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Acerca de las clases

La Iglesia Imperial

“Desde la promulgación del
Edicto de Constantino en 313 d.C., hasta que
terminó el Imperio Romano, la espada de la
persecución no solo se envainó, sino que se

sepultó”.
Jesse Lyman Hurlbut

“Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que tienes ahí a los que retienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a
poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación. Y también tienes
a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco”.

Apocalipsis 2:14-15

INTRODUCCIÓN

e conoce como La Iglesia Imperial al periodo de tiempo que comprende desde el 313 d.C. que inicio con el
edicto de Milán, hasta el año 476 d.C. Después de su victoria final, Constantino declaró como religión oficial
del imperio el cristianismo lo cual trajo un periodo de paz a la iglesia y después de ser perseguidos llegaron a
ocupar un lugar muy privilegiado en el imperio. Ente periodo marca un punto muy importante en la historia de la iglesia que
determinara su futuro desarrollo, tanto para bien como para mal. Con el edicto de Milán en el 313 que favorecía al
cristianismo vieron otras leyes que influyeron poderosamente en el futuro del imperio. Los templos de los cristianos que
habían sido clausurados y destruidos en tiempos de la persecución fueron reabiertos y remodelados, pronto los ministros del
evangelio que un día fueron despreciados y conducidos a la muerte eran estimados en gran manera y llegaron a ocupar
puestos de gran prestigio como consejeros de gobernadores y del mismo emperador. También llegaron a estar exentos de
algunos impuestos que todo el pueblo pagaba. El emperador declaro el día domingo como el día de descanso y para adorar
libremente al Dios y pronto adopto todos sus símbolos para identificarse con el cristianismo, especialmente la cruz a tal punto
que llegó a prohibir la muerte en la cruz que el antiguo imperio romano decretaba sobre la pena máxima a criminales que no
poseían la ciudadanía romana. Además, los principios del evangelio influyeron tanto que llegaron a establecer leyes más
justas para los esclavos, los cuales no gozaban de ninguna, también se abolió la muerte de los niños que los padres
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aborreciesen por cualquier razón, algo que era común antes de este edicto, y así la vida humana llegó a ser más apreciada.
Los juegos de gladiadores se prohibieron. Es a ley se puso en vigor en la nueva capital de Constantino, donde el
Hipódromo nunca se contaminó con hombres que se matasen entre sí para placer de los espectadores. No obstante, los
combates siguieron en el anfiteatro romano hasta 404 d.C., cuando el monje Telémaco saltó a la arena y procuró
apartar a los gladiadores. Al monje lo asesinaron, pero desde entonces cesó la matanza de los hombres para placer de los
espectadores. Así el cristianismo influyo poderosamente en el imperio, pero lamentablemente también el imperio influyó de
manera negativa en la iglesia. Jesse Lyman Hurlbut nos comenta al respecto: “El cese de la persecución fue una bendición,
pero el establecimiento del cristianismo como religión del estado llegó a ser una maldición. Todos procuraban ser
miembros de la iglesia y a casi todos los recibían. Tanto los buenos como los malos, los que sinceramente buscaban a
Dios y los hipócritas que procuraban ganancia personal, se apresuraban a ingresar en la comunión. Hombres
mundanos, ambiciosos, sin escrúpulos, buscaban puestos en la iglesia para obtener influencia social y política. El tono
moral del cristianismo en el poder era mucho más bajo que el que había distinguido a la misma gente bajo el tiempo de la
persecución. Los servicios de adoración aumentaron en esplendor, pero eran menos espirituales y sinceros que los de
tiempos anteriores. Las formas y ceremonias del paganismo gradualmente se fueron infiltrando en la adoración. Algunas de
las antiguas fiestas paganas llegaron a ser fiestas de la iglesia con cambio de nombre y de adoración”. Así este
periodo trajo un gran mal a la iglesia del Señor a tal punto que evolucionaria hasta convertirse en una iglesia idolátrica,
amante del poder del estado y supersticiosa, y en un futuro tomaría la forma de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. De
alguna manera las palabras de reprensión de Jesús dirigidas a la iglesia de Pérgamo en Apocalipsis encajan perfectamente con
lo que paso en este período: “Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que tienes ahí a los que retienen la doctrina de Balaam,
que enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer
fornicación. Y también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco”, (Apocalipsis 2:14-15).
Recordamos que Balaam fue un profeta que se vendió por dinero y enseño a Balac a arrastrar a los israelitas al pecado para
alejarlos de Dios, además, se cree que la doctrina de los nicolaítas alentaba a los ministros a buscar el poder y la
preeminencia en todo. Esto fue lo que con el tiempo llego a contaminar a la iglesia del Señor. Muchos ven en estos
acontecimientos un ataque diferente de Satanás a la iglesia. Después haber intentado por 300 años de exterminar a la iglesia
del Señor por medio de las más crueles barbaridades, decidió introducirse silijosamente con la aparente bandera de la paz y
ofreciendo poder y dinero a sus ministros para corromperlos y mundanalizar a la santa iglesia.

CONSTANTINO

“La bondad eterna, santa e incomprensible de Dios no nos permite vagar en las sombras, sino que nos muestra el camino de
salvación… Esto lo he visto tanto en otros como en mí mismo”.

Constantino
esulta muy difícil estudiar la historia de la iglesia sin considerar la vida de Constantino. Si bien es cierto no
podemos colocarlo en las filas de los piadosos cristianos, tampoco podemos negar su incalculable simpatía
hacia el cristianismo. Después de su visión de la cruz y su victoria final, llego a abrazar tanto el cristianismo
que permitió su libertad de religión en el imperio. En el año 313 se promulgó en Milán el edicto por medio del cual se
concedía la libertad de profesar el cristianismo. Al mismo tiempo se concedía este derecho a todas las religiones. Desde este
edicto data lo que se llama la paz de la iglesia. También se ordenaba que las propiedades de los cristianos que habían sido
confiscadas durante la última persecución, fueran devueltas a sus primitivos dueños, indemnizando los perjuicios que
sufriesen los que habían adquirido esas propiedades. Desde que Constantino tomó esta actitud con los cristianos, aumentó
considerablemente el número de los que abandonaban el paganismo. Las iglesias se hicieron cada vez más numerosas. No se
exigía para ingresar a ellas pruebas de una genuina conversión y todo se reducía a una mera profesión exterior. Las
costumbres simples que habían caracterizado a los cristianos, empezaron a desaparecer. El lujo y la pompa entró en las
iglesias, y el espíritu ceremonial se manifestó cada vez más profundo. Constantino se rodeó de consejeros que profesaban el
cristianismo, pero que habían perdido, o nunca conocido, la piedad real. Otros que en días de pruebas se habían mantenido
cerca del Señor, al verse favorecidos por el monarca, se hicieron mundanos, perdiendo toda influencia espiritual. Los altos
cargos en el palacio imperial fueron confiados a cristianos nominales y estos favores contribuían a que las iglesias se llenasen
de hipócritas que veían en la profesión del cristianismo un medio fácil de alcanzar distinciones oficiales. Los obispos y demás
dirigentes del cristianismo, lejos de impedir estas manifestaciones de hipocresía, parece que se hallaban muy satisfechos del
nuevo rumbo que tomaban las cosas.
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No obstante, Constantino no había renunciado al paganismo, en cuyos actos participaba por varios años más,
después del edicto de Milán. Nunca abandonó el título de Pontifex Maximus del paganismo y en muchos de sus actos
demuestra inclinación a la superstición que por otra parte se esforzaba en destruir. En varios casos aparece como queriendo
emplear la fuerza para hacer desaparecer las viejas y caducas formas del culto, pero sus ataques al paganismo siempre
tuvieron algún justificativo delante de la opinión pública, porque iban dirigidos contra los actos en que se manifestaba el
espíritu bajo e inmoral de aquel culto. Hizo demoler el templo y bosque sagrado de Venus en Apaca, de Fenicia, porque era
notorio que aquel centro de pretendida devoción era un verdadero prostíbulo y foco de la más grosera inmoralidad. Por la
misma razón hicieron suprimir los ritos abominables que tenían lugar en Heliópolis de Fenicia. También suprimió un célebre
templo de Esculapio en Sicilia, frecuentado por muchos peregrinos que acudían llevados por la fama de los sacerdotes que
pretendían tener poderes sobrenaturales para curar toda clase de enfermedades. El templo estaba lleno de ofrendas donadas
por las personas que se creían deudoras al santuario. Para poner fin a tanto engaño Constantino ordenó que el templo fuese
demolido. Muchos de los objetos de arte que habían adornado éste y otros templos fueron llevados para adornar el palacio
imperial. La destrucción de templos paganos y los favores manifiestos acordados a los cristianos, en nada contribuían en
favor del verdadero carácter religioso del pueblo. Los que eran paganos de convicción seguían siéndolo con más fervor, otros
caían en un completo escepticismo y los que venían a aumentar las filas de los cristianos, no traían la base de la regeneración
que sólo puede hacer eficaz la profesión de un credo que pide a sus adeptos una vida santa y ejemplar.
Una medida que tuvo grandes consecuencias en la futura historia del cristianismo fue la fundación de la ciudad de
Constantinopla. El emperador parece no hallarse a gusto en una ciudad cuyo carácter pagano no era fácil hacer desaparecer.
No hay dudas de que causas políticas también influyeron sobre el ánimo de Constantino cuando resolvió mudar la capital a la
nueva ciudad que levantaba dándole su nombre. Roma era el centro del paganismo y al iniciar una nueva orientación en los
destinos de la nación, también quería tener una nueva capital donde el arte cristiano substituyese el arte de la gentilidad y
donde las nuevas instituciones pudiesen florecer sin obstáculo. Sobre la vieja ciudad de Bizancio, situada en uno de los
puntos más estratégicos del universo, se levantaría la nueva capital, la nueva Roma, llamada a ser el centro de la mitad del
Imperio durante largos siglos. Dentro de sus nuevos y fuertísimos muros no habría templos paganos que hiciesen recordar al
pasado en decadencia. Por todas partes se levantarían iglesias cristianas decoradas con un arte nuevo y despojado de todo
recuerdo del viejo sistema. Los mejores obreros de todo el Imperio fueron enviados a trabajar en los magníficos palacios que
ostentaría ese nuevo centro de cultura. Todos contribuían entusiastas a la realización del sueño dorado de Constantino. Las
ciudades de Grecia eran despojadas de sus mejores obras de arte, que eran llevadas para contribuir al embellecimiento de
Constantinopla. En el año 321 Constantino publicó el siguiente edicto, relacionado con el descanso dominical, que los
cristianos observaban ya desde los tiempos de los apóstoles: “Que todos los jueces y todos los que habitan en las ciudades, y
los que se ocupan en diferentes oficios, descansen en el venerable día del sol, pero que se deje a los que están en el campo,
usar de su libertad para atender los trabajos de la agricultura, porque a menudo sucede que otro día no es apropiado para
sembrar grano y plantar viñas, no suceda que se pierda la ocasión favorable que el cielo conceda”. Este decreto fue dado
con el objeto de favorecer a los cristianos, haciéndoles más fácil la observancia del día dominical. Es sabido que les era
sumamente dificultoso, en las ciudades, consagrar este día a cosas puramente espirituales, viviendo en una sociedad que no
tenía la misma costumbre. Constantino al implantar el reposo semanal, no lo hizo en el sentido rigurosamente religioso.
Ordenaba el descanso, pero no como acto devocional, de modo que su observancia no implicaba una conformidad al
cristianismo. Como estadista aventajado no dejaba de comprender que sería beneficiosa para los habitantes en general, una
práctica que había sido de general aplicación entre los israelitas y que había dado siempre los mejores resultados. El domingo
es llamado en el edicto de Constantino, día del sol, como se le llama aún en inglés Sunday y otros idiomas europeos. La
designación de día dominical era peculiar a los cristianos tal nombre no hubiera sido entendido por los paganos a quienes se
dirigía especialmente el edicto, porque los cristianos no necesitaban de esa orden de carácter oficial para observar el día que
les traía el grato recuerdo de la resurrección del divino Maestro.
Constantino, sin llegar tan lejos como a hacer del cristianismo la religión oficial del Estado, dispuso de los fondos
públicos para favorecer al clero, sentando así la base de lo que llegó a ser la unión de la iglesia con el estado. Error funesto,
que causó grandes e incalculables perjuicios tanto, a la religión como al poder civil. Las iglesias dejan entonces de depender
de la protección de su Señor celestial para depender de la protección de los gobiernos. Su fuerza, ya no está más en el
testimonio de sus mártires muriendo heroicamente en la arena del anfiteatro. Su gloria ya no sería la cruz ignominiosa de la
cual pendió el Salvador. El falso brillo del mundano exterior iba muy pronto a cegarla. Los cristianos creían que había
llegado el día de su humillación y derrota, cubiertas de la apariencia engañosa de las cosas perecederas de este siglo que se
deshace. La correcta idea neo-testamentaria de la iglesia empieza a desaparecer. Ya no se habla, sino en muy raros casos, de
las iglesias, refiriéndose a las congregaciones locales que mantenían el culto cristiano. El doctor W. J. Mc Glothlin, profesor
de historia eclesiástica dice: “La independencia y significación de la iglesia local sucumbe y se pierde en el predominio y
poder de las iglesias de las grandes ciudades, y éstas a su vez se confunden en el concepto de una iglesia universal (católica)

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que contiene a todos los cristianos y a muchas personas indignas. Se la considera como a una entidad en sí misma,
independiente de sus miembros, santa, indivisible e inviolable, no más como a una comunidad de salvados, sino como a una
institución que salva, fuera de la cual no hay salvación”. El espíritu clerical, que desde hacía tiempo había empezado a ganar
terreno en las iglesias, matando la gran verdad bíblica del sacerdocio universal y espiritual de los creyentes, pudo sentarse en
su poco envidiable trono cuando Constantino empezó a conceder privilegios a los obispos y demás personas que ocupaban
puestos en relación con la obra cristiana. Al pasar de las catacumbas al trono, dejaron sepultados en el olvido, la fe, el amor y
todas las virtudes que forman el carácter del cristiano. Con la protección del estado, como dijo Alejandro Vinet, la religión
dejo de ser una cuestión del cielo y se hizo una cuestión del suelo. Parecerá extraño que el emperador, que participaba en
todos los actos de la actividad eclesiástica, que trataba con los obispos, que convocaba concilios, y que prácticamente había
tomado la dirección de la iglesia, aún no había sido bautizado, y no lo fue hasta los últimos días de su vida. Ya tenía sesenta y
cuatro años de edad y hasta entonces había gozado de muy buena salud física. Ahora empieza a sentir que sus fuerzas
flaquean. Dejó entonces a Constantinopla y se retiró a la ciudad de Helenopolis, recientemente fundada por su madre, para
disfrutar allí de la suave temperatura de la primavera, tan deliciosa bajo ese hermoso cielo límpido. Cuando se sintió mal
acudió a la iglesia del lugar e hizo la confesión de fe necesaria para entrar a ser considerado catecúmeno. De ahí pasó a
residir a un castillo cerca de Nicomedia, a donde llamó a un grupo de obispos y rodeado de ellos, fue bautizado por Eusebio,
obispo de Nicomedia. Esto tuvo lugar poco antes de su muerte, ocurrida en el año 337.

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