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La vida monástica en comunidades.

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Historia Eclesiástica: Un Vistazo a Nuestros Orígenes
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Generalmente la vida monástica comenzó con personas que preferían estar solas, pero pronto comenzó una nueva
variante de esta vida pero en comunidades. Justo L. González nos comenta al respecto: “El número creciente de personas
que se retiraban al desierto, y el deseo de casi todas ellas de allegarse a un maestro experimentado, darían origen a un
nuevo tipo de vida monástica. Ya hemos visto cómo Antonio tenía que huir constantemente de quienes venían a pedirle su
ayuda y dirección. Cada vez más, los monjes solitarios cedieron el lugar a los que de un modo u otro vivían en comunidad.
Estos, aunque recibían el nombre de “monjes” —es decir, de solitarios— consideraban que esa soledad se refería a su retiro
del resto del mundo, y no necesariamente a vivir apartados de otros monjes. Este monaquismo recibe el nombre de
“cenobita” —palabra derivada de dos términos griegos que significan “vida común”. Al igual que en el caso del
monaquismo anacoreta, tampoco en cuanto al cenobítico nos es posible decir a ciencia cierta quién fue su fundador. Lo más
probable es que haya surgido casi simultáneamente en diversos lugares, nacido, no de la habilidad creadora de individuo
alguno, sino sencillamente de la presión de las circunstancias. La vida absolutamente apartada del anacoreta no estaba al
alcance de muchas personas que marchaban al desierto, y así nació el cenobitismo. Sin embargo, aunque no haya sido su
fundador, no cabe duda de que Pacomio fue quien le dio forma al monaquismo cenobítico egipcio. Pacomio nació hacia el
año 286, en una pequeña aldea del sur de Egipto. Sus padres eran paganos, y él parece haber conocido poco acerca de la fe
cristiana antes de ser arrebatado de su hogar por el servicio militar obligatorio. Se encontraba entristecido por su suerte,
cuando un grupo de cristianos vino a consolarles a él y a sus compañeros de infortunio. El joven soldado se sintió tan
conmovido ante este acto de caridad que hizo votos en el sentido de que, si de algún modo lograba librarse del servicio
militar, se dedicaría él también al servicio de los demás. Cuando de modo inesperado se le permitió dejar el ejército, buscó
quien lo instruyera en la fe cristiana y lo bautizara, y pocos años después decidió retirarse al desierto, donde solicitó y
obtuvo la dirección del viejo anacoreta Palemón. Siete años pasó Pacomio junto a Palemón, hasta que oyó una voz que le
ordenaba establecer su residencia en otro lugar. Su anciano maestro le ayudó a edificar allí un sitio donde vivir, y luego lo
dejó solo. Poco después Juan, el hermano mayor de Pacomio, se le unió, y juntos se dedicaron a la vida contemplativa. Pero
Pacomio no estaba satisfecho, y en sus oraciones constantemente rogaba a Dios que le mostrara el camino para servirle
mejor. Por fin en una visión un ángel le dijo que Dios quería que sirviera a la humanidad. Pacomio no quiso escucharlo,
insistiendo en que lo que él buscaba era precisamente servir a Dios, y no a la humanidad. Pero el ángel repitió su mensaje y
Pacomio, recordando quizá los votos que había hecho en sus días de servicio militar, comprendió y aceptó lo que el ángel le
decía. Con la ayuda de Juan, Pacomio construyó un muro amplio, dejando lugar dentro para un buen número de personas, y
después reunió a un grupo de hombres que querían participar de la vida monástica. De ellos Pacomio no pidió más que el
deseo de ser monjes, y se dedicó a enseñarles mediante el ejemplo lo que esto significaba. Pero sus supuestos discípulos se
burlaban de él y de su humildad, y a la postre Pacomio los echó a todos. Comenzó entonces un segundo intento de vida
monástica en comunidad. Contrariamente a lo que podría esperarse, Pacomio, en lugar de ser menos exigente, lo fue más.
Desde un principio, quien quisiera unirse a su comunidad debería renunciar a todos sus bienes, y prometer obediencia
absoluta a sus superiores. Además, todos participarían del trabajo manual, y nadie se consideraría a sí mismo por encima de
labor alguna. La norma fundamental fue entonces el servicio mutuo, de tal modo que aun los superiores, a pesar de la
obediencia absoluta que debían recibir, estaban obligados a servir a los demás. El monasterio que fundó sobre estas bases
creció rápidamente, y en vida de Pacomio llegó a haber nueve monasterios, cada uno con centenares de monjes. Además, la
hermana de Pacomio, María, fundó varias comunidades de monjas. Cada uno de estos monasterios estaba rodeado por
muros con una sola entrada. Dentro de este recinto había varios edificios. Algunos de ellos, tales como la iglesia, el
almacén, el comedor y la sala de reuniones, eran de uso común para todo el monasterio. Los demás eran casas en las que los
monjes vivían agrupados según sus responsabilidades. Así, por ejemplo, había una casa de los porteros, cuyas
responsabilidades consistían en ocuparse del alojamiento de quienes pidieran hospitalidad, y en recibir a los nuevos
candidatos que solicitaran ser admitidos a la comunidad. Otras casas alojaban a los tejedores, los panaderos, los
costureros, los zapateros, etc. En cada una de ellas había una sala común y varias celdas, en las que vivían los monjes de
dos en dos. La vida de cada monje pacomiano se dedicaba por igual al trabajo y la devoción, y hasta el propio Pacomio
daba ejemplo ocupándose de las labores más humildes. En cuanto a la devoción, el ideal era que todos siguieran el consejo
paulino: “Orad sin cesar”. Por esta razón, mientras los panaderos horneaban, o mientras los zapateros preparaban el
calzado, todos se dedicaban a cantar salmos, a recitar de memoria las Escrituras, a orar en voz alta o en silencio, o a
meditar sobre algún pasaje bíblico. Además, dos veces al día se celebraban oraciones en común. Por la mañana todos los
monjes del monasterio se reunían para orar, cantar salmos y escuchar la lectura de las Escrituras. Y por la noche hacían lo
mismo, aunque reunidos en grupos más pequeños, en las salas de las diversas casas”.

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JULIANO EL APÓSTATA

“Este muy humano príncipe (Constancio), aunque éramos parientes cercanos, nos trató del siguiente modo. Sin juicio
alguno mató a seis primos comunes, a mi padre, que era su tío, a otro tío nuestro por parte de padre, y a mi hermano
mayor”.

Juliano el Apóstata
os hijos de Constantino, al sucederle en el trono, continuaron la obra de su padre. Sin dar pruebas de
conversión, y ejerciendo el más bárbaro despotismo con sus rivales, pretendían, sin embargo, implantar el
cristianismo y hacerle de aceptación general a todos los súbditos. Constancio, al quedar como único dueño
del Imperio, se esforzó en suprimir por la fuerza el paganismo, mostrando el mismo espíritu de intolerancia que los paganos
anteriormente habían mostrado para con los cristianos. Confiscó los templos del viejo culto y el botín fue dado a las iglesias.
Bajo pena de muerte prohibió los sacrificios públicos o privados, los que continuaron celebrándose a pesar de todo, porque
los paganos eran aún numerosos. La profesión de cristianismo se hizo una necesidad a todas las personas que deseaban
adelantar en la vida pública. Como su padre, intervenía en todos los asuntos eclesiásticos y doctrinales, y de hecho era él el
obispo de los obispos. Juliano, llamado el Apóstata, a causa de haber vuelto al paganismo, desechando la enseñanza cristiana
que había recibido, subió al trono en el año 361, y su reinado fue corto, pues terminó el año 363. Desde su juventud había
mostrado gran interés en la literatura y estudios filosóficos. Leyó con avidez los autores griegos, y su mente estuvo siempre
llena de ideas mitológicas. También leyó con interés los anales del martirologio cristiano, y no sólo profesó el cristianismo,
sino que llegó a desempeñar el cargo de lector en una iglesia, pero más tarde cayó bajo la influencia de varios maestros
platónicos, y especialmente de un tal Máximo, que lo inició en todas las explicaciones místicas del panteísmo común en todas
las escuelas de Asia. Desde este tiempo, Juliano se hizo un ardiente admirador de la vieja mitología, aunque por humana
prudencia, continuaba profesando el cristianismo. Estando en Atenas completamente absorto en la literatura clásica de los
antiguos autores griegos, y practicando los misterios de Eleusis, fue llamado para recibir el título de César. Desde entonces se
sintió bastante fuerte, y resolvió arrojar la máscara, declarándose abiertamente partidario de la restauración del paganismo. Al
pasar el emperador por Atenas, hizo abrir los templos de varias divinidades y restauró los ritos que habían sido suprimidos.
Ocurrió entonces la muerte repentina del emperador, y Juliano quedó único señor del Imperio. Este alto favor lo atribuyó a
los dioses, que admiraba y, en señal de gratitud, resolvió que sus primeros actos de gobierno tendrían por objeto la
implantación del viejo culto de los dioses. Tomando el título de Pontifex, se proclamó guardián y protector del culto que
habían tenido los antiguos romanos, al cual atribuía la grandeza del Imperio.
No era el intento de Juliano convertirse en un perseguidor. Sus primeras medidas consistieron en devolver a los
paganos los templos que habían sido cedidos a las iglesias, y ordenar que en ellos se restableciesen los ritos que antes se
habían practicado. Pero Juliano intentó elevar el paganismo, dándole un carácter más espiritual y práctico. Aspiraba a fundar
iglesias paganas. El ritual fue purificado, estableciéndose oraciones y canto religioso, para que fuese parecido al culto
cristiano. Fundó escuelas, hospitales, y colegios para sacerdotes. En los templos se ofrecían limosnas para el sostén de los
pobres. Se estableció la costumbre de predicar sermones, cosa que los paganos nunca habían hecho. Se exigía a los sacerdotes
una buena conducta con la esperanza que esto atraería las masas a los templos. Pero fueron vanos esfuerzos. El árbol malo no
puede dar buenos frutos. El paganismo estaba carcomido hasta las raíces, y sus ritos carecían de la savia necesaria a todo
árbol del cual se esperan resultados halagüeños. El fracaso de su obra irritó a Juliano, a tal punto que se puso a pensar en
medidas más severas contra los cristianos. Prohibió la celebración de bautismos; la predicación y el proselitismo se
declararon actos ilegales; no se permitiría a los cristianos establecer escuelas de literatura y retórica; los cristianos no podrían
ejercer cargos públicos ni ser oficiales del ejército; muchas veces se confiscaron los bienes de las iglesias, para que pudiesen
mejor, decía sarcásticamente el emperador, «cumplir el precepto de su religión». El pueblo y los sacerdotes, contando con el
beneplácito de las autoridades, muchas veces levantaron tumultos que concluían dando muerte a algún cristiano eminente.
Juliano no ordenaba, pero toleraba estos actos.
Un día cuando Juliano dirigía sus tropas en una campaña contra los persas, fue alcanzado por una lanza enemiga, y
murió. Las reformas religiosas del emperador apóstata nunca lograron arraigo entre el pueblo, que se burlaba de ellas, pues el
paganismo había perdido su fuerza vital y no podía ser resucitado mediante decretos imperiales.

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