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EL APOGEO DE LA VIDA MONÁSTICA EN
COMUNIDADES BAJO LA INFLUENCIA DE BENITO
“Tú, quienquiera que seas, que corres hacia la patria celestial, practica con la ayuda de Cristo esta pequeña Regla, y
entonces llegarás, Dios mediante, a las más elevadas cumbres de la doctrina y la virtud”.

Benito de Nursia

o podemos dejar de estudiar este periodo de la iglesia cristiana sin dejar de mencionar el apogeo que la vida
monástica tuvo debido a las reformas de un monje llamado Benito de Nursia, (480-547). Benito nació en
la pequeña aldea italiana de Nursia, alrededor del año 480, en el seno de una familia aristócrata de Roma.
Respecto a sus primeros años como monje Justo L. González dice: “Cuando tenía unos veinte años de edad, Benito se retiró
a vivir solo en una cueva, donde se dedicó a un régimen de vida en extremo ascético. Allí llevó una lucha continua contra las
tentaciones. Durante esta época, nos cuenta su biógrafo Gregorio el Grande, el futuro creador del monaquismo benedictino
se sintió sobrecogido por una gran tentación carnal. Una hermosa mujer a quien había visto anteriormente se le presentó
ante la imaginación con tal claridad que Benito no podía contener su pasión, y llegó a pensar en abandonar la vida
monástica. Entonces, nos dice Gregorio: “recibió una repentina iluminación de lo alto, y recobró el sentido, y al ver una
maleza de zarzas y ortigas se desnudó y se lanzó desnudo entre las espinas de las zarzas y el fuego de las ortigas. Después de
estar allí dando vueltas mucho tiempo, salió todo llagado… A partir de entonces… nunca volvió a ser tentado de igual
modo”. Pronto la fama de Benito fue tal que un grupo numeroso de monjes se reunió alrededor suyo. Benito los organizó en
grupos de doce monjes cada uno. Este fue su primer intento de organizar la vida monástica, aunque tuvo que ser
interrumpido cuando algunas mujeres disolutas invadieron la región. Benito se retiró entonces con sus monjes a
Montecasino, un lugar tan apartado que todavía quedaba allí un bosque sagrado, y los habitantes del lugar seguían
ofreciendo sacrificios en un antiguo templo pagano. Lo primero que Benito hizo fue poner fin a todo esto talando el bosque y
derribando el altar y el ídolo del templo”. Fue así como Benito organizo un monasterio de hombres en ese lugar, y con la
ayuda de su hermana gemela Escolástica, organizo otro para mujeres, dando así un mayor impulso a la vida monástica en
grupos. Quizás una de la contribuciones de mayor peso que Benito hizo fue la de establecer la Regla de San Benito o regla
benedictina la cual es una regla monástica que escribió a principios del siglo VI destinada a regular la vida de los monje en el
monasterio. Hasta ese momento la vida monástica era dura y hasta cierto punto inhumano enfocado prácticamente en la
autoflagelación y tortura del cuerpo. Sin embargo, Benito estableció reglas más equilibradas que no abusaban de las
limitaciones humanas donde por ejemplo aprobaba que a los monjes se les diera una almohada y cobertor para dormir, los
horarios de trabajo y las debidas consideraciones de acuerdo a la edad o condición física de aquel a quien se le asignaba la
tarea, las horas de estudio doctrinal, el recital de salmos y adoración, la dieta, y sobre todo la obediencia al abad (figura de
autoridad entre los monjes). Justo L. González añade: “El abad, empero, no ha de ser un tirano, pues el mismo título de
“abad” quiere decir “padre”. Como padre o pastor de las almas que se le han encomendado, el abad tendrá que rendir
cuentas de ellas en el juicio final. Por ello su disciplina no ha de ser excesivamente severa, pues su propósito no es mostrar
su poder, sino traer a los pecadores de nuevo al camino recto. Para gobernar el monasterio, el abad contará con “decanos”,
y éstos serán los primeros en amonestar secretamente a los monjes que de algún modo incurran en falta. Si tras dos
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amonestaciones no se enmiendan, se les reprenderá delante de todos. Los que aún después de tales amonestaciones
perseveren en sus faltas, serán excomulgados”.
Debido a lo práctico de sus reglas y las consideraciones a las limitaciones humanas, estas tuvieron gran éxito a tal
punto que se retomaron en la mayoría de los futuros monasterios iniciando así una orden conocida como la orden
benedictina. Durante toda su vida como monje, Benito fue altamente apreciado hasta el día de su muerte. Cuenta la tradición
que Benito fue anunciado de alguna manera de su pronta muerte y seis días antes del fin, les pidió a sus discípulos que
cavaran su tumba. Tan pronto como estuvo hecha fue atacado por la fiebre. El 21 de marzo del año 543, durante las
ceremonias del Jueves Santo, junto a sus monjes, murmuró unas pocas palabras de oración y murió de pie en la capilla, con
las manos levantadas al cielo. Sus últimas palabras fueron: “Hay que tener un deseo inmenso de ir al cielo”. Fue enterrado
junto a Escolástica, su hermana, en el sitio donde antes se levantaba el altar de Apolo, que él había destruido. Dos de sus
monjes estaban lejos de allí orando, y de pronto vieron una luz esplendorosa que subía hacia los cielos y exclamaron:
“Seguramente es nuestro Padre Benito, que ha volado a la eternidad”. Era el momento preciso en el que moría el monje.
Quizás una de sus mayores contribuciones a la iglesia, lejos de la idea errónea de encerrarse en un monasterio, fue la
disciplina que inculco en las oraciones y lectura de la Biblia en un tiempo de tinieblas donde su lectura se había abandonado
completamente, era un requisito para todos los mojes benedictinos el recitarla y memorizar pasajes, especialmente los
Salmos, algo que influyo en futuros monjes como Martin Lutero que traerían luego la reforma sobre la iglesia del Señor.
LA EXTREMA DECADENCIA ESPIRITUAL DE ESTE

PERIODO

“Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio;
y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos”.

Oseas 4:6
efinitivamente este periodo se caracterizó no solo por la decadencia espiritual que lo caracterizo sino por
una serie de doctrinas heréticas que se introdujeron en medio de la iglesia. Aquella iglesia interesada en
engrandecer el nombre de Cristo fue desapareciendo paulatinamente, hoy sus obispos amaban los títulos de
poder y ya vimos como el papado llego a influir en esta manera de pesar. La falta de lectura de la palabra se fue creciendo
cada día más, a tal punto que la superstición y herejías se introdujeron en el nombre de Dios engañando a miles de personas
que creían fielmente a todas estas cosas. Aquí enmarca perfectamente aquel pasaje del profeta Oseas: “Mi pueblo fue
destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque
olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos”, (Oseas 4:6). Al cerrarle al pueblo la puerta del evangelio, la
Iglesia Católica comenzó a introducir una serie de creencias que lejos de ser bíblicas los arrastraban a la condenación eterna.
Veamos en detalle estas doctrinas y practicas heréticas.
La Mariolatría
El amor y recuerdo respetuoso que se tuvo desde el principio a la madre de Jesús, empezó a degenerar en una
superstición y culto idolátrico. Fue en el Concilio de Éfeso donde se le comenzó a llamar a María “Madre de Dios”, título
que los nestoriano negaban afirmando que ella solo podría ser madre de la parte humana de Jesús. Al final la doctrina de
Nestorio fue condenada y se fomentó el camino a la mariolatría. Un libro gnóstico del siglo tercero o cuarto, refiere la
leyenda de la asunción de María, la cual, aunque popular, era tenida sólo como leyenda, y a nadie se le ocurría hacer de ella
un hecho histórico. Pero los partidarios del culto a María empezaron a enseña que hubo tal ascensión corporal, y Gregorio de
Tours, a fines del siglo sexto, escribió como sigue: “Cuando la bienaventurada María terminó su carrera en esta vida y fue
llamada a salir de este mundo, todos los apóstoles, venidos de todas partes del mundo, estaban reunidos en su casa, y
cuando oyeron que ella debía de partir, estaban velando con ella, y he aquí el Señor Jesús vino con sus ángeles, y tomando
su alma, se la entregó a Miguel, el arcángel, y se fue. A la mañana los apóstoles tomaron el cuerpo con el lecho y lo
colocaron en un sepulcro, y velaron, esperando que el Señor viniese. Y, he aquí, el Señor apareció por segunda vez y ordenó
que fuese llevada en una nube al Paraíso, quien habiendo tomar de nuevo su alma, goza ahora de las bendiciones sin fin de
la eternidad, regocijándose con su predilecto”. La primera vez que se oró a María fue en el siglo cuarto, y durante el siglo
quinto la mariolatría estaba ya en todo su apogeo. La iglesia de Roma observa catorce fiestas que están dedicadas a María en
todo el mundo; se la recuerda todos los sábados y se le dedica todo el mes de Mayo. Además de todo esto hay otras muchas
fiestas en su honor de carácter local.
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En ninguna parte de la Escritura se dice que se tribute culto a María, o se ordena que esto se haga. Los Magos
adoraron al niño, pero no a María (Mateo 2:11). Al referirse juntamente a Jesús y a María, la Biblia siempre pone primero a
Jesús (Mateo 2:11, 13, 14, 20-21). María misma declaró que era pecadora y necesitaba un Salvador (Lucas 1:46- 47). La
última referencia que se hace a María se halla en Hechos 1:14.
Invocación de los Santos
La costumbre de invocar a los santos tuvo origen en la exagerada veneración de que eran objeto los mártires y otros
héroes de la fe. Las iglesias empezaron dedicando ciertos días del año para recordar los sufrimientos que los tales habían
soportado, y se daba gracias a Dios porque tales hombres habían militado entre los cristianos, mostrando así que la fe que
profesaban puede crear energía y valor. Se exhortaba al pueblo a imitar sus virtudes y seguir sus huellas. Los discursos que se
hacían en las iglesias, ensalzando con demasía a estos mártires, bajo el influjo de la hipérbole oratoria, fue creando la idea de
que eran seres casi divinos; y pronto se estableció la costumbre de invocarlos como intercesores y mediadores, olvidándose la
enseñanza de que Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, según lo establece Pablo en su epístola a Timoteo.
La Eucaristía (Doctrina de la transubstanciación)
Hemos visto cómo la cena del Señor era el centro del culto cristiano, y así continúa siendo aún en este período de
innovaciones y cambios, aunque ya pueden hallarse algunas ideas que cambian fundamentalmente el carácter de ésta
ordenanza. Se empieza a creer en la presencia real, y los elementos no se miran como símbolos del cuerpo y sangre del Señor.
En tiempos de Crisóstomo, vemos en sus obras, que aún no se conocía la costumbre de privar a los miembros de las iglesias
de la participación del vino. La doctrina de la transubstanciación apareció, de hecho, por primera vez en el año 830, y aun
entonces las ideas que se tenían acerca de ella eran muy vagas y diferían unas de otras. La palabra transubstanciación no se
hizo de uso común sino hasta el año 830, y la doctrina siguió en disputa aun después de esa fecha. El Papa Inocencio III la
promulgó en 1215, y fue declarada artículo de fe en 1551 por el Concilio de Trento, que anatematizó a cualquiera que la
negara o pusiera en duda.
El Purgatorio
La idea de un fuego donde las almas tengan que purificarse después de la muerte, es ajena y contraria a las doctrinas
del Nuevo Testamento, que enseñan que la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado. El primer cristiano que menciona un
fuego purificador es Orígenes, quien sostenía la doctrina de la salvación universal y restauración final de todas las cosas.
Gregorio el Grande es el primero que habla del purgatorio como de doctrina cristiana. Pronto se añade a ella la idea de que
las oraciones podían ayudar a los que estaban en este fuego. Esta innovación demuestra que había decaído la confianza en el
valor infinito de los méritos de Cristo, que excluyen toda obra humana, y hacen inútil todo otro sacrificio.
Templos e Imágenes
La riqueza siempre creciente de las iglesias, y los continuos donativos de príncipes y ofrendas de ricos y pobres,
facilitaban la construcción de edificios artísticos destinados al culto, y cada vez se daba más importancia al lugar donde éste
se celebraba. Las primeras estatuas y pinturas introducidas en estos edificios dieron lugar a muchas y largas controversias,
aun cuando se destinaban sólo al ornato y a la instrucción del pueblo, y en ningún caso a la adoración o veneración. Pero en
las comunidades que acababan de salir de la idolatría, estas representaciones no podían sino ser un tropiezo a los indoctos. Un
obispo de Marsella, viendo que las imágenes conducían a la idolatría, mandó destruirlas, y cuando el caso llegó a oídos del
papa Gregorio, éste le escribió diciendo que lo alababa por su celo contra la adoración de cosas hechas con manos, aunque no
aprueba su conducta y sostiene que las imágenes son los libros de los ignorantes. “Si alguien quiere hacer imágenes —
dice— no se lo impidas, pero por todos los medios impide el culto de las imágenes”. Justo L. Gonzalez nos comenta
restpecto a esto: “En el año 754, el hijo de León, Constantino V, convocó un concilio que prohibió el uso de imágenes en el
culto, y condenó a los que habían salido en defensa de ellas, especialmente al patriarca Germán de Constantinopla y al
famoso teólogo Juan de Damasco. Así surgieron dos partidos, que recibieron los nombres de “iconoclastas” (destructores de
imágenes) e “iconodulos” (adoradores de imágenes). Los argumentos de los iconoclastas se basaban en los pasajes bíblicos
que prohíben la idolatría, particularmente Éxodo 20:4-5… La controversia continuó durante varios años. Aunque
teóricamente los edictos imperiales eran válidos en todo el antiguo Imperio Romano, de hecho el Occidente nunca los aplicó,
mientras que en el Oriente la iglesia se dividió. Por fin, cuando la regencia cayó sobre los hombros de la emperatriz Irene,
ésta cambió la política imperial con respecto a las imágenes, y entre ella, el patriarca Tarasio de Constantinopla y el papa
Adriano convocaron a un concilio. Esta asamblea tuvo lugar en Nicea en el año 787, y recibe el nombre de Séptimo Concilio

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Ecuménico. Este concilio restauró el uso de las imágenes en las iglesias, al mismo tiempo que estableció que no eran dignas
de la adoración debida sólo a Dios (en griego, latría), sino de una adoración o veneración inferior (en griego, dulía)”. Estas
pinturas fueron matando el verdadero carácter del culto cristiano, y llevando al pueblo a una nueva forma de paganismo. Las
imágenes adquirieron gran valor ante los ojos de los adoradores, y pronto se llegó a confiar en ellas mismas y a creerlas
milagrosas. La imaginación popular se encendía al oír los relatos de las maravillas que se les atribuían y la gente iba cada vez
más depositando en ellas su confianza.

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