Más de 2000 Años de Historia
    Acerca de las clases

    El Dr. Egidio.
    El doctor Egidio había sido educado en la universidad de Alcalá, donde recibió varios títulos, y se aplicó de manera
    particular al estudio de las Sagradas Escrituras y de la teología escolástica. Cuando murió el profesor de teología, él fue
    elegido para tomar su lugar, y actuó para tal satisfacción de todos que su reputación de erudición y piedad se extendió por
    toda Europa. Egidio, sin embargo, tenía sus enemigos, y estos se quejaron de él ante la Inquisición, que le enviaron una cita,
    y cuando compareció, le enviaron a un calabozo.Como la mayoría de los que pertenecían a la iglesia catedral de Sevilla, y
    muchas personas que pertenecían al obispado de Dortois, aprobaban totalmente las doctrinas de Egidio, que consideraban
    perfectamente coherentes con la verdadera religión, hicieron una petición al emperador en su favor. Aunque el monarca había
    sido educado como católico romano, tenía demasiado sentido común para ser un fanático, y por ello envió de inmediato una
    orden para que fuera liberado. Poco después visitó la iglesia de Valladolid, e hizo todo en su mano por promover la causa de
    la religión. Volviendo a su casa, poco después enfermó, y murió en la más extrema vejez. Habiéndose visto frustrados los
    inquisidores de satisfacer su malicia contra él mientras vivía, decidió (mientras todos los pensamientos del emperador se
    dirigían a una campaña militar) a lanzar su venganza contra él ya muerto. Así, poco después que muriera ordenaron que sus
    restos fueran exhumados, y se emprendió un proceso legal, en el que fueron condenados a ser quemados, lo que se ejecutó.
    El Dr. Constantino.
    El doctor Constantino era un amigo íntimo del ya mencionado doctor Egidio, y era un hombre de unas capacidades
    naturales inusuales y de profunda erudición. Además de conocer varias lenguas modernas, estaba familiarizado con las
    lenguas latina, griega y hebrea, y no sólo conocía bien las ciencias llamadas abstractas, sino también las artes que se
    denominan como literatura amena. Su elocuencia le hacía placentero, y la rectitud de su doctrina lo hacía un predicador
    provechoso; y era tan popular que nunca predicaba sin multitudes que le escucharan. Tuvo muchas oportunidades para
    ascender en la Iglesia, pero nunca quiso aprovecharlas. Si se le ofrecían unas rentas mayores que la suya, rehusaba, diciendo:
    «Estoy satisfecho con lo que tengo»; y con frecuencia predicaba tan duramente contra la simonía que muchos de sus
    superiores, que no eran tan estrictos acerca de esta cuestión, estaban en contra de sus doctrinas por esta cuestión. Habiendo
    quedado plenamente confirmado en el protestantismo por el doctor Egidio, predicaba abiertamente sólo aquellas doctrinas
    que se conformaban a la pureza del Evangelio, sin las contaminaciones de los errores que en varias eras se infiltraron en la
    Iglesia Romana. Por esta razón tenía muchos enemigos entre los católico – romanos, y algunos de ellos estaban totalmente
    dedicados a destruirle. Un digno caballero llamado Scobaria, que había fundado una escuela para clases de teología, designó
    al doctor Constantino para que fuera profesor en ella. De inmediato emprendió él la tarea, y leyó conferencias, por secciones,
    acerca de Proverbios, Eclesiastés, y Cantares; comenzaba a exponer el Libro de Job cuando fue aprehendido por los
    inquisidores. El doctor Constantino había depositado varios libros con una mujer llamada Isabel Martín, que para él eran muy
    valiosos, pero que sabía que para la inquisición eran perniciosos. Esta mujer, denunciada como protestante, fue prendida, y,

    Mundo Bíblico: El Estudio de su Palabra
    Historia Eclesiástica: Un Vistazo a Nuestros Orígenes
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    después de un breve proceso, se ordenó la confiscación de sus bienes. Pero antes que los oficiales llegaran a su casa, el hijo
    de la mujer había hecho sacar varios baúles llenos de los artículos más valiosos, y entre ellos estaban los libros del doctor
    Constantino. Un criado traidor dio a conocer esto a los inquisidores, y despacharon un oficial para exigir los baúles. El hijo,
    suponiendo que el oficial sólo quería los libros de Constantino, le dijo: «Sé lo que busca, y se lo daré inmediatamente.»
    Entonces le dio los libros y papeles del doctor Constantino, quedando el oficial muy sorprendido al encontrar algo que no se
    esperaba. Sin embargo, le dijo al joven que estaba contento que le diera estos libros y papeles, pero que tenía sin embargo
    que cumplir la misión que le había sido encomendada, que era llevarlo a él y los bienes que había robado a los inquisidores,
    lo que hizo de inmediato; el joven bien sabía que sería en vano protestar o resistirse, y por ello se sometió a su suerte. Los
    inquisidores, en posesión ahora de los libros y escritos de Constantino, tenían ahora material suficiente para presentar cargos
    en su contra. Cuando fue llamado a un interrogatorio, le presentaron uno de sus papeles, preguntándole si conocía de quién
    era la escritura. Dándose cuenta que era todo suyo, supuso lo sucedido, confesó el escrito, y justificó la doctrina en él
    contenida, diciendo: en esto ni en ninguno de mis escritos me he apartado jamás de la verdad del Evangelio, sino que siempre
    he tenido a la vista los puros preceptos de Cristo, tal como Él los entregó a la humanidad. Después de una estancia de más de
    dos años en la cárcel, el doctor Constantino fue víctima de una enfermedad que le provocó una hemorragia, poniendo fin a
    sus miserias en este mundo. Pero el proceso fue concluido contra su cuerpo, que fue quemado públicamente.
    William Gardiner.
    William Gardiner nació en Bristol, recibió una educación tolerable, y fue, en una edad apropiada, puesto bajo los
    cuidados de un mercader llamado Paget. A la edad de veintiséis años fue enviado, por su amo, a Lisboa, para actuar como
    factor. Aquí se aplicó al estudio del portugués, llevó a cabo su actividad con eficacia y diligencia, y se comportó con la más
    atrayente afabilidad con todas las personas, por poco que las conociera. Mantenía mayor relación con unos pocos que conocía
    como celosos protestantes, evitando al mismo tiempo con gran cuidado dar la más mínima ofensa a los católico- romanos.
    Sin embargo, no había asistido nunca a ninguna de las iglesias papistas. Habiéndose concertado el matrimonio entre el hijo
    del rey de Portugal y la Infanta de España, en el día del casamiento el novio, la novia y toda la corte asistieron a la iglesia
    catedral, concurrida por multitudes de todo rango, y entre el resto William Gardiner, que estuvo presente durante toda la
    ceremonia, y que quedó profundamente afectado por las supersticiones que contempló. El erróneo culto que había
    contemplado se mantenía constante en su mente; se sentía desgraciado al ver todo un país hundido en tal idolatría, cuando se
    podría tener tan fácilmente la verdad del Evangelio. Por ello, tomó la decisión, loable pero inconsiderada, de llevar a cabo
    una reforma en Portugal, o de morir en el intento, y decidió sacrificar su prudencia a su celo, aunque llegara a ser mártir por
    ello. Para este fin concluyó todos sus asuntos mundanos, pagó todas sus deudas, cerró sus libros y consignó su mercancía. Al
    siguiente domingo se dirigió de nuevo a la iglesia catedral, con un Nuevo Testamento en su mano, y se dispuso cerca del
    altar. Pronto aparecieron el rey y la corte, y un cardenal comenzó a decir la Misa; en aquella parte de la ceremonia en la que
    el pueblo adora la hostia, Gardiner no pudo contenerse, sino que saltando hacia el cardenal, le cogió la hostia de las manos, y
    la pisoteó. Esta acción dejó atónita a toda la congregación, y una persona, empuñando una daga, hirió a Gardiner en el
    hombro, y lo habría matado, asestándole otra puñalada, si el rey no le hubiera hecho desistir. Llevado Gardiner ante el rey,
    éste le preguntó quién era, contestándole: «Soy inglés de nacimiento, protestante de religión, y mercader de profesión. Lo que
    he hecho no es por menosprecio a vuestra regia persona; Dios no quiera, sino por una honrada indignación al ver las ridículas
    supersticiones y las burdas idolatrías que aquí se practican.» El rey, pensando que habría sido inducido a este acto por alguna
    otra persona, le preguntó quién le había llevado a cometer aquello, a lo que él replicó: «Sólo mi conciencia. No habría
    arriesgado mi vida de este modo por ningún hombre vivo, sino que debo este y todos mis otros servicios a Dios.» Gardiner
    fue mandado a la cárcel, y se emitió una orden de apresar a todos los ingleses en Lisboa. Esta orden fue cumplida en gran
    medida (unos pocos escaparon) y muchas personas inocentes fueron torturadas para hacerles confesar si sabían algo acerca
    del asunto. De manera particular, un hombre que vivía en la misma casa que Gardiner fue tratado con una brutalidad sin
    paralelo para hacerle confesar algo que arrojara algo de luz sobre esta cuestión. El mismo Gardiner fue luego torturado de la
    forma más terrible, pero en medio de sus tormentos se gloriaba en su acción. Sentenciado a muerte, se encendió una gran
    hoguera cerca de un cadalso. Gardiner fue subido al cadalso mediante poleas, y luego bajado cerca del fuego, pero sin llegar a
    tocarlo; de esta manera lo quemaron, o mejor dicho, lo asaron a fuego lento. Pero soportó sus sufrimientos pacientemente, y
    entregó animosamente su alma al Señor. Es de observar que algunas de las chispas que fueron arrastradas del fuego que
    consumió a Gardiner por medio del viento quemaron uno de los barcos de guerra del rey, y causaron otros considerables
    daños. Los ingleses que fueron detenidos en esta ocasión fueron todos liberados poco después de la muerte de Gardiner,
    excepto el hombre que vivía en la misma casa que él, que estuvo detenido por dos años antes de lograr su libertad.

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