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Acerca de las clases

La Iglesia Primitiva

“Estoy empezando a ser discípulo… El fuego y la cruz,
muchedumbres de fieras, huesos quebrados… todo he de
aceptarlo, con tal que yo alcance a Jesucristo”.

San Ignacio de Antioquía

“No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis
probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”.

Apocalipsis 2:10

INTRODUCCIÓN

e conoce como la Iglesia Primitiva al periodo comprendido entre el año 100 d.C. hasta que Constantino le
puso fin a las persecuciones con el edicto de Milán en el año 313 d.C. Este periodo de 200 años le
proporciona a los estudiosos bíblicos una clara comprensión de la formación final de la iglesia cristiana la cual
marco la pauta para su final formación teológica y eclesiástica, influencia que sobrevive hasta el día de hoy. Después de la
muerte de Nerón, Vespasiano ascendió al trono y posteriormente su hijo Tito. Durante su reinado la iglesia gozo de relativa
tranquilidad lo cual le permitió su rápido e increíble crecimiento. Tanto en Samaria, las regiones de Mesopotamia, Grecia,
Roma, España, Persia, Arabia, Egipto, Media, Francia, Inglaterra, Alemania, África, la India y muchas otras naciones
alrededor del mundo contaban ya con comunidades cristianas, su crecimiento era tan increíble que el mundo pagano se
asombraba de ello. Justino Mártir comento al respecto de este crecimiento: “No hay una sola raza de hombres, ya sean
bárbaros o griegos, o de cualquier otro nombre, nómades errantes o pastores viviendo en tiendas, entre los cuales no se
hagan oraciones y acciones de gracias en el nombre del crucificado Jesús”. En un pasaje de Ireneo, escrito más o menos en
la misma época que el que acabamos de citar, se habla de iglesias en Alemania, Francia, España, Egipto, Libia, y otras
regiones; y un comentario de Tertuliano de finales del segundo siglo nos da la idea del tipo de crecimiento que la iglesia
había experimentado: “Somos solamente de ayer, y hemos llenado todo lugar entre vosotros; ciudades, islas, fortalezas,
pueblos, mercados, campos, tribus, compañías, senado, foro; no os hemos dejado sino los templos de vuestros dioses. Si los
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cristianos se retirasen de las comunidades paganas vosotros (los paganos) quedaríais horrorizados de la soledad en que os
encontraríais, en un silencio y estupor como el de un mundo muerto”.
LAS 10 PERSECUCIONES DEL IMPERIO ROMANO

“La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”.

Tertuliano
in embargo, este crecimiento acelerado no fue bien visto por todos los habitantes del mundo antiguo. Debido a
su poderosa influencia, el cristianismo hacia que las personas se alejaran de los templos paganos, la idolatría y
sus festividades, esto fue visto como una amenaza a sus tradiciones. Con el tiempo los cristianos tendrían
serios problemas con el Estado al no reconocer la divinidad del emperador. Todo esto comenzó a preparar el camino para
una nueva persecución que tendría como fin erradicar el cristianismo del imperio romano. Fue con la ascensión de Domiciano
al trono que las persecuciones en contra de la iglesia comenzó a arreciar, de hecho, existe una carta escrita por Plinio al
emperador Trajano donde le consulta si su actuar es el correcto en cuanto al castigo que le proporcionaba a los cristianos,
dicho documento es una preciosa fuente de origen pagano que da testimonio de esto. Veamos el contenido de esta carta:
“Es mi costumbre, señor, someter a vos todo asunto acerca del cual tengo alguna duda. ¿Quién, en verdad, puede dirigir mis
escrúpulos o instruir mi ignorancia? Nunca me he hallado presente al juicio de cristianos, y por eso no sé por qué razones, o
hasta qué punto se acostumbra comúnmente castigarlos, y hacer indagaciones. Mis dudas no han sido pocas, sobre si se
debe hacer distinción de edades, o si se debe proceder igualmente con los jóvenes como con los ancianos, si se debe
perdonar a los arrepentidos, o si uno que ha sido cristiano debe obtener alguna ventaja por haber dejado de serlo, si el
hombre en sí mismo, sin otro delito, o si los delitos necesarios ligados al nombre deben ser causa de castigo.
Mientras, en los casos de aquellos que han sido traídos ante mí en calidad de cristianos, mi conducta ha sido ésta: Les he
preguntado si eran o no cristianos. A los que profesaban serlo, les hice la pregunta dos o tres veces, amenazándoles con la
pena suprema. A los que insistieron, ordené que fuesen ejecutados. Porque, en verdad, no pude dudar, cualquiera que fuese
la naturaleza de lo que ellos profesan, que su pertinacia a todo trance y obstinación inflexible, debían ser castigadas. Hubo
otros que tenían idéntica locura, respecto a quienes, por ser ciudadanos romanos, escribí que tenían que ser enviados a
Roma para ser juzgados. Como a menudo sucede, la misma tramitación de este asunto, aumentó pronto el área de las
acusaciones, y ocurrieron otros casos más. Recibimos un anónimo conteniendo los nombres de muchas personas. A los que
negaron ser o haber sido cristianos, habiendo invocado a los dioses, y habiendo ofrecido vino e incienso ante vuestra
estatua, la que para este fin había hecho traer junto con las imágenes de los dioses, además, habiendo ultrajado a Cristo,
cosas a ninguna de las cuales se dice, es posible forzar a que hagan los que son real y verdaderamente cristianos, a éstos me
pareció propio poner en libertad. Otros de los nombrados por el delator admitieron que eran cristianos, y pronto después lo
negaron, añadiendo que habían sido cristianos, pero que habían dejado de serlo, algunos tres años, otros muchos años,
algunos de ellos más de veinte años, antes. Todos éstos no sólo adoraron vuestra Imagen y efigies de los dioses, sino que
también ultrajaron a Cristo. Afirmaron, sin embargo, que todo su delito o extravío había consistido en esto: habían tenido la
costumbre de reunirse en un día determinado, antes de la salida del sol, y dirigir, por turno, una forma de invocación a
Cristo, como a un dios; también hacían pacto juramentado, no con propósitos malos, sino con el de no cometer hurtos o
robos, ni adulterio, ni mentir, ni negar un depósito que les hubiera sido confiado. Terminadas estas ceremonias se separaban
para volver a reunirse con el fin de tomar alimentos —alimentos comunes y de calidad inocente. Sin embargo cesaron de
hacer esto después de mi edicto, en el cual, siguiendo vuestras órdenes, he prohibido la existencia de fraternidades. Esto me
hizo pensar que era de suma necesidad inquirir, aun por medio de la tortura, de dos jóvenes llamadas diaconisas, lo que
había de cierto. No pude descubrir otra cosa sino una mala y extravagante superstición: por consiguiente, habiendo
suspendido mis investigaciones, he recurrido a vuestros consejos. En verdad, el asunto me ha parecido digno de consulta,
sobre todo a causa del número de personas comprometidas. Porque, muchos de toda edad y de todo rango, y de ambos
sexos, se encuentran y se encontrarán en peligro. No sólo las ciudades están contagiadas de esta superstición, sino también
las aldeas y el campo; pero parece posible detenerla y curarla. En verdad, es suficiente claro que los templos, que estaban
casi enteramente desiertos, han empezado a ser frecuentados, y los ritos religiosos de costumbre, que fueron interrumpidos
empiezan a efectuarse de nuevo, y la carne de los animales sacrificados encuentra venta, para la cual hasta ahora se podía
hallar muy pocos compradores. De todo esto es fácil formarse una idea sobre el gran número de personas que se pueden
reformar, si se les da lugar a arrepentimiento”.
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Por tanto, a partir de Domiciano podemos contar al menos diez persecuciones terribles dirigidas por los peores
emperadores tiranos que se dedicaron a perseguir a los cristianos, sin embargo, la iglesia, lejos de desaparecer se fortalecía y
crecía en medio de la tribulación: “Yo conozco tus obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás; pero retienes mi
nombre, y no has negado mi fe, ni aun en los días en que Antipas mi testigo fiel fue muerto entre vosotros, donde mora
Satanás”, (Apocalipsis 2:13). Muchos ven en el mensaje de Apocalipsis a la iglesia de Esmirna un paralelo profético en este
periodo, ya que aquí veremos una iglesia pobre, fiel aun en medio de las peores torturas, y algunos creen que esos diez días
en los cuales tendrían tribulación, se refiere a esas diez persecuciones sangrientas que vivieron en este periodo: “No temas en
nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis
tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”, (Apocalipsis 2:10). Veamos estas diez
persecuciones tal y como las describe John Fox en su libro Los Mártires.
Primera persecución, bajo Domiciano, el 81 d.C.
El emperador Domiciano, de natural inclinado a la crueldad, dio muerte primero a su hermano, y luego suscitó la
segunda persecución contra los cristianos. En su furor dio muerte a algunos senadores romanos, a algunos por malicia, y a
otros para confiscar sus fincas. Luego mandó que todos los pertenecientes al linaje de David fueran ejecutados. Entre los
numerosos mártires que sufrieron durante esta persecución estaban Simeón, obispo de Jerusalén, que fue crucificado, y el
apóstol Juan, fue desterrado a la isla Patmos. Flavia, hija de un senador romano, fue asimismo desterrada al Ponto; y se
dictó una ley diciendo: “Que ningún cristiano, una vez traído ante un tribunal, quede exento de castigo sin que renuncie a su
religión”. Durante este reinado se redactaron varias historias inventadas, con el fin de dañar a los cristianos. Tal era el
apasionamiento de los paganos que si cualquier hambre, epidemia o terremotos asolaban cualquiera de las provincias
romanas, se achacaba a los cristianos. Estas persecuciones contra los cristianos aumentaron el número de informadores, y
muchos, movidos por la codicia, testificaron en falso contra las vidas de los inocentes. Otra dificultad fue que cuando
cualquier cristiano era llevado ante los tribunales, se les sometía a un juramento de prueba, y si rehusaban tomarlo, se les
sentenciaba a muerte, mientras que si se confesaban cristianos, la sentencia era la misma.
Entre los mártires más destacado de este periodo tenemos: Dionisio, el areopaguita, era ateniense de nacimiento, y
fue instruido en toda la literatura útil y estética de Grecia. Viajó luego a Egipto para estudiar astronomía, e hizo
observaciones muy precisas del gran eclipse sobrenatural que tuvo lugar en el tiempo de la crucifixión de nuestro Salvador.
La santidad de su forma de vivir y la pureza de sus maneras le recomendaron de tal manera ante los cristianos en general que
fue designado obispo de Atenas. Nicodemo, un benevolente cristiano de alguna distinción, sufrió en Roma durante el furor de
la persecución de Domiciano. Protasio y Gervasio fueron martirizados en Milán. Timoteo, el célebre discípulo de San Pablo,
fue obispo de Éfeso, donde gobernó celosamente la Iglesia hasta el 97 d.C. En este tiempo, cuando los paganos estaban para
celebrar una fiesta llamada Catagogión, Timoteo, enfrentándose a la procesión, los reprendió severamente por su ridícula
idolatría, lo que exasperó de tal manera al pueblo que cayeron sobre el con palos, y lo golpearon de manera tan terrible que
expiró dos días después por efecto de los golpes.
Segunda persecución, bajo Trajano, 108 d.C.
Entre los mártires de esta persecución se encuentra el ilustre Ignacio, obispo de Antioquia de Siria, el cual fue el
sucesor del apóstol Pedro. Durante cuarenta años actuó como pastor de la floreciente iglesia de Antioquia, en la cual era
estimado por sus virtudes y preciosos dones espirituales. En la tercera persecución general que tuvo lugar bajo Trajano, fue
prendido en Antioquia, y el año 110 conducido a Roma para sufrir el martirio en el anfiteatro. En una de sus homilías
Crisóstomo comenta acerca de su martirio: “Una guerra cruel se había encendido contra las iglesias, y como si la tierra
estuviese dominada por una atroz tiranía, los fieles eran tomados en las plazas públicas, sin que tuvieran otro crimen que
reprocharles que el de haber abandonado el error para entrar en las veredas de la piedad, de haber renunciado a las
supersticiones de los demonios, de reconocer al Dios verdadero, y adorar a su Hijo Unigénito, La religión que profesaban
esos ardientes partidarios, les hacía merecedores de coronas, aplausos y honores; y sin embargo, era por causa de la
religión que los castigaban, que les hacían sufrir mil formas de suplicio a los que habían abrazado la fe, y mayormente a los
que dirigían las iglesias; porque el demonio, lleno de astucia y malicia, creía que venciendo a los pastores le sería fácil
dominar al rebaño. Pero el que confunde los designios de los malvados, quiso mostrarle que no son los hombres los que
gobiernan las iglesias, sino que es él mismo que dirige a los creyentes de todo país, y permitió que los pastores fuesen
entregados al suplicio, para que viese que su muerte, lejos de detener los progresos del evangelio, no hacían sino extender
su reino, y mostrarle que la doctrina cristiana no procede de los hombres, sino que su fuente está en los cielos; que es Dios
quien gobierna todas las iglesias del mundo, y que es imposible triunfar cuando se hace la guerra al Altísimo”.

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Al ser condenado Ignacio, se resolvió que fuese llevado a Roma para
morir en el circo. Fue conducido por diez soldados, a los que él llamaba diez
leopardos, a causa del deleite que tenían en hacerle sufrir toda clase de
crueldades. Las iglesias que había entre Antioquia y Roma, salían al encuentro
del peregrino mártir, y se agrupaban en torno suyo para verlo, saludarlo y
animarle. En Esmirna, tuvo el gozo de encontrarse con Policarpo. Sobre el
trayecto de Antioquia a Roma, dice Crisóstomo: “Otra astucia de Satanás
consistía en no hacer morir a los pastores en las iglesias donde actuaban, sino
que los transportaba a un país lejano. Creía debilitarlos, privándolos de las
cosas necesarias, y cansándolos en la larga ruta. Fue así como hizo con el
bienaventurado Ignacio. Lo obligó a pasar de Antioquia a Roma, haciéndole
ver una distancia enorme, y esperando abatir su constancia por las dificultades
de un viaje largo y penoso. Pero él ignoraba que teniendo a Jesús por
compañero de ese viaje, se haría más robusto, daría más pruebas de la fuerza
de su alma, y confirmaría las iglesias en la fe. Las ciudades acudían de todas
partes, al camino, para animar a este valiente atleta, le traían víveres en
abundancia, los sostenían por medio de sus oraciones y enviándole
delegados”. Martirio de Ignacio,
Obispo de Antioquía de Siria
“Y ellas mismas recibían no poca consolación viendo al mártir correr hacia la muerte con el afán de un cristiano
llamado al reino de los cielos; su mismo viaje y el ardor y la serenidad de su rostro, hacían ver a todos los fieles de esas
ciudades que no era a la muerte que iba sino a una vida nueva, a la posesión del reino celestial. Instruía a las ciudades que
había en el camino, tanto por su mismo viaje como por los discursos; y lo que sucedió a los judíos con Pablo cuando lo
cargaron de cadenas para enviarlo a Roma, creyendo enviarlo a la muerte, mientras estaban enviando un maestro a los
judíos que habitaban en Roma, se cumplió de nuevo con Ignacio, y de un modo aún más notable; porque no solamente para
los cristianos que habitaban en Roma, sino para todas las ciudades del trayecto, fue un maestro admirable, un maestro que
les enseñaba a no hacer caso de esta vida pasajera, a no tener en cuenta para nada las cosas visibles, a no suspirar sino por
los bienes futuros, a mirar los cielos, a no atemorizarse por ningún mal ni por ninguna de las penas de esta vida. Esas eran
las enseñanzas que daba, y otras más, a todos los pueblos por los cuales pasaba .Era un sol que se levantaba en el Oriente y
corría al Occidente, derramando más luz que el astro que nos alumbra. Este astro lanza desde arriba rayos sensibles y
materias; Ignacio brillaba aquí abajo, instruyendo las almas, alumbrándolas con una luz espiritual. El sol avanza hacia las
regiones del poniente, luego se oculta y deja al mundo en las tinieblas; era avanzando hacia las mismas regiones que
Ignacio se levantaba, y que derramando mayor claridad, hacía mayor bien a los que estaban en la ruta. Cuando entró en
Roma enseñó a esta ciudad idólatra una filosofía cristiana, y Dios quiso que allí terminase sus días, para que su muerte
fuese una lección a todos los romanos”. Sobre su muerte en el inmenso Coliseo de la gran capital del Imperio, dice: “No fue
condenado a morir fuera de la ciudad, ni en la prisión, ni en un lugar apartado; pero sufrió el martirio en la solemnidad de
los juegos, en presencia de toda la ciudad congregada para ese espectáculo, siendo dado como presa a las bestias feroces
que lanzaron contra él. Murió de esta manera, para que levantando un trofeo contra el demonio, en presencia de todos los
espectadores, tuviesen envidia de tales combates, y se mostrasen llenos de admiración ante el coraje que le hacía morir sin
pena, y hasta con satisfacción. Veía con alegría a las bestias feroces, no como quien tenía que morir, sino como quien estaba
llamado a una vida mejor y más espiritual”. Fue también una obra muy importante la que hizo Ignacio al escribir cartas a las
iglesias durante su viaje. Es en éstas que se hallan los datos principales sobre su martirio. Es lamentable que los sostenedores
del papado hayan fraguado epístolas que atribuyen a Ignacio, y aun adulterado las auténticas. Uno de los problemas más
controvertidos sobre la literatura cristiana del segundo siglo es el relacionado con la autenticidad de las cartas que se
atribuyen a Ignacio. La crítica actualmente rechaza como apócrifas cinco de éstas y admite siete como genuinas. Entre las
más ilustres palabras que quedaron grabadas en la historia, se encuentran las últimas palabras de este ilustre santo al enfrentar
el martirio: “Ahora comienzo a ser un discípulo. Nada me importa de las cosas visibles o invisibles, para poder sólo ganar a
Cristo. ¡Que el fuego y la cruz, que manadas de bestias salvajes, que la rotura de los huesos y el desgarramiento de todo el
cuerpo, y que toda la malicia del diablo vengan sobre mí!; ¡sea así, si sólo puedo ganar a Cristo Jesús!” E incluso cuando
fue sentenciado a ser echado a las fieras, tal era el ardiente deseo que tenía de padecer, que decía, cada vez que oía rugir a los
leones: “Soy el trigo de Cristo; voy a ser molido con los dientes de fieras salvajes para que pueda ser hallado pan puro”.

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