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La décima persecución bajo Diocleciano, 303 d.C.
Bajo los emperadores romanos, y comúnmente llamada la Era de los Mártires, fue ocasionada en parte por el número
en aumento de los cristianos y por sus crecientes riquezas, y por el odio de Galerio, el hijo adoptivo de Diocleciano, que,
estimulado por su madre, una fanática pagana, nunca dejó de empujar al emperador para que iniciara esta persecución hasta
que logró su propósito. El día fatal fijado para el comienzo de la sangrienta obra era el veintitrés de febrero del 303 d.C., el
día en que se celebraba la Terminalia, y en el que, como se jactaban los crueles paganos, esperaban terminar con el
cristianismo. En el día señalado comenzó la persecución en Nicomedia, en la mañana del cual el prefecto de la ciudad acudió,
con un gran número de oficiales y alguaciles, a la iglesia de los cristianos, donde, forzando las puertas, tomaron todos los
libros sagrados y los lanzaron a las llamas. Toda esta acción tuvo lugar en presencia de Diocleciano y Galerio, los cuales, no
satisfechos con quemar los libros, hicieron derruir la iglesia sin dejar ni rastro. Esto fue seguido por un severo edicto,
ordenando la destrucción de todas las otras iglesias y libros de los cristianos; pronto siguió una orden, para proscribir a los
cristianos de todas las denominaciones. La publicación de este edicto ocasionó un martirio inmediato, porque un atrevido
cristiano no sólo lo arrancó del lugar en el que estaba puesto, sino que execró el nombre del emperador por esta injusticia.
Una provocación así fue suficiente para atraer sobre sí la venganza pagana; fue entonces arrestado, severamente torturado, y
finalmente quemado vivo. Todos los cristianos fueron prendidos y encarcelados; Galerio ordenó en privado que el palacio
imperial fuera incendiado, para que los cristianos fueran acusados de incendiarios, dándose una plausible razón para llevar a
cabo la persecución con la mayor de las severidades. Comenzó un sacrificio general, lo que ocasionó el inicio de los
martirios. No se hacía distinción de edad ni de sexo; el nombre de cristiano era tan odioso para los paganos que todos
inmediatamente cayeron víctimas de sus opiniones. Muchas casas fueron incendiadas, y familias cristianas enteras perecieron
en las llamas; a otros les ataron piedras en el cuello, y atados juntos fueron llevados al mar. La persecución se hizo general en
todas las provincias romanas, pero principalmente en el este. Por cuanto duró diez años, es imposible determinar el número
de mártires, ni enumerar las varias formas de martirio. Potros, azotes, espadas, dagas, cruces, veneno y hambre se emplearon
en los diversos lugares para dar muerte a los cristianos; y se agotó la imaginación en el esfuerzo de inventar torturas contra
gentes que no habían cometido crimen alguno, sino que pensaban de manera distinta de los seguidores de la superstición.

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Una ciudad de Frigia, totalmente poblada por cristianos, fue quemada, y todos los moradores perecieron en las
llamas. Cansados de la degollina, finalmente, varios gobernadores de provincias presentaron ante la corte imperial lo
inapropiado de tal conducta. Por ello a muchos se les eximió de ser ejecutados, pero, aunque no eran muertos, se hacía todo
por hacerles la vida miserable; a muchos se les cortaban las orejas, las narices, se les sacaba el ojo derecho, se inutilizaban
sus miembros mediante terribles dislocaciones, y se les quemaba la carne en lugares visibles con hierros candentes. Es
necesario ahora señalar de manera particular a las personas más destacadas que dieron su vida en martirio en esta sangrienta
persecución. Sebastián, un célebre mártir, había nacido en Narbona, en las Galias, y después llego a ser oficial de la guardia
del emperador en Roma. Permaneció un verdadero cristiano en medio de la idolatría. Sin dejarse seducir por los esplendores
de la corte, sin mancharse por los malos ejemplos, e incontaminado por esperanzas de ascenso. Rehusando caer en el
paganismo, el emperador lo hizo llevar a un campo cercano a la ciudad, llamado Campo de Marte, y que allí le dieran muerte
con flechas; ejecutada la sentencia, algunos piadosos cristianos acudieron al lugar de la ejecución, para dar sepultura a su
cuerpo, y se dieron entonces cuenta de que había señales de vida en su cuerpo; lo llevaron de inmediato a lugar seguro, y en
poco tiempo se recuperó, preparándose para un segundo martirio; porque tan pronto como pudo salir se puso
intencionadamente en el camino del emperador cuando éste subía hacia el templo, y lo reprendió por sus muchas crueldades e
irrazonables prejuicios contra el cristianismo. Diocleciano, cuando pudo recobrarse de su asombro, ordenó que Sebastián
fuera arrestado y llevado a un lugar cercano a palacio, y allí golpeado hasta morir; y para que los cristianos no lograran ni
recuperar ni sepultar su cuerpo, ordenó que fuera echado a la alcantarilla. Sin embargo, una dama cristiana llamada Lucina
encontró la manera de sacarlo de allí, y de sepultarlo en las catacumbas, o nichos de los muertos. Vito, siciliano de una
familia de alto rango, fue educado como cristiano; al aumentar sus virtudes con el paso de los años, su constancia le apoyó a
través de todas las aflicciones, y su fe fue superior a los más grandes peligros. Su padre Hylas, que era pagano, al descubrir
que su hijo había sido instruido en los principios del cristianismo por la nodriza que lo había criado, empleó todos sus
esfuerzos por volverlo al paganismo, y al final sacrificó su hijo a los ídolos, el 14 de junio del 303 d.C. Víctor era un cristiano
de buena familia en Marsella, en Francia; pasaba gran parte de la noche visitando a los afligidos y confirmando a los débiles;
esta piadosa obra no la podía llevar a cabo durante el día de manera consonante con su propia seguridad; gastó su fortuna en
aliviar las angustias de los cristianos pobres. Finalmente, empero, fue arrestado por edicto del emperador Maximiano, que le
ordenó ser atado y arrastrado por las calles. Durante el cumplimiento de esta orden fue tratado con todo tipo de crueldades e
indignidades por el enfurecido populacho. Siguiendo inflexible, su valor fue considerado como obstinación. Se ordenó que
fuera puesto al potro, y él volvió sus ojos al cielo, orando a Dios que le diera paciencia, tras lo cual sufrió las torturas con la
más admirable entereza. Cansados los verdugos de atormentarle, fue llevado a una mazmorra. En este encierro convirtió a sus
carceleros, llamados Alejandro, Feliciano y Longino. Enterándose el emperador de esto, ordenó que fueran ejecutados de
inmediato, y los carceleros fueron por ello decapitados. Víctor fue de nuevo puesto al potro, golpeado con varas sin
misericordia, y de nuevo echado en la cárcel. Al ser interrogado por tercera vez acerca de su religión, perseveró en sus
principios; trajeron entonces un pequeño altar, y le ordenaron que de inmediato ofreciera incienso sobre él. Enardecido de
indignación ante tal petición, se adelantó valientemente, y con una patada derribó el altar y el ídolo. Esto enfureció de tal
manera a Maximiano, que estaba presente, que ordenó que el pie que había golpeado el altar fuera de inmediato amputado;
luego Víctor fue echado a un molino, y destrozado por las muelas, en el 303 d.C.
Estando en Tarso Máximo, gobernador de Cilicia, hicieron comparecer ante él a tres cristianos; sus nombres eran
Taraco, un anciano, Probo y Andrónico. Después de repetidas torturas y exhortaciones para que se retractaran, fueron
finalmente llevados a su ejecución. Llevados al anfiteatro, les soltaron varias fieras; pero ninguno de los animales, aunque
hambriento, los quería tocar. Entonces el guardador sacó un gran oso, que aquel mismo día había destruido a tres hombres;
pero tanto este voraz animal como una feroz leona rehusaron tocar a los presos. Al ver imposible su designio de destruirlos
por medio de las fieras, Máximo ordenó su muerte por la espada, el 11 de octubre del 303 d.C. Romano, natural de Palestina,
era diácono de la iglesia de Cesarea en la época del comienzo de la persecución de Diocleciano. Condenado por su fe en
Antioquía, fue flagelado, puesto en el potro, su cuerpo fue desgarrado con garfios, su carne cortada con cuchillos, su rostro
marcado, le hicieron saltar los dientes a golpes, y le arrancaron el cabello desde las raíces. Poco después ordenaron que fuera
estrangulado. Era el 17 de noviembre del 303 d.C. Susana, sobrina de Cayo, obispo de Roma, se le notifico por parte del
emperador Diocleciano para que se casara con un noble pagano, que era un pariente próximo del emperador. Rehusando el
honor que se le proponía, fue decapitada por orden del emperador. Doroteo, el gran chambelán de la casa de Diocleciano, era
cristiano, y se esforzó mucho en ganar convertidos. En sus labores religiosas fue ayudado por Gorgonio, otro cristiano, que
pertenecía al palacio. Fueron primero torturados y luego estrangulados. Pedro, un eunuco que pertenecía al emperador, era un
cristiano de una singular modestia y humildad. Fue puesto sobre una parrilla y asado a fuego lento hasta que expiró.
Cipriano, conocido como el mago, para distinguirlo de Cipriano obispo de Cartago, era natural de Antioquia. Recibió una
educación académica en su juventud, y se aplicó de manera particular a la astrología; después de ello, viajó para ampliar
conocimientos, yendo por Grecia, Egipto, la India, etc. Con el paso del tiempo conoció a Justina, una joven dama de
Antioquia, cuyo nacimiento, belleza y cualidades suscitaban la admiración de todos los que la conocían. Un caballero pagano

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pidió a Cipriano que le ayudara a conseguir el amor de la bella Justina; emprendiendo él esta tarea, pronto fue sin embargo
convertido, quemó sus libros de astrología y magia, recibió el bautismo, y se sintió animado por el poderoso espíritu de
gracia. La conversión de Cipriano ejerció un gran efecto sobre el caballero pagano que le pagaba sus gestiones con Justina, y
pronto él mismo abrazó el cristianismo. Durante las persecuciones de Diocleciano, Cipriano y Justina fueron apresados como
cristianos; el primero fue desgarrado con tenazas, y la segunda azotada; después de sufrir otros tormentos, fueron ambos
decapitados. Eulalia, una dama española de familia cristiana, era notable en su juventud por su gentil temperamento, y por su
solidez de entendimiento, pocas veces hallado en los caprichos de los años juveniles. Apresada como cristiana, el magistrado
intentó de las maneras más suaves ganarla al paganismo, pero ella ridiculizó las deidades paganas con tal aspereza que el
juez, enfurecido por su conducta, ordenó que fuera torturada. Así, sus costados fueron desgarrados con garfios, y sus pechos
quemados de la manera más espantosa, hasta que expiró debido a la violencia de las llamas; esto ocurrió en diciembre del 303
d.C. En el año 304, cuando la persecución alcanzó a España, Daciano, gobernador de Tarragona, ordenó que Valerio, el
obispo, y Vicente, el diácono, fueran apresados, cargados de cadenas y encarcelados. Al mantenerse firmes los presos en su
resolución, Valerio fue desterrado, y Vicente fue puesto al potro, dislocándose sus miembros, desgarrándole la carne con
garfios, y siendo puesto sobre la parrilla, no sólo poniendo un fuego debajo de él, sino pinchos encima, que atravesaban su
carne. Al no destruirle estos tormentos, ni hacerle cambiar de actitud, fue devuelto a la cárcel, confinado en una pequeña e
inmunda mazmorra oscura, sembrada de piedras de sílex aguzadas y de vidrios rotos, donde murió el 22 de enero del 304. Su
cuerpo fue echado al río. La persecución de Diocleciano comenzó a endurecerse de manera particular en el 304 d.C., cuando
muchos cristianos fueron torturados de manera cruel y muertos con las muertes más penosas e ignominiosas. De ellos
enumeraremos a los más eminentes y destacados. Saturnino, un sacerdote de Albitina, una ciudad de África, fue, después de
su tortura, enviado de nuevo a la cárcel, donde se le dejó morir de hambre. Sus cuatro hijos, tras ser atormentados de varias
maneras, compartieron la misma suerte con su padre. Dativas, un noble senador romano; Telico, un piadoso cristiano;
Victoria, una joven dama de una familia de alcurnia y fortuna, con algunos otros de clases sociales más humildes, todos ellos
discípulos de Saturnino, fueron torturados de manera similar, y perecieron de la misma manera.
Agrape, Quionia e Irene, tres hermanas, fueron encarceladas en Tesalónica, cuando la persecución de Diocleciano
llegó a Grecia. Fueron quemadas, y recibieron en las llamas la corona del martirio el 25 de marzo del 304. El gobernador, al
ver que no podía causar impresión alguna sobre Irene, ordenó que fuera expuesta desnuda por las calles, y cuando esta
vergonzosa orden fue ejecutada, se encendió un fuego cerca de la muralla de la ciudad, entre cuyas llamas subió su espíritu
más allá de la crueldad humana. Agato, hombre de piadosa mente, y Cassice, Felipa y Eutiquia, fueron martirizados por el
mismo tiempo; pero los detalles no nos han sido transmitidos. Marcelino, obispo de Roma, que sucedió a Cayo en aquella
sede, habiéndose opuesto intensamente a que se dieran honras divinas a Diocleciano, sufrió el martirio, mediante una
variedad de torturas, en el año 304, consolando su alma, hasta expirar, con la perspectiva de aquellos gloriosos galardones
que recibiría por las torturas experimentadas en el cuerpo. Victorio, Carpoforo, Severo y Sevehano eran hermanos, y los
cuatro estaban empleados en cargos de gran confianza y honor en la ciudad de Roma. Habiéndose manifestado contra el culto
a los ídolos, fueron arrestados y azotados con la plumbetx, o azotes que en sus extremos llevaban bolas de plomo. Este
castigo fue aplicado con tal exceso de crueldad que los piadosos hermanos cayeron mártires bajo su dureza. Timoteo, diácono
de Mauritania, y su mujer Maura, no habían estado unidos por más de tres semanas por el vínculo del matrimonio cuando se
vieron separados uno del otro por la persecución. Timoteo, apresado por cristiano, fue llevado ante Arriano, gobernador de
Tebas, que sabiendo que guardaba las Sagradas Escrituras, le mandó que se las entregara para quemarlas. A esto respondió:
“Si tuviera hijos, antes te los daría para que fueran sacrificados, que separarme de la Palabra de Dios”. El gobernador,
airado en gran manera ante esta contestación, ordenó que le fueran sacados los ojos con hierros candentes, diciendo: “Al
menos los libros no te serán de utilidad, porque no verás para leerlos”. Su paciencia ante esta acción fue tan grande que el
gobernador se exasperó más y más; por ello, a fin de quebrantar su fortaleza, ordenó que lo colgaran de los pies, con un peso
colgado del cuello, y una mordaza en la boca. En este estado, Maura le apremió tiernamente a que se retractara, por causa de
ella; pero él, cuando le quitaron la mordaza de la boca, en lugar de acceder a los ruegos de su mujer, la censuró intensamente
por su desviado amor, y declaró su resolución de morir por su fe. La consecuencia de esto fue que Maura decidió imitar su
valor y fidelidad, y o bien acompañarle, o bien seguirle a la gloria. El gobernador, tras intentar en vano que cambiara de
actitud, ordenó que fuera torturada, lo que tuvo lugar con gran severidad. Tras ello, Timoteo y Maura fueron crucificados
cerca el uno del otro el 304 d.C. A Sabino, obispo de Assisi, le fue cortada la mano por orden del gobernador de Toscana, por
rehusar sacrificar a Júpiter y por empujar el ídolo de delante de él. Estando en la cárcel, convirtió al gobernador y a su
familia, los cuales sufrieron martirio por la fe. Poco después de la ejecución de ellos, el mismo Sabino fue flagelado hasta
morir, en diciembre del 304 d.C.
Cansado de la farsa del estado y de los negocios públicos, el emperador Diocleciano abdicó la diadema imperial, y
fue sucedido por Constancio y Galerio; el primero era un príncipe de una disposición sumamente gentil y humana, y el
segundo igualmente destacable por su crueldad y tiranía. Estos se dividieron el imperio en dos gobiernos iguales, minando

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Galerio en oriente y Constancio en occidente; y los pueblos bajo ambos gobiernos sintieron los efectos de las disposiciones
de los dos emperadores, porque los de occidente eran gobernados de la manera más gentil, mientras que los que residían en
oriente sentían todas las miserias de la opresión y de torturas dilatadas. Entre los muchos martirizados por orden de Galerio,
enumeraremos los más eminentes. Anfiano era un caballero eminente en Lucia, y estudiante de Eusebio; Julita, una mujer
licaonia de linaje regio, pero más célebre por sus virtudes que por su sangre noble. Mientras estaba en el potro, dieron muerte
a su hijo delante de ella. Julita, de Capadocia, era una dama de distinguida capacidad, gran virtud e insólito valor. Para
completar su ejecución, le derramaron brea hirviendo sobre los pies, desgarraron sus costados con garfios, y recibió la
culminación de su martirio siendo decapitada el 16 de abril del 305 d.C. Hermolaos, un cristiano piadoso y venerable, muy
anciano, y gran amigo de Pantaleón, sufrió el martirio por la fe en el mismo día y de la misma manera que Pantaleón.
Eustratio, secretario del gobernador de Armina, fue echado en un horno de fuego por exhortar a algunos cristianos que
habían sido apresados a que perseveraran en su fe. Nicander y Marciano, dos destacados oficiales militares romanos, fueron
encarcelados por su fe. Como eran ambos hombres de gran valía en su profesión, se emplearon todos los medios imaginables
para persuadirles a renunciar al cristianismo; pero, al encontrarse estos medios ineficaces, fueron decapitados. En el reino de
Nápoles tuvieron lugar varios martirios, en particular Januaries, obispo de Beneventum; Sosio, diácono de Misene; Próculo,
que también era diácono; Eutico y Acutio, hombres del Pueblo; Festo, diácono, y Desiderio, lector, todos ellos fueron, por ser
cristianos, condenados por el gobernador de Campania a ser devorados por las fieras. Pero las salvajes fieras no querían
tocarlos, por lo que fueron decapitados. Quirinio, obispo de Siscia, llevado ante el gobernador Matenio, recibió la orden de
sacrificar a las deidades paganas, en conformidad a las órdenes de varios emperadores romanos. El gobernador, al ver su
decisión contraria, lo envió a la cárcel, cargado de cadenas, diciéndose que las durezas de una mazmorra, algunos tormentos
ocasionales y el peso de las cadenas podrían quebrantar su resolución. Pero decidido en sus principios, fue enviado a
Amancio, el principal gobernador de Panonia, hoy día Hungría, que lo cargó de cadenas, y lo arrastró por las principales
ciudades del Danubio, exponiéndolo a la mofa popular doquiera que iba. Llegando finalmente a Sabaria, y viendo que
Quirino no iba a renunciar a su fe, ordenó arrojarlo al río, con una piedra atada al cuello. Al ejecutarse esta sentencia, Quirino
flotó durante cierto tiempo, exhortando al pueblo en los términos más piadosos, y concluyendo sus amonestaciones con esta
oración: “No es nada nuevo para ti, oh todopoderoso Jesús, detener los cursos de los ríos, ni hacer que alguien camine sobre
el agua, como hiciste con tu siervo Pedro; el pueblo ya ha visto la prueba de tu poder en mí, concédeme ahora que dé mi
vida por tu causa, oh mi Dios”. Al pronunciar estas últimas palabras se hundió de inmediato, y murió, el 4 de junio del 308
d.C. Su cuerpo fue después rescatado y sepultado por algunos piadosos cristianos. Pánfilo, natural de Fenicia, de una familia
de alcurnia, fue un hombre de tan grande erudición que fue llamado un segundo Orígenes. Fue recibido en el cuerpo del clero
en Cesarea, donde estableció una biblioteca pública y dedicó su tiempo a la práctica de toda virtud cristiana. Copió la mayor
parte de las obras de Orígenes de su propio puño y letra, y, ayudado por Eusebio, dio una copia correcta del Antiguo
Testamento, que había sufrido mucho por la ignorancia o negligencia de los anteriores transcriptores. En el año 307 fue
prendido y sufrió tortura y martirio. Marcelo, obispo de Roma, al ser desterrado por su fe, cayó mártir de las desgracias que
sufrió en el exilio, el 16 de enero del 310 d.C. Pedro, el decimosexto obispo de Alejandría, fue martirizado el 25 de
noviembre del 311 d.C. por orden de Máximo César, que minaba en el este. Inés, una doncella de sólo trece años, fue
decapitada por ser cristiana; también lo fue Serena, la esposa emperatriz de Diocleciano. Valentín, su sacerdote, sufrió la
misma suerte en Roma; y Erasmo, obispo, fue martirizado en Campania. Poco después de esto, la persecución aminoró en las
zonas centrales del imperio, así como en occidente; y la providencia comenzó finalmente a manifestar la venganza contra los
perseguidores.
Mientras el oriente era gobernado con gran crueldad, en occidente había otro emperador muy diferente llamado
Constantino. Acerca de su primera educación religiosa no se poseen dalos suficientes. Su padre demostró alguna inclinación
al cristianismo. Su madre Elena, si no cristiana declarada, era también adicta al credo de los que tanto sufrían por su fe. Como
los cristianos eran numerosos, no es extraño que Constantino haya tenido trato con algunos de ellos en su juventud, y que
esto lo haya predispuesto en su favor. Fue testigo de la persecución bajo Diocleciano. Se encontraba en Nicomedia cuando
ésta principió, y las escenas de fanatismo y barbarie que presenció, formaban un notable contraste con las ideas de tolerancia
que profesaba su padre. Pudo ver que en el cristianismo había algo que no podía ser destruido ni con fuego ni con la espada
más aguda. Cuando fue proclamado Augusto por las legiones que su padre había conducido a Britania, es decir el año 306, se
mostró aún ligado al paganismo y en el año 308 ofreció sacrificios en el templo de Apolo por la buena marcha de su reinado.
Creía que era deudor a los dioses por la buena suerte de su carrera. Sólo después de sus victorias contra Magencia es que hace
sus primeras declaraciones públicas en favor del cristianismo, esto es, en el año 312, cuando llegó a ser único emperador de
Occidente.
Las circunstancias que produjeron este cambio en la conducta de Constantino tienen como única explicación lo que
se llama la historia de la visión de la cruz. Daremos el relato como ha sido transmitido a la posteridad por Eusebio, quien
dice que se lo relató al mismo Constantino, asegurándole con juramento que todo lo que le decía era la pura verdad. He aquí

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el relato. Cuando Magencio estaba haciendo sus preparativos para entrar en campaña y se encomendaba a los dioses de su
predilección, observando escrupulosamente las ceremonias paganas, Constantino se puso a pensar en la necesidad que tenía
de no confiar únicamente en la fuerza de sus armas y valor de sus soldados, Los fracasos de los últimos emperadores
disminuían su confianza en el poder protector de los dioses, y vacilaba acerca de la actitud que debía asumir. El ejemplo de
su padre, quien creía en un solo Dios omnipotente, le recordó que no debía confiar en ningún otro. Se dirigió por lo tanto a
este Dios, pidiéndole que se le revelase y que le diese la victoria en la próxima batalla que estaba por librar. Mientras estaba
orando vio, suspendida en los cielos, una cruz refulgente y debajo de ella esta inscripción: Tonto Nika. Se dice que la visión
fue vista por todo el ejército que se dirigía a Italia, y que todos se llenaron de asombro. Probablemente la inscripción fue vista
en el idioma del emperador, el latín: In Hoc Signo Vinces lo que significa: Con este signo vencerás. Mientras Constantino
estaba pensando en la visión, Cristo le apareció en sueños con el mismo símbolo que había visto en el cielo, y le dijo que
formase una bandera según ese modelo para usarla como protección contra los enemigos. Esto dio origen al lábaro, estandarte
que está suspendido en una cruz y que lleva la X como monograma de Cristo. Después de esta visión, Constantino hizo
llamar a varios maestros cristianos, a quienes preguntó acerca de sus creencias y de la significación del símbolo que le había
aparecido. Así Constantino uso el símbolo de la cruz y venció. Desde entonces decreto el cristianismo como la religión
oficial del imperio y trajo un periodo de paz a toda la iglesia la cual dura hasta el tiempo de John Wycliff.

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