La sana doctrina, como su nombre indica, es: la sana enseñanza evangélica que sana el alma. Sana doctrina o doctrina que sana del pecado, porque nuestro Salvador no vino a hacer milagros u otras cosas portentosas per se, sino a salvar pecadores. Más aún, el mandato apostólico es que a medida que se acerque el fin del mundo, y la apostasía crezca, la principal labor de la Iglesia del Señor Jesús no son las actividades, sino aumentar la predicación de la sana doctrina. Así se lo hace saber Pablo a su discípulo: “Predica la palabra. Insiste a tiempo y fuera de tiempo. Amonesta, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción” (2 Tim. 4:2), esto es, si hay mucha iniquidad en la naciones, entonces que abunde la sana doctrina de nuestra parte, porque ella es la doctrina que sana del pecado. Dios ha dado un único remedio para sanar el alma, la sana doctrina.
Definiendo el concepto
¿Qué es la sana doctrina? En sentido evangélico y en breve: “La sana doctrina es aquella enseñanza que exalta a Cristo alto, y echa al pecador bajo”. Esto ha de ser insistido una y otra vez, porque vivimos en un mundo saturado de publicidad, la cual está dando certificación al quehacer humano. En no pocos casos si el predicador no es famoso, le daríamos poca atención. Para las cosas ser aceptadas se ha impuesto que han de ser impresionantes, famosas o hacer mucha bulla. Tal proceder es contrario a la vida cristiana. En particular, es opuesto a la sana doctrina, cuya gloria es Cristo y solo Cristo, pero en no pocos casos las verdades serían aceptadas por el medio de publicidad usado para difundirla, o por lo que dijo este o aquel famoso predicador, como si fueran artistas, no siervos.
Algunos ministerios han diseñado un departamento para promocionar sus líderes, especialmente en las redes sociales. Para los tales, su fama personal o de su servicio es más importante que la gloria del Salvador. Por el contrario, la sana doctrina, hace al pecador nada en nada, y Cristo todo en todo. Enfoco como confiesa un creyente saturado de sana doctrina: “Soy menos que el más pequeño de todos los santos” (Ef. 3:8).
Sana doctrina es balanceada
Tampoco consiste en predicar o enseñar sobre una doctrina en particular, sino mantener el debido balance en todas, de tal manera que el centro sea Cristo, y no la doctrina que se enfatiza. Algunos son muy inclinados con la doctrina de la elección, parcial o total, en exclusión de otras doctrinas. Otros sobre enfatizan el calvinismo, y expresan menosprecio por otros hermanos no tan instruidos. La elección es una doctrina gloriosa, pero como muchas otras doctrinas requiere fe para poder ser recibida con el debido confort. Muchos somos consolados con esta doctrina, otros no tanto. Hay no pocos hermanos, y sobre todo en nuestro mundo hispano, que tienen años de atraso en su instrucción bíblica, o que aún no son capaces de decir: “Cristo es mi Cabeza, Él me eligió”. La doctrina puede ser creída y Cristo siendo formado en el corazón. Por tanto, sería falta de amor cristiano condenar a una persona porque aún no ha aceptado la doctrina de la elección. No es algo nuevo que muchos verdaderos creyentes todavía tengan un conocimiento imperfecto de Cristo y Sus doctrinas, si no, pregúntele a los hermanos en Galacia.
Predicar la doctrina de la elección, o la soberanía de Dios y al mismo tiempo excluir el entusiasmo de Cristo en recibir a los pecadores, lejos de ser sana doctrina, traería el efecto contrario, remacharía las cadenas del pecador, y sería harto difícil que él acepte en su corazón que se cayeron sus cadenas, y en su alma se instaló la gozosa libertad de Cristo. El Señor Jesús no solo es el Salvador, sino que se deleita en salvar. Los que aún tienen poco conocimiento de la doctrina de la elección y de la justificación por fe, ven las cosas como árboles que se mueven, pero cuando tengan un conocimiento más claro, recibirán esta doctrina con gozo, gratitud y deleite.
La sana doctrina une a la Iglesia
Cuando uno lee el Nuevo Testamento no será difícil notar que las cartas de los apóstoles, con su contenido de doctrinas, llegaron a los hermanos después de su conversión. Más aún, no es extraño que un creyente tenga años en la fe, y su experiencia piadosa sea la de un año varias veces, o que poco ha crecido. De donde se infiere: “Que los errores de la cabeza no son mi negativa de que el corazón necesitaría ser corregido”. Dicho con otras palabras, que no pocos errores en la mente pueden coexistir con un corazón devoto y lleno de vitalidad por Cristo. “Dios pesa los corazones, no la cabeza”. Muchos mártires fueron ignorantes de ciertas doctrinas, sin embargo morían contentos por amor a su Salvador Jesús.
En un corazón con sana doctrina, la diversidad de opiniones, más que engendrar resentimiento o intolerancia, debe producir amor; si un hermano tiene toda su esperanza de salvación solo en Cristo, aun cuando no vea muy claro las doctrinas de la Gracia, debemos tratarle con amor y ternura. Porque Dios no juzga a nadie por el conocimiento que tiene en su cabeza, sino por lo que hay en el corazón. Baste notar que las cartas a las iglesias del NT son diferentes, diversas; aquí cabe la exhortación apostólica: “Todos los que somos perfectos, tengamos esta misma actitud; y si en algo tenéis una actitud distinta, eso también os lo revelará Dios” (Fil.3:15), esto es, unidos en la diversidad.
Fe sin contención
Una de las hermosuras de la Sana Doctrina es que nos permite contender ardientemente por la fe sin ser contenciosos, y sin pisotear derechos de la conciencia ajena. La gracia es un poder humilde y dulce, y si empleamos más aceite, y menos vinagre, las buenas palabras de la gracia serían agradables y potentes. El método de la gracia es tierno, suaviza y subyuga, mientras que otras maneras corroen y corrompen. Podemos conservar nuestras convicciones, y al mismo tiempo mantener la sinceridad del amor cristiano.
En sentido evangélico y en breve: “La sana doctrina es aquella enseñanza que exalta a Cristo alto, y echa al pecador baja”. Amén.