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La sexta persecución bajo Maximino, el 235 d.C.
El 235 d.C. comenzó, bajo Maximino, una nueva persecución. El gobernador de Capadocia, Seremiano, hizo todo lo
posible para exterminar a los cristianos de aquella provincia. Las personas principales que murieron bajo este reinado fueron
Pontiano, obispo de Roma; Anteros, un griego, su sucesor, que ofendió al gobierno al recogerlas actas de los mártires.
Pamaquio y Quirito, senadores romanos, junto con sus familias enteras, y muchos otros cristianos; Simplicio, también
senador, Calepodio, un ministro cristiano, que fue echado al Tiber, Martina, una noble y hermosa doncella; e Hipólito, un
prelado cristiano, que fue atado a un caballo indómito, y arrastrado hasta morir. Durante esta persecución, suscitada por
Maximino, muchísimos cristianos fueron ejecutados sin juicio, y enterrados indiscriminadamente a montones, a veces
cincuenta o sesenta echados juntos en una fosa común, sin la más mínima decencia. Al morir el tirano Maximino en el 238
d.C., le sucedió Gordiano, y durante su reinado, así como el de su sucesor, Felipe, la Iglesia estuvo libre de persecuciones
durante más de diez años; pero en el 249 d.C. se desató una violenta persecución en Alejandría, por instigación de un
sacerdote pagano, sin conocimiento del emperador.
Séptima persecución bajo Decio, el 249 d.C.
Ésta estuvo ocasionada en parte por el aborrecimiento que tenía contra su predecesor Felipe, que era considerado
cristiano, y tuvo lugar en parte por sus celos ante el asombroso avance del cristianismo; porque los templos paganos
comenzaban a ser abandonados, y las iglesias cristianas estaban llenas. Estas razones estimularon a Decio a intentar la
extirpación del nombre mismo de cristiano; y fue cosa desafortunada para el Evangelio que varios errores se habían deslizado
para este tiempo dentro de la Iglesia; los cristianos estaban divididos entre sí; los intereses propios dividían a aquellos a los
que el amor social debía haber mantenido unidos; y la ironía del orgullo dio lugar a una variedad de facciones. Los paganos,
en general, tenían la ambición de poner en acción los decretos imperiales en esta ocasión, y consideraban el asesinato de los
cristianos como un mérito para sí mismos. En esta ocasión los mártires fueron innumerables; pero haremos relación de los
principales.

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Fabiano, obispo de Roma, fue la primera persona en posición eminente que sintió la severidad de esta persecución.
El difunto emperador había puesto su tesoro al cuidado de este buen hombre, debido a su integridad. Pero Decio, al no hallar
tanto como su avaricia le había hecho esperar, decidió vengarse del buen prelado. Fue entonces arrestado, y decapitado el 20
de enero del 250 d.C. Julián, nativo de Cilicia, como nos informa San Crisóstomo, fue arrestado por ser cristiano. Fue metido
en una bolsa de cuero, junto con varias serpientes y escorpiones, y echado así al mar. Pedro, un joven muy atractivo tanto de
físico como por sus cualidades intelectuales, fue decapitado por rehusar sacrificar a Venus. En el juicio declaró: “Estoy
atónito de que sacrifiquéis a una mujer tan infame, cuyas abominaciones son registradas por vuestros mismos historiadores,
y cuya vida consistió de unas acciones que vuestras mismas leyes castigarían. No, al verdadero Dios ofreceré yo el sacrificio
aceptable de alabanzas y oraciones”. Al oír esto Optimo, procónsul de Asia, ordenó al preso que fuera estirado en la rueda
de tormento, rompiéndole todos los huesos, y luego fue enviado a ser decapitado. A Nicomaco, hecho comparecer ante el
procónsul como cristiano, le mandaron que sacrificara a los ídolos paganos. Nicomaco replicó: “No puedo dar a demonios la
reverencia debida sólo al Todopoderoso”. Esta manera de hablar enfureció de tal manera al procónsul que Nicomaco fue
puesto en el potro. Después de soportar los tormentos durante un tiempo, se retractó; pero apenas si había dado tal prueba de
debilidad que cayó en las mayores agonías, cayó al suelo, y expiró inmediatamente. Denisa, una joven de sólo dieciséis años,
que contempló este terrible juicio, exclamó de repente: “Oh infeliz, ¡para qué comprar un momento de alivio a costa de una
eternidad de miseria!”. Optimo, al oír esto, la llamó, y al reconocerse Denisa como cristiana, fue poco después decapitada,
por orden suya. Andrés y Pablo, dos compañeros de Nicomaco el mártir, sufrieron el martirio el 251 d.C. por lapidación, y
murieron clamando a su bendito Redentor. Alejandro y Epimaco, de Alejandría, fueron arrestados por ser cristianos; al
confesar que efectivamente lo eran, fueron golpeados con estacas, desgarrados con garfios, y al final quemados con fuego;
también se nos informa, en un fragmento preservado por Eusebio, que cuatro mujeres mártires sufrieron aquel mismo día, y
en el mismo lugar, pero no de la misma manera, por cuanto fueron decapitadas.
Luciano y Marciano, dos malvados paganos, aunque hábiles magos, se convirtieron al cristianismo, y para expiar
sus antiguos errores vivieron como ermitaños, sustentándose sólo con pan y agua. Después de un tiempo en esta condición, se
volvieron en celosos predicadores, e hicieron muchos convertidos. Sin embargo, rugiendo en este entonces la persecución,
fueron arrestados y llevados ante Sabinio, el gobernador de Bitinia. Al preguntárseles en base de qué autoridad se dedicaban a
predicar, Luciano contestó: “Que las leyes de la caridad y de la humanidad obligaban a todo hombre a buscar la conversión
de sus semejantes, y a hacer todo lo que estuviera en su poder para liberarlos de las redes del diablo”. Habiendo respondido
Luciano de esta manera, Marciano añadió que la conversión de ellos había tenido lugar por la misma gracia que le había sido
dada a San Pablo, que, de celoso perseguidor de la Iglesia, se convirtió en predicador del Evangelio. Viendo el procónsul que
no podía prevalecer sobre ellos para que renunciaran a su fe, los condenó a ser quemados vivos, sentencia que fue pronto
ejecutada. Trifón y Respicio, dos hombres eminentes, fueron aprehendidos como cristianos, y encarcelados en Niza. Sus pies
fueron traspasados con clavos; fueron arrastrados por las calles, azotados, desgarrados con garfios de hierro, quemados con
antorchas, y finalmente decapitados, el 1 de febrero del 251 d.C. Agata, una dama siciliana, no era tan notable por sus dotes
personales y adquiridas como por su piedad; tal era su hermosura que Quintiano, gobernador de Sicilia, se enamoró de ella, e
hizo muchos intentos por vencer su castidad, pero sin éxito. A fin de gratificar sus pasiones con la mayor facilidad, puso a la
virtuosa dama en manos de Afrodica, una mujer infame y licenciosa. Esta miserable trató, con sus artificios, de ganarla a la
deseada prostitución, pero vio fallidos todos sus esfuerzos, porque la castidad de Agata era inexpugnable, y ella sabía muy
bien que sólo la virtud podría procurar una verdadera dicha, Afrodica hizo saber a Quintiano la inutilidad de sus esfuerzos, y
éste, enfurecido al ver sus designios torcidos, cambió su concupiscencia en resentimiento. Al confesar ella que era cristiana,
decidió satisfacerse con la venganza, al no poderlo hacer con su pasión. Siguiendo órdenes suyas, fue flagelada, quemada con
hierros candentes, y desgarrada con aguzados garfios. Habiendo soportado estas torturas con una admirable fortaleza, fue
luego puesta desnuda sobre ascuas mezcladas con vidrio, y luego devuelta a la cárcel, donde expiró el 5 de febrero del 251.
Cirilo, obispo de Gortyna, fue arrestado por órdenes de Lucio, gobernador de aquel lugar, que sin embargo le exhortó a
obedecer la orden imperial, a hacer los sacrificios, y salvar su venerable persona de la destrucción; porque ahora tenía
ochenta y cuatro años. El buen prelado le contestó que como había enseñado a otros durante mucho tiempo que salvaran sus
almas, ahora sólo podía pensar en su propia salvación. El digno prelado escuchó su sentencia, dada con furor, sin la menor
emoción, anduvo animosamente hasta el lugar de la ejecución, y sufrió su martirio con gran entereza.
En ningún lugar se manifestó esta persecución con tanta saña como en la isla de Creta, porque el gobernador,
sumamente activo en la ejecución de los edictos imperiales, hizo correr a ríos la sangre de los piadosos. Babylas, un cristiano
con educación académica, llegó a ser obispo de Antioquia el 237 d.C., después de Zebino. Actuó con un celo sin paralelo, y
gobernó la Iglesia con una prudencia admirable durante los tiempos más tormentosos. La primera desgracia que tuvo lugar en
Antioquia durante su misión fue su asedio por Sapor, rey de Persia, que, habiendo invadido toda la Siria, tomó y saqueó esta
ciudad entre otras, y trató a los moradores cristianos de la ciudad con mayor dureza que a los otros; pero pronto fue derrotado
totalmente por Gordiano. Después de la muerte de Gordiano, en el reinado de Decio, este emperador vino a Antioquía, y allí,

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expresando su deseo de visitar una asamblea de cristianos; pero Babylas se le opuso, y se negó absolutamente a que entrara.
El emperador disimuló su ira en aquel tiempo, pero pronto envió a buscar al obispo, reprendiéndole duramente por su
insolencia, y luego le ordenó que sacrificara a las deidades paganas como expiación por su ofensa. Al rehusar, fue echado en
la cárcel, cargado de cadenas, tratado con la mayor severidad, y luego decapitado, junto con tres jóvenes que habían sido sus
alumnos. Esto sucedió el 251 d.C. Alejandro, obispo de Jerusalén, fue encarcelado por su religión por este mismo tiempo, y
allí murió debido a la dureza de su encierro. Juliano, un anciano y cojo debido a la gota, y Cronión, otro cristiano, fueron
atados a las jorobas de unos camellos, flagelados cruelmente, y luego echados a un fuego y consumidos. También cuarenta
doncellas fueron quemadas en Antioquia, después de haber sido encarceladas y flageladas. En el año 251 de nuestro Señor, el
emperador Decio, después de haber erigido un templo pagano en Éfeso, ordenó que todos los habitantes de la ciudad
sacrificaran a los ídolos. Esta orden fue noblemente rechazada por siete de sus propios soldados, esto es, Maximiano,
Marciano, Joanes, Malco, Dionisio, Seraión y Constantino. El emperador, queriendo ganar a estos soldados a que
renunciaran a su fe mediante sus exhortaciones y delicadeza, les dio un tiempo considerable de respiro hasta volver de una
expedición. Durante la ausencia del emperador, estos huyeron y se ocultaron en una cueva; al saber esto el emperador a su
vuelta, la boca de la cueva fue cegada, y todos murieron de hambre. Teodora, una hermosa y joven dama de Antioquia rehusó
sacrificar a los ídolos de Roma, y fue condenada al burdel, para que su virtud fuera sacrificada a la brutalidad de la
concupiscencia. Dídimo, un cristiano, se disfrazó con un uniforme de soldado romano, fue al burdel, informó a Teodora de
quién era, y la aconsejó a que huyera disfrazada con sus ropas. Hecho esto, y al encontrarse un hombre en el burdel en lugar
de una hermosa dama, Didimo fue llevado ante el gobernador, a quien le confesó la verdad; al reconocerse cristiano, de
inmediato fue pronunciada contra él la sentencia de muerte. Teodora, al oír que su liberador iba a sufrir, acudió ante el juez, y
rogó que la sentencia recayera sobre ella como la persona culpable; pero sordo a los clamores de los inocentes, e insensible a
las demandas de la justicia, el implacable juez condenó a ambos; y fueron ejecutados, primero decapitados, y luego sus
cuerpos quemados. Secundiano, acusado de ser cristiano, estaba siendo llevado a la cárcel por varios soldados. Por el
camino, Veriano y Marcelino les dijeron: “¿A dónde lleváis a un inocente?”. Esta pregunta llevó al arresto de ellos, y los
tres, tras haber sido torturados, fueron colgados y decapitados.
Orígenes, discípulo más destacado de Clemente de Alejandría, el célebre presbítero y catequista de Alejandría. La
obra literaria de Orígenes fue inmensa. Puesto que sus conocimientos bíblicos eran enormes y estaba consciente de que el
texto de las Escrituras contenía ligeras variantes, compuso la Hexapla. Esta era una colección, en seis columnas, del Antiguo
Testamento en diversas formas: el texto hebreo, una transliteración en letras griegas de ese mismo texto —de modo que el
lector que desconocía el hebreo pudiera conocer el sonido del hebreo, sobre la base del griego— y cuatro versiones distintas
al griego. Además, se dedicó a comparar los diversos textos del Antiguo Testamento, y produjo toda una serie de símbolos
para designar variantes, omisiones y añadiduras. Además, Orígenes compuso comentarios y sermones sobre buena parte del
texto bíblico. Y a esto han de añadirse su apología Contra Celso. La teología de Orígenes sigue un espíritu muy parecido al
de su maestro Clemente. Se trata de un intento de relacionar la fe cristiana con la filosofía que estaba en boga en Alejandría
en esa época. Esa filosofía era lo que los historiadores llaman “el neoplatonicismo”.Fue arrestado cuando tenía sesenta y
cuatro años, y fue arrojado en una inmunda mazmorra, cargado de cadenas, con los pies en el cepo, y sus piernas extendidas
al máximo durante varios días seguidos. Fue amenazado con fuego, y torturado con todos los medios prolijos que pudieran
inventar las mentes más infernales. Durante este cruel y prolongado tormento murió el emperador Decio, y Gallo, que le
sucedió, se enzarzó en una guerra contra los godos, con lo que los cristianos tuvieron un respiro. Durante este intervalo,
Orígenes obtuvo la libertad, y, retirándose a Tiro, se quedó allá hasta su muerte, que le sobrevino a los sesenta y nueve años
de edad.
Habiendo Gallo concluido sus guerras, se desató una plaga en el imperio; el emperador ordenó entonces sacrificios a
las deidades paganas, y se desencadenaron persecuciones desde el corazón del imperio, extendiéndose hasta las provincias
más apartadas, y muchos cayeron mártires de la impetuosidad del populacho, así como del prejuicio de los magistrados. Entre
estos mártires estuvieron Comelio, obispo cristiano de Roma, y su sucesor Lucio, en el 253. La mayoría de los errores que se
introdujeron en la Iglesia en esta época surgieron por poner la razón humana en competición con la revelación; pero al
demostrar los teólogos más capaces la falacia de tales argumentos, las opiniones que se habían suscitado se desvanecieron
como las estrellas delante del sol.
La octava persecución comenzando con Valeriano, 257 d.C.
Ésta comenzó bajo Valeriano, en el mes de abril del 257 d.C., y continuó durante tres años y seis meses. Los
mártires que cayeron en esta persecución fueron innumerables, y sus torturas y muertes igual de variadas y penosas. Los más
eminentes entre los mártires fueron los siguientes, aunque no se respetaron ni rango, ni sexo ni edad. Rufina y Secunda eran
dos hermosas y cumplidas damas, hijas de Asterio, un caballero eminente en Roma. Rufina, la mayor, estaba prometida en

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matrimonio a Armentario, un joven noble; Secunda, la menor, a Verino, persona de alcurnia y opulencia. Los pretendientes,
al comenzar la persecución, eran ambos cristianos; pero cuando surgió el peligro, renunciaron a su fe para salvar sus fortunas.
Se esforzaron entonces mucho en persuadir a las damas a que hicieran lo mismo, pero, frustrados en sus propósitos, fueron
tan abyectos como para informar en contra de ellas, que, arrestadas como cristianas, fueron hechas comparecer ante Junio
Donato, gobernador de Roma, donde, en el 257 d.C., sellaron su martirio con su sangre. Esteban, obispo de Roma, fue
decapitado aquel mismo año, y por aquel tiempo Saturnino, el piadoso obispo ortodoxo de Toulouse, que rehusó sacrificar a
los ídolos, fue tratado con todas las más bárbaras indignidades imaginables, y atado por los pies a la cola de un toro. Al darse
una señal, el enfurecido animal fue conducido escaleras abajo por las escalinatas del templo, con lo que le fue destrozado el
cráneo del digno mártir hasta salírsele los sesos. Sixto sucedió a Esteban como obispo de Roma. Se supone que era griego de
nacimiento u origen, y había servido durante un tiempo como diácono bajo Esteban. Su gran fidelidad, singular sabiduría y
valor no común lo distinguieron en muchas ocasiones; y la feliz conclusión de una controversia con algunos herejes es
generalmente adscrita a su piedad y prudencia. En el año 258, Marciano, que dirigía los asuntos del gobierno en Roma,
consiguió una orden del emperador Valeriano para dar muerte a todo el clero cristiano de Roma, y por ello el obispo, con seis
de sus diáconos, sufrió el martirio en el 258.
Acerquémonos al fuego del martirizado Lorenzo, para que nuestros fríos corazones sean por él hechos arder. El
implacable tirano, sabiendo que no sólo era ministro de los sacramentos, sino también distribuidor de las riquezas de la
Iglesia, se prometía una doble presa con el arresto de una sola persona. Primero, con el rastrillo de la avaricia, conseguir para
sí mismo el tesoro de cristianos pobres; luego, con el feroz bieldo de la tiranía, para agitarlos y perturbarlos, agotarlos en su
profesión. Con un rostro feroz y cruel semblante, el codicioso lobo exigió saber dónde Lorenzo había repartido las riquezas
de la Iglesia; éste, pidiendo tres días de tiempo, prometió declarar dónde podría conseguir el tesoro. Mientras tanto, hizo
congregar una gran cantidad de cristianos pobres. Así, cuando llegó el día en que debía dar su respuesta, el perseguidor le
ordenó que se mantuviera fiel a su promesa. Entonces, el valiente Lorenzo, extendiendo sus brazos hacia los pobres, dijo:
“Estos son el precioso tesoro de la Iglesia; estos son verdaderamente el tesoro, aquellos en los que reina la fe de Cristo, en
los que Jesucristo tiene su morada. ¿Qué joyas más preciosas puede tener Cristo, que aquellos en quienes ha prometido
morar? Porque así está escrito: Tuve hambre, y me disteis de comer, tuve sed, y me disteis de beber, fui forastero, y me
recogisteis. Y también: Por cuanto lo hicisteis a uno de estos más pequeños de mis hermanos, a mí me lo hicisteis ¿Qué
mayores riquezas puede poseer Cristo nuestro Maestro que el pueblo pobre en quien quiere ser visto?”.
La novena persecución comenzando con Aureliano, 274 d.C.
Los principales que padecieron en esta fueron: Félix, obispo de Roma. Este prelado accedió a la sede de Roma en el
274. Fue el primer mártir de la petulancia de Aureliano, siendo decapitado en el veintidós de diciembre aquel mismo año.
Agapito, un joven caballero, que había vendido sus posesiones y dado el dinero a los pobres, fue arrestado como cristiano,
torturado, y luego decapitado en Praeneste, una ciudad a un día de viaje de Roma. Estos son los únicos mártires que fueron
registrados durante este reinado, que pronto vio su fin, al ser el emperador asesinado en Bizancio por sus propios criados.
Aureliano fue sucedido por Tácito, que fue seguido por Probo, y éste por Caro; al ser muerto este emperador por un rayo, sus
hijos Camio y Numeriano le sucedieron, y durante todos estos reinados la iglesia tuvo paz.
Diocleciano accedió al trono imperial en el 284 d.C. Al principio mostró gran favor a los cristianos. En el año 286
asoció consigo en el imperio a Maximiano. Algunos cristianos fueron muertos antes que se desatara ninguna persecución
general. Entre estos se encontraban Feliciano y Primo, que eran hermanos. Marco y Marceliano eran mellizos, naturales de
Roma, y de noble linaje. Sus padres eran paganos, pero los tutores, a los que había sido encomendada la educación de los
hijos, los criaron como cristianos. Su constancia aplacó finalmente a los que deseaban que se convirtieran en paganos, y sus
padres y toda la familia se convirtieron a una fe que antes reprobaban. Fueron martirizados siendo atados a estacas, con los
pies traspasados por clavos. Después de permanecer en esta situación un día y una noche, sus sufrimientos fueron terminados
con unas lanzas que traspasaron sus cuerpos. Zoe, la mujer del carcelero, que había tenido el cuidado de los mártires
acabados de mencionar, fue también convertida por ellos, y fue colgada de un árbol, con un fuego de paja encendido debajo
de ella. Cuando su cuerpo fue bajado, fue echado a un río, con una gran piedra atada al mismo, a fin de que se hundiera.
En el año 286 tuvo lugar un hecho de lo más notable. Una legión de soldados, que consistía de seis mil seiscientos
sesenta y seis hombres, estaba totalmente constituida por cristianos. Esta legión era llamada la Legión Tebana, porque los
hombres habían sido reclutados en Tebas; estuvieron acuartelados en oriente hasta que el emperador Maximiano ordenó que
se dirigieran a las Galias, para que le ayudaran contra los rebeldes de Borgofia. Pasaron los Alpes, entrando en las Galias, a
las órdenes de Mauricio, Cándido y Exupernio, sus dignos comandantes, y al final se reunieron con el emperador.
Maximiano, para este tiempo, ordenó un sacrificio general, al que debía asistir todo el ejército; también ordenó que se debiera

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tomar juramento de lealtad y al mismo tiempo que se debía jurar ayudar a la extirpación del cristianismo en las Galias.
Alarmados ante estas órdenes, cada uno de los componentes de la Legión Tebana rehusó de manera absoluta sacrificar o
tomar los juramentos prescritos. Esto enfureció de tal manera a Maximiano que ordenó que toda la legión fuera diezmada,
esto es, que se seleccionara a uno de cada diez hombres, y matarlo a espada. Habiéndose ejecutado esta sanguinaria orden, el
resto permanecieron inflexibles, teniendo lugar una segunda muerte, y uno de cada diez hombres de los que quedaban vivos
fue muerto a espada. Este segundo castigo no tuvo más efectos que el primero; los soldados se mantuvieron firmes en su
decisión y en sus principios, pero por consejo de sus oficiales hicieron una protesta de fidelidad a su emperador. Se podría
pensar que esto iba a ablandar al emperador, pero tuvo el efecto contrario, porque, encolerizado ante la perseverancia y
unanimidad que demostraban, ordenó que toda la legión fuera muerta, lo que fue efectivamente ejecutado por las otras tropas,
que los despedazaron con sus espadas, el 22 de septiembre del 286.
Alban, de quien recibió su nombre Sant Alban’s, en Henfordshire, fue el primer mártir británico. Gran Bretaña había
recibido el Evangelio de Cristo mediante Lucio, el primer rey cristiano, pero no sufrió de la ira de la persecución hasta
muchos años después. Alban era originalmente pagano, pero convertido por un clérigo cristiano, llamado Anfíbalo, a quien
dio hospitalidad a causa de su religión. Los enemigos de Anfíbalo, enterándose del lugar dónde estaba escondido, llegaron a
casa de Alban, a fin de facilitar su huida, se presentó como la persona a la que buscaban. Al descubrirse el engaño, el
gobernador ordenó que le azotaran, y luego fue sentenciado a ser decapitado, el 22 de junio del 287 d.C. Nos asegura el
venerable Beda que, en esta ocasión, el verdugo se convirtió súbitamente al cristianismo, y pidió permiso para morir por
Alban, o con él. Obteniendo su segunda petición, fueron ambos decapitados por un soldado, que asumió voluntariamente el
papel de verdugo. Esto sucedió en el veintidós de junio del 287 en Verulam, ahora St Alban’s, en Henfordshire, donde se
levantó una magnífica iglesia en su memoria para el tiempo de Constantino el Grande. El edificio, destruido en las guerras
sajonas, fue reconstruido por Offa, rey de Mercia, y junto a él se levantó un monasterio, siendo aún visibles algunas de sus
ruinas; la iglesia es un noble edificio gótico. Fe, una mujer cristiana de Aquitanía, Francia, fue asada sobre una parrilla, y
luego decapitada, en el 287 d.C. Quintín era un cristiano natural de Roma, pero decidió emprender la propagación del
Evangelio en las Galias, con un tal Luciano, y predicaron juntos en Amiens; después de ello Luciano fue a Beaumaris, donde
fue martirizado. Quintín permaneció en la Picardía, y mostró gran celo en su ministerio. Arrestado como cristiano, fue
estirado con poleas hasta que se dislocaron sus miembros; su cuerpo fue desgarrado con azotes de alambres, y derramaron
aceite y brea hirviendo sobre su carne desnuda; se le aplicaron antorchas encendidas a sus lados y sobacos; después de haber
sido torturado de esta manera, fue enviado de vuelta a la mazmorra, muriendo allí el 31 de octubre del 287 por las atrocidades
que le habían infligido. Su cuerpo fue lanzado al Somme.

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