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Juan Tetzel, Monje Dominico y principal vendedor de indulgencias

De esta forma Tetzel habiendo clavado una cruz en tierra con todos los escudos papales terminaba su discurso
diciendo: “Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis; porque os aseguro que muchos profetas y reyes han
deseado ver las cosas que veis y no las han visto, y también oír las cosas que vosotros oís y no las han oído” Y, por último,
mostrando la caja en que recibía el dinero, concluía regularmente su patético discurso, dirigiendo tres veces al pueblo estas
palabras: “¡Traed, traed, traed!”, y bajando de su estrado corría a la caja de dinero y dejaba caer un chelín el cual resonaba
en toda la multitud e inmediatamente las personas ignorante se apresuraban y hacían grandes colas para comprar dichas
indulgencias.

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Muchas cosas más se hablan respecto a este mercader del evangelio ignorando la terrible condena que añadía a su
pobre alma. Se cuenta el ridículo incidente que sus mentiras provocaron cuando un hombre se le acerco diciéndole que si esas
indulgencias eran capaces de perdonarle un pecado que estaba planeando cometer en el futuro, incluyendo el hacerle daño a
su enemigo. Al final de la discusión Tetzel puso algunas dificultades a esta extraña petición; sin embargo, termino vendiendo
la indulgencia en treinta escudos. Poco después salió el fraile de Leipzig; y aquel mismo hombre acompañado de sus criados,
le esperó en un bosque donde lo asalto y le proporciono una paliza arrancándole la rica caja de las indulgencias que el
estafador llevaba consigo; éste se quejó ante los tribunales, pero aquel hombre presentó la bula firmada por el mismo Tetzel,
la que le eximía con anticipación de toda pena. El duque Jorge, a quien esta acción irritó mucho al principio, mandó a la vista
de la bula, que fuese absuelto el acusado.
La controversia se dio finalmente entre este vendedor de indulgencia, Juan Tetzel y Martin Lutero, cuando al
observar la poca afluencia de personas en la iglesia se enteró que la gente se aferraba completamente a los derechos que la
indulgencia le otorgaba que a acudir a sus tradicionales creencias, esto provoco que Lutero se promulgara en contra
predicando al mismo pueblo para desviarlos de esta terrible mentira lo cual obviamente provoco la oposición de Tetzel quien
amenazaba con quemar en la hoguera a aquellos que se atrevieran a oponerse y negar la voluntad del papa. No obstante, la
disputa teológica llego a su apogeo la tarde del 31 de Octubre de 1517; cuando Lutero, decidido ya, se encamino
valerosamente hacia la iglesia de Wittemberg, a la que se dirigía la multitud supersticiosa de los peregrinos, y en la puerta de
aquel templo fijo noventa y cinco tesis que refutaban a la luz de la palabra de Dios la enseñanza de las indulgencias. Era
tradición de aquella época clavar sus tesis en la puerta del templo esperando el debate de los eruditos, nunca imagino el
impacto que aquella acción traería para la historia de la iglesia, ya que la fama de estas noventa y cinco tesis fue tan grande
no sólo en Alemania, sino en el mundo entero reproduciéndose cientos de copias las cuales declaraban que solamente un
verdadero arrepentimiento y la fe en Jesús podía salvar al pecador y que ninguna indulgencia podía hacer ese trabajo. Al
respecto de esto Robert Liardon dice: “Mientras esperaba una respuesta Lutero continuó con sus tareas, sin saber que lo que
había clavado sin mayores pretensiones en la puerta de la iglesia pasaría a la historia como el asunto más importante y la
mayor confrontación que el mundo cristiano había conocido desde el tiempo de Jesús y sus apóstoles”. Robert Liardon nos
continua diciendo: “Lutero estaba en su estudio, sin saber que, más allá de su puerta, se preparaba una tormenta. En
realidad, se preparaba desde hacía cientos de años. Había comenzado con John Wycliffe y sus traducciones de la Biblia
para el hombre común. Continuó con John Hus, que comenzó a abrir la puerta para que entrara la luz en las tinieblas de la
Edad Media con algunas de las mismas revelaciones que produciría Lutero. Ambos murieron sin ver el fruto de su labor,
pero Lutero sí llegaría a verlo. Más que eso: haría entrar al mundo entero en ella. La leyenda dice que Hus, mientras ardía
en la hoguera por lo que la Iglesia llamaba herejía, profetizó la llegada de Lutero. Se dice que convocó a los líderes de la
iglesia, desde las llamas, y les dijo que dentro de cien años llegaría un hombre a quien ellos no podrían matar”. Por tanto,
aquel día había iniciado un movimiento importantísimo en la historia de la iglesia cristiana que se llegaría a conocer como la
Reforma Protestante. Con el paso de los días la confrontación comenzó por parte de los líderes católicos hacia la persona de
Lutero, aunque para este tiempo no había sido declarado hereje. En el mes de Agosto de 1518, Lutero fue llamado a Roma
para responder por sus tesis y bajo la acusación de herejía, no obstante, sus amigo le rogaron que no fuera ya que el mismo
papa había declarado que si no se retractaba no saldría de allí. Finalmente, termino presentándose en Augsburgo, una ciudad
alemana donde presento su defensa delante cardenal Cayetano. Robert Liardon nos narraba bien el hecho: “Este foro de
discusión era lo que Lutero siempre había querido, así que fue. Pensó que este debate sería el primer paso hacia la meta de
librar a la Iglesia del error. Pero lo que vivió allí fue su primer choque con los líderes religiosos de su época. El primer
ataque del enemigo le llegó a Lutero a través del cardenal Cayetano. Lutero se inclinó ante el cardenal y luego se postró
ante él. El cardenal le ordenó que se pusiera de pie. Lutero se puso de rodillas, y el cardenal, nuevamente, le ordenó que se
levantara. Con una sola palabra de boca del cardenal, Lutero supo cuál era el plan. «Retractaos», ordenó Cayetano. Era
obvio que no habría discusión… El cardenal lo explicó. Lutero debía arrepentirse, retractarse, prometer no enseñar sus
noventa y cinco tesis y abstenerse de toda actividad que turbara la paz de la Iglesia. Los planes de la Iglesia para esta
reunión eran que Lutero se retractara o fuera llevado a Roma prisionero. Lutero no pudo iniciar la discusión. Pero logró
decir lo impensable: es la fe la que justifica, no el sacramento. Cayetano no estaba a la altura de Lutero, y lo sabía. Sin base
bíblica sobre la cual trabajar, Cayetano expuso su inseguridad exclamando: «De esto debéis retractaros hoy, lo deseéis o no.
¡De lo 29 contrario, y por este solo pasaje, condenaré toda otra palabra que digáis!» Lutero declaró osadamente que no lo
haría, señaló que un hombre común armado con las Escrituras tenía más autoridad que el Papa y todos sus concilios.
Cayetano respondió que el Papa tenía más autoridad que las mismísimas Escrituras. Luego Lutero fue acusado de
presunción, ya que pensaba que podía interpretar la Biblia, algo que solo el Papa podía hacer. En este punto Lutero
cuestionaba el fundamento mismo de la autoridad del Papa. Lutero les preguntó por qué la iglesia creía que el Papa era el
sucesor de Pedro y, además, por qué la iglesia pensaba que el fundamento del catolicismo era Pedro, dado que Pablo había
dicho: «Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo» (l Corintios 3:11). La
discusión terminó con Cayetano ordenando a Lutero que abandonara el edificio”.

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La controversia de Leipzig.
Tan pronto como sus 95 tesis comenzaron a reproducirse en la imprenta de Alemania y comenzaron a traducirse del
latín al alemán, Martin Lutero comenzó a ganar popularidad entre el pueblo, pero al mismo tiempo surgieron sus enemigos.
Uno de sus mayores contendientes fue el Dr. Johann Eck de la Universidad de Ingolstadt, un fuerte teólogo y defensor de la
Iglesia Católica. Fue Eck quien desafio a Lutero a una controversia pública, en la cual daba por segura la victoria, confiando
en su probada destreza para esta clase de debates. Además de eso, antes de la polémica y a principio del año 1519, el Dr. Eck
escribió un folleto muy violento, en el cual atacaba a Lutero y en este escrito, lleno de improperios y calumnias le daba ya a
Lutero el derecho de entrar otra vez en la lucha. El Dr. Eck hizo imprimir al mismo tiempo trece tesis o proposiciones, sobre
las cuales quería disputar con el mismo Lutero las cuales se referían principalmente a las indulgencias y al poder papal.
Lutero estaba ya en e1 deber de contestar, e hizo imprimir igual número de tesis, en las cuales, con más energía y firmeza que
en sus primeras, rechazaban las indulgencias como innovación, y también la autoridad incondicional del Papa. El Dr. Eck
invitó también a Lutero a tomar parte en la controversia pública; y logró al efecto, el permiso del duque Jorge de Sajonia,
porque a este ducado pertenecía Leipzig, ciudad designada para el debate. En el mes de Junio de 1519, los adversarios se
encontraron en ella: Lutero y Carlostadio, acompañados por algunos estudiantes y profesores de la Universidad de
Wittemberg; el Dr. Eck auxiliado con el favor del duque Jorge y por casi toda la Universidad de Leipzig, que tenía celos de la
de Wittemberg. El duque Jorge vino con su corte y otras personas notables, y asistió durante trece días a las discusiones
prestando la más viva atención. Los primeros ocho días disputaron Eck y Carlostadio, sobre el libre albedrío. Eck tenía la
ventaja de su palabra agresiva; daba grandes gritos, vociferaba y gesticulaba como un actor, con mucho descaro y
altisonantes palabras mientras el doctor Carlostadio, ateniéndose únicamente al fondo y a sus libros, aparecía más tímido y
lento en sus argumentaciones. Así que el público se inclinaba en favor del Dr. Eck. Pero el debate entre éste y Lutero fue
mucho más provechoso al partido de la Universidad de Wittemberg. En Lutero tenía el Dr. Eck un adversario tan bien
preparado en todo y por todo, que sus astucias, sofismas y vociferaciones fracasaron. En uno de los puntos principales, el
primado del Papa, Lutero defendía su afirmación de que no el obispo de Roma sino Cristo, era la cabeza y jefe de la iglesia; y
que el Papa poseía el primado, no por derecho divino, sino por tradición humana; fue el poder que el Papa había asumido era
usurpado y contrario, tanto a las Sagradas Escrituras, como a la historia eclesiástica de los primeros siglos. Esto lo afirmaba
con todo el peso y fuerza de la lógica, y salió victorioso con la admiración de todo el público allí presente. Entre las palabras
de Lutero en esta contienda tenemos fragmento que nos reflejan su gran preparación: “Lo que yo expongo es lo mismo que
expone San Jerónimo, y voy a probarlo por su misma epístola a Evagrius: Todo obispo -dice él-, sea de Roma, sea de
Eugubium, bien de Alejandría bien de Túnez, tiene el mismo mérito y el mismo sacerdocio. El poder de las riquezas y la
humillación de la pobreza es lo que coloca a los obispos en una esfera más alta o más baja”. El Dr. Eck respondió: “El
venerable doctor me pide le pruebe que la primacía de la iglesia de Roma es de derecho divino; lo que pruebo con estas
palabras de Cristo: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mí iglesia. San Agustín, en una de sus epístolas ha expuesto
así el sentido de este texto: Eres Pedro y sobre esta piedra es decir, sobre Pedro, edificaré mi iglesia. Es verdad que este
mismo San Agustín ha manifestado en otra parte que por esta piedra debía entenderse Cristo mismo; pero él no ha
retractado su primera exposición”. A esto Lutero contesto: “Si el reverendo doctor quiere atacarme, que concilie antes estas
palabras contradictorias de San Agustín. Porque es cierto que San Agustín ha dicho muchas veces que la piedra era Cristo, y
apenas una sola vez que era el mismo Pedro. Más aun cuando San Agustín y todos los padres dijeran que el apóstol es la
piedra de que habla Cristo yo me opondría a todos ellos, apoyado en la autoridad de la Escritura Santa, pues está escrito:
Nadie puede poner otro cimiento que el que ha sido puesto que es Jesucristo. (1 Corintios 3:11.) El mismo Pedro llama a
Cristo la piedra angular y viva sobre la cual estamos edificados para ser una casa espiritual. (1 Pedro 2:4-5)”. El Dr. Eck
no tuvo otra contestación sino decir que Lutero era otro hereje más que seguía las huellas de Juan Huss. Y cuando Lutero le
contestó: “Querido doctor, no todas las doctrinas de Juan Huss eran herejías”, el doctor Eck se asustó de tal afirmación y
quedó como fuera de sí. Y hasta el duque Jorge exclamó con voz tan alta que se pudo oír en toda la sala: “¡Válgame la
pestilencia!”. Disputaron después acerca del purgatorio, sobre las indulgencias, el arrepentimiento y las doctrinas que con
éstas tenían relación. Los debates terminaron el 15 de Julio. El Dr. Eck, siguiendo su costumbre, se atribuyó la victoria con
grandes alardes de triunfo; mas todos vieron que en los puntos principales había tenido que ceder a la ciencia y a los
argumentos de Lutero.

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La controversia de Leipzig

Pero esta controversia dio un gran impulso a la causa de la Reforma. Se había hablado sobre el papado, sus errores y
abusos, con una claridad y franqueza inusitadas, y dichos errores se habían hecho más patentes que nunca. Y, por otro lado,
las verdades allá proclamadas habían impresionado a muchos de los oyentes. Uno de los resultados más importantes fue que
un joven colega de Lutero en la Universidad de Wittemberg, Felipe Melanchton, en el curso de estos debates se decidiera
completamente en favor de la doctrina de Lutero. Este catedrático, joven de veintidós años, contribuyó desde entonces a la
Reforma con la riqueza de sus conocimientos, y pronto llegó a ser, después de Lutero, el instrumento más importante de ella.
Ahora bien, como los debates de Leipzig no habían tenido un fin decisivo, continuó la lucha por medio de la pluma
levantándose contra Lutero un verdadero torbellino de escritos. Pero tampoco faltaron amigos que le ayudasen, publicando
multitud de artículos o folletos en que atacaban severamente la ignorancia y los vicios del clero. Hasta los nobles de
Alemania le ofrecieron el apoyo de su espada; Silvestre de Schaumburgo, caballero piadoso y Francisco de Sickringen, la flor
y nata de la nobleza Alemana, le ofrecieron sus castillos como lugares de refugio, y pusieron a su disposición sus servicios,
sus bienes, sus personas, y todo cuanto poseían. Ulrico de Hutten escribía: “¡Despierta, noble libertad! Y si acaso surgiese
un impedimento cualquiera en estas cosas que ahora tratáis con tanta seriedad y ánimo tan piadoso, por lo que veo y oigo,
por cierto que lo sentiría. En todas ellas os prestaré gustoso mi concurso, cualquiera que sea el éxito os ayudaré fielmente y
con todo mi poder; ya podéis revelarme sin miedo alguno todos vuestros propósitos y confiarme toda vuestra alma. Con la
ayuda de Dios queremos proteger y conservar nuestra libertad, y salvar confiadamente nuestra patria de todas las
vejaciones que hasta ahora la han oprimido y molestado. Ya veréis cómo Dios nos ayuda”. En sus escritos Lutero no solo
lucho contra los abusos del poder papal, sino contra el mismo papado. Exhorta a la nación a librarse de las cadenas de Roma,
a quitar al Papa la influencia que hasta entonces ejerciera sobre la iglesia alemana, privarle de las enormes sumas que sacaba
de este país, conceder otra vez a los sacerdotes la libertad de casarse, reformar los conventos y suprimir los de las órdenes
mendicantes. Con el dolor de un corazón cristiano, y con el justo enojo de un corazón alemán, emplaza al Papa y le acusa de
que con sus indulgencias había enseñado a ser perjura e infiel a una nación fiel y noble.

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