellos molestando a tal punto a los judíos de Damasco que planearon matarlo y por tal motivo fue ayudado por los discípulos a
escapar: “En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios. Y todos los que le oían
estaban atónitos, y decían: ¿No es éste el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este nombre, y a eso vino acá, para
llevarlos presos ante los principales sacerdotes?… Pasados muchos días, los judíos resolvieron en consejo matarle…
Entonces los discípulos, tomándole de noche, le bajaron por el muro, descolgándole en una canasta”, (Hechos 9:20-21,
23,25). No obstante, sus primeros días en el cristianismo no fue fácil, ya que por su reputación de perseguidor nadie quería
juntarse con él, por temor, pero gracias a Bernabé logro la aceptación de todos ellos incluyendo los apóstoles: “Cuando llegó
a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo. Entonces
Bernabé, tomándole, lo trajo a los apóstoles, y les contó cómo Saulo había visto en el camino al Señor, el cual le había
hablado, y cómo en Damasco había hablado valerosamente en el nombre de Jesús. Y estaba con ellos en Jerusalén; y
entraba y salía”, (Hechos 9:26-28). Paradójicamente, en este periodo que inicio con una gran persecución la iglesia logro
crecer más, extendiéndose por toda Judea, Jerusalén y Samaria, pero pronto Pablo llevaría las misiones más allá de estas
fronteras, a los gentiles de todo el mundo antiguo conocido: “Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y
Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo”, (Hechos
9:31).
Después de la conversión de Pablo, pasaron al menos tres años aprendiendo y buscando del Señor antes de recibir su
llamamiento como apóstol: “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su
gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre, ni
subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco. Después, pasados
tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro, y permanecí con él quince días; pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino
a Jacobo el hermano del Señor”, (Gálatas 1:15-19). Finalmente, Dios decide llamar a Pablo y así junto con Bernabé inicia su
labor misionera: “Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se
llamaba Niger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo. Ministrando éstos al
Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces,
habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron”, (Hechos 13:1-3).
A partir del capítulo 13, versículo 4, encontramos el relato de los cuatro viajes misioneros del apóstol Pablo.
Prácticamente su estrategia de evangelización consistía en acudir a lugares públicos donde se le permitía compartir su
mensaje, estas podían ser sinagogas judías o cualquier casa o lugar donde se realizaban debates públicos. Luego de hacerlo
generalmente se ganaba el odio de los líderes judíos u otros paganos, pero ya para ese tiempo había ganado discípulos para

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Cristo, y con la ayuda de estos continuaba e ese lugar y fundaba iglesias. Si consideramos el libro de los Hechos de los
apóstoles podemos ver los lugares que visito en cada viaje misionero:
Primer Viaje Misionero.
1. Partida de Antioquia de Siria.
2. Chipre.
3. Antioquia de Pisidia.
4. Iconio.
5. Listra.
6. Derbe.
7. Regreso a Antioquia de Siria.

Segundo Viaje Misionero.
1. Partida de Antioquía de Siria.
2. Derbe.
3. Listra.
4. Filipos.
5. Tesalónica.
6. Berea.
7. Atenas.
8. Corinto.
9. Regreso a Antioquía de Siria.

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Tercer Viaje Misionero.
1. Éfeso.
2. Macedonia.
3. Troas.
4. Mileto.
5. Tiro.
6. Cesarea (En casa de Felipe el evangelista).
7. Jerusalén (Alboroto y prisiones).
8. Cesarea (Prisiones y defensa de Pablo).

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Cuarto Viaje Misionero: a Roma.
1. Cesarea (Pablo embarca a Roma siendo custodiado por los soldados romanos).
2. Malta (Después del naufragio).
3. Roma (Pablo prisionero en Roma y pasa dos años en una casa alquilada testificando de su fe).

Cuando llegamos al último versículo de Hechos de los apóstoles sentimos la sensación que eso no termina allí, y
ciertamente así es: “Y Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían,
predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento”, (Hechos 28:30-31).

Pablo realiza su defensa delante del Cesar en Roma y permanece dos años allí con relativa libertad, pero, ¿qué ocurrió
después de esto?
De acuerdo al testimonio de algunos padres de la iglesia primitiva podemos conocer lo que posiblemente sucedió
después. El testimonio de más valor que existe es el de Clemente de Roma, que se supone fue discípulo de Pablo y ser el
mismo que aparece en Filipenses 4:3. Este, escribiendo desde Roma a Corinto, dice que Pablo, antes de su martirio, predicó
el evangelio en Oriente y Occidente instruyendo a todo el mundo conocido en aquel entonces y que se encontraba bajo el
dominio del Imperio Romano. Se dice que Pablo llego hasta la Extremidad de Occidente, lo cual la mayoría aseguran que se
refiere a España, lo cual concuerdo con su deseo expresado en su carta a los Romanos: “cuando vaya a España, iré a
vosotros; porque espero veros al pasar, y ser encaminado allá por vosotros, una vez que haya gozado con vosotros”,
(Romanos 15:24). Además de esta fuente, existe un documento perteneciente al año 170, habla también del viaje de Pablo a
España conocido como el Canon de Muratorí. Por tanto, se cree que después de su primera visita a Roma, Pablo fue liberado
y continuo con su actividad evangelizadora, hasta volver a ser capturado cuando la persecución bajo Nerón arrecio contra los
cristianos. El escritor del tercer siglo, Eusebio dice acerca de Pablo: “Después de defenderse con éxito, se admite por todos,
que el apóstol fue otra vez a proclamar el evangelio, y después vino a Roma, por segunda vez, y sufrió el martirio bajo
Nerón”. De modo que lo que sigue al relato en los Hechos es la continuación de sus viajes misioneros, incluyendo a España
lo cual ocurrió alrededor del año 63 d.C. Al ser puesto en libertad, no fue luego a España, como sería fácil suponer. El
cuidado de las iglesias le llamaba al Oriente. Hizo un viaje por el Asia Menor, de acuerdo con los deseos expresados desde su
prisión, en la Epístola a Filipenses 2:24 y en Filemón 22, y después de cumplir con esta misión para con las iglesias, pudo
pensar en efectuar el tan anhelado viaje a la Península Ibérica. No es probable que haya pasado por Roma, porque en ese
tiempo Nerón, como un león rugiente, perseguía a los santos. Es lo más probable que en Oriente se haya embarcado para
Massilla (la Marsella moderna), y de Massilla a España, llegando allí en el año 64. Se cree que después de permanecer unos
dos años en España, Pablo volvió a Éfeso donde tuvo que ver con dolor que se habían cumplido sus predicciones a los
ancianos de aquella iglesia. Los lobos rapaces que no perdonaban el rebaño se habían levantado por todas partes, y la siembra
de la cizaña había seguido a la de la buena simiente. Siempre viajaba, a pesar de su edad ya avanzada, y parece que en
Nicópolis fue prendido, encarcelado y conducido a Roma.
En esta segunda prisión, Pablo se encuentra en condiciones más desfavorables que cuando fue preso a Roma la
primera vez. La iglesia en esa ciudad estaba desolada por la persecución. Cualquiera podía impunemente maltratar a un
cristiano. Cinco años antes predicaba en su prisión y recibía a los judíos influyentes de Roma, pero ahora se halla en las
prisiones a modo de malhechor y no cualquiera en ese entonces se atrevía a confesar su fe y amistad con un cristiano
capturado: “Tenga el Señor misericordia de la casa de Onesíforo, porque muchas veces me confortó, y no se avergonzó de
mis cadenas, sino que cuando estuvo en Roma, me buscó solícitamente y me halló”, (2 Timoteo 1:16-17). Bajo la
persecución de Nerón Pablo fue capturado, enjuiciado y condenado a muerte. Sabemos algo del juicio, por lo que Pablo
mismo escribió a Timoteo: “En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea
tomado en cuenta. Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que
todos los gentiles oyesen. Así fui librado de la boca del león”, (2 Timoteo 4:16-17). En esa hora de peligro faltó el hermano,
faltó el amigo, faltaron todos. Pero el mejor intercesor y abogado estuvo a su lado dándole fuerzas para llevar la cruz hasta el
fin de la carrera. Pablo sabía que sus días estaban contados a tal punto que en su segunda carta a Timoteo se despide de su
discípulo: “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he
acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez
justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”, (2 Timoteo 4:6-8). La sentencia de muerte
fue pronunciada. La ciudadanía romana le libró de una muerte ignominiosa y de la tortura, tan fácilmente aplicada a los
cristianos que morían por su fe. Fue decapitado fuera de las puertas de la ciudad, en la vía de Ostia, donde existe una
pirámide de aquella época, único testigo de la muerte de Pablo. Sus hermanos en la fe tomaron el cadáver que se supone fue
sepultado en las catacumbas. Así murió Pablo, apóstol no sin dejar un precioso tesoro de miles de almas ganadas alrededor
del mundo y sus maravillosos escritos inspirados por el mismo Espíritu Santo que hoy tenemos en nuestra vida.

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