Estudio Nehemias Ley Santuario
Acerca de las clases

El Lugar Santo
PP pg. 315.3 – “El edificio se dividía en dos secciones mediante una bella y rica
cortina, o velo, suspendida de columnas doradas; y una cortina semejante a la
anterior cerraba la entrada de la primera sección. Tanto estos velos como la
cubierta interior que formaba el techo, eran de los más magníficos colores, azul,
púrpura y escarlata, bellamente combinados, y tenían, recamados con hilos de oro y
plata, querubines que representaban la hueste de los ángeles asociados con la obra
del santuario celestial, y que son espíritus ministradores del pueblo de Dios en la
tierra.”
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“En el primer
departamento, o lugar
santo, estaban la mesa para
el pan de la proposición, el
candelero o la lámpara y el
altar del incienso.
«La mesa del pan de la proposición estaba
hacia el norte. Así como su cornisa decorada,
estaba revestida de oro puro. Sobre esta mesa
los sacerdotes debían poner cada sábado doce
panes, arreglados en dos pilas y rociados con
incienso. Por ser santos, los panes que se
quitaban, debían ser comidos por los sacerdotes.
“Al sur, estaba el candelero de siete
brazos, con sus siete lámparas. Sus
brazos estaban decorados con flores
primorosamente labradas y parecidas a
lirios; el conjunto estaba hecho de una
pieza sólida de oro. Como no había
ventanas en el tabernáculo, las lámparas
nunca se extinguían todas al mismo
tiempo, sino que ardían día y noche.
“Exactamente frente al velo que separaba el lugar santo del
santísimo y de la inmediata presencia de Dios, estaba el altar de
oro del incienso. Sobre este altar el sacerdote debía quemar
incienso todas las mañanas y todas las tardes; sobre sus cuernos
se aplicaba la sangre de la víctima de la expiación, y el gran día
de la expiación era rociado con sangre. El fuego que estaba sobre
este altar había sido encendido por Dios mismo, y se mantenía
como sagrado. Día y noche, el santo incienso difundía su
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fragancia por los recintos sagrados del tabernáculo y por sus alrededores.”
El Lugar Santísimo
PP pg. 316.3 – “Más allá del velo interior estaba el lugar santísimo que era el
centro del servicio de expiación e intercesión, y constituía el eslabón que unía el
cielo y la tierra. En este departamento estaba el arca, que era un cofre de madera de
acacia, recubierto de oro por dentro y por fuera, y que tenía una cornisa de oro
encima. Era el repositorio de las tablas de piedra, en las cuales Dios mismo
había grabado los Diez Mandamientos. Por consiguiente, se lo llamaba arca del
testamento de Dios, o arca de la alianza, puesto que los Diez Mandamientos eran
la base de la alianza hecha entre Dios e Israel.
“La cubierta del arca sagrada se
llamaba ‘propiciatorio’. Estaba
hecha de una sola pieza de oro,
y encima tenía dos querubines
de oro, uno en cada extremo. Un
ala de cada ángel se extendía
hacia arriba, mientras la otra
permanecía plegada sobre el
cuerpo (véase Ezequiel 1:11) en
señal de reverencia y
humildad. La posición de los
querubines, con la cara vuelta el
uno hacia el otro y mirando
reverentemente hacia abajo
sobre el arca, representaba la
reverencia con la cual la hueste celestial mira la ley de Dios y su interés en el plan de
redenciones.
“Encima del propiciatorio estaba la shekinah, o manifestación de la divina presencia;
y desde en medio de los querubines Dios daba a conocer su voluntad. Los mensajes
divinos eran comunicados a veces al sumo sacerdote mediante una voz que salía de
la nube. Otras veces caía una luz sobre el ángel de la derecha, para indicar
aprobación o aceptación, o una sombra o nube descansaba sobre el ángel de la
izquierda, para revelar desaprobación o rechazo.
“La ley de Dios, guardada como reliquia dentro del arca, era la gran regla de la
rectitud y del juicio. Esa ley determinaba la muerte del transgresor; pero encima
de la ley estaba el propiciatorio, donde se revelaba la presencia de Dios y desde el
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cual, en virtud de la expiación, se otorgaba
perdón al pecador arrepentido. Así, en la
obra de Cristo en favor de nuestra
redención, simbolizada por el servicio del
santuario, ‘la misericordia y la verdad se
encontraron; la justicia y la paz se
besaron’ (Salmos 85:10).
“No hay palabras que puedan describir la
gloria de la escena que se veía dentro del
santuario, con sus paredes doradas que
reflejaban la luz de los candeleros de oro,
los brillantes colores de las cortinas
ricamente bordadas con sus relucientes
ángeles, la mesa y el altar del incienso
refulgentes de oro; y más allá del segundo
velo, el arca sagrada, con sus querubines
místicos, y sobre ella la santa shekinah,
manifestación visible de la presencia de
Jehová; pero todo esto era apenas un
pálido reflejo de las glorias del templo de Dios en el cielo, que es el gran
centro de la obra que se hace en favor de la redención del hombre.”
El Lugar Santo y el Lugar Santísimo en el Santuario Celestial
CS pg. 465/4 (409.2) – “San Pablo dice que el primer tabernáculo ‘era una parábola
para aquel tiempo entonces presente; conforme a la cual se ofrecían dones y
sacrificios’; que sus santos lugares eran ‘representaciones de las cosas
celestiales’; que los sacerdotes que presentaban las ofrendas según la ley,
ministraban lo que era ‘la mera representación y sombra de las cosas celestiales,’ y
que ‘no entró Cristo en un lugar santo hecho de mano, que es una mera
representación del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora
delante de Dios por nosotros’ (Hebreos 9:9, 23; 8:5; 9:24).”
Tanto el lugar santo, como el lugar santísimo, del santuario terrenal, eran sombra y
figura del Lugar Santo y del Lugar Santísimo del verdadero—Santuario Celestial.
CS pg. 466/1 (409.3) – “El santuario celestial, en el cual Jesús ministra, es el gran
modelo, del cual el santuario edificado por Moisés no era más que trasunto. Dios
puso su Espíritu sobre los que construyeron el santuario terrenal. La pericia
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artística desplegada en su construcción fue una manifestación de la sabiduría
divina. Las paredes tenían aspecto de oro macizo, y reflejaban en todas direcciones
la luz de las siete lámparas del candelero de oro. La mesa de los panes de la
proposición y el altar del incienso relucían como oro bruñido. La magnífica cubierta
que formaba el techo, recamada con figuras de ángeles, en azul, púrpura y escarlata,
realzaba la belleza de la escena. Y más allá del segundo velo estaba la
santa shekina, la manifestación visible de la gloria de Dios, ante la cual sólo el sumo
sacerdote podía entrar y sobrevivir.
“El esplendor incomparable del tabernáculo terrenal reflejaba a la vista humana la
gloria de aquel templo celestial donde Cristo nuestro precursor ministra por
nosotros ante el trono de Dios. La morada del Rey de reyes, donde miles y miles
ministran delante de él, y millones de millones están en su presencia (Daniel 7:10);
ese templo, lleno de la gloria del trono eterno, donde los serafines, sus flamantes
guardianes, cubren sus rostros en adoración, no podía encontrar en la más
grandiosa construcción que jamás edificaran manos humanas, más que un pálido
reflejo de su inmensidad y de su gloria. Con todo, el santuario terrenal y sus
servicios revelaban importantes verdades relativas al santuario celestial y a la
gran obra que se llevaba allí a cabo para la redención del hombre.
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“Los lugares santos del santuario celestial están representados por los dos
departamentos del santuario terrenal. Cuando en una visión le fue dado al
apóstol Juan que viese el templo de Dios en el cielo, contempló allí ‘siete lámparas
de fuego ardiendo delante del trono’ (Apocalipsis 4:5). Vio un ángel que tenía ‘en su
mano un incensario de oro; y le fue dado mucho incienso, para que lo añadiese a las
oraciones de todos los santos, encima del altar de oro que estaba delante del
trono’ (Apocalipsis 8:3). Se le permitió al profeta contemplar el primer
departamento del santuario en el cielo; y vio allí las ‘siete lámparas de fuego’ y el
‘altar de oro’ representados por el candelabro de oro y el altar de incienso en el
santuario terrenal. De nuevo, ‘fue abierto el templo de Dios’ (Apocalipsis 11:19), y
miró hacia adentro del velo interior, el lugar santísimo. Allí vio ‘el arca de su pacto,’
representada por el cofre sagrado construido por Moisés para guardar la ley de
Dios.”
El sacerdocio
PP pg. 320.2 – “No solo el santuario mismo, sino también el ministerio de los
sacerdotes, debía servir ‘de figura y sombra de las cosas celestiales’ (Hebreos
8:5). Por eso era de suma importancia; y el Señor, por medio de Moisés, dio las
instrucciones más claras y precisas acerca de cada uno de los puntos de este culto
simbólico.
“El ministerio del santuario estaba dividido en dos partes: un servicio diario y
otro anual. El servicio diario se efectuaba en el altar del holocausto en el atrio del
tabernáculo, y en el lugar santo; mientras que el servicio anual se realizaba en el
lugar santísimo.”
El ministerio sacerdotal del santuario terrenal consistía en dos partes:
1. Un Servicio Diario (Éxodo 29:38-39) y
2. Un Servicio Anual (Levítico 23:27).
El Servicio Diario
Tal como el nombre lo indica, el Servicio Diario se realizaba diariamente, primero en
el atrio y luego en el Lugar Santo del santuario propiamente dicho. En el atrio el
sacerdote preparaba el incienso (Éxodo 30:34-36) y con ese incienso molido
entraba al Lugar Santo primeramente a quemar incienso en el altar del incienso dos
veces al día (Éxodo 30:7-8). Después de haber quemado el incienso, el sacerdote
terrenal debía limpiar las lámparas del candelero uno por uno (Levítico 24:4).
Debido a que el tabernáculo no tenía ventanas, las lámparas nunca se extinguían
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todas al mismo tiempo. Entonces el sacerdote limpiaba y despabilaba cada
lámpara y luego aderezaba las lámparas con aceite puro de oliva (Levítico 24:2-3;
Éxodo 30:7-8). En esas condiciones las lámparas ardían día y noche.
PP pg. 366/1 (321.2) – “El incienso, que ascendía con las oraciones de Israel,
representaba los méritos y la intercesión de Cristo, su perfecta justicia, la cual por
medio de la fe es acreditada a su pueblo, y es lo único que puede hacer el culto de los
seres humanos aceptable a Dios.”
PP pg. 365/4 (321.1) – “Al presentar la ofrenda del incienso, el sacerdote se
acercaba más directamente a la presencia de Dios que en ningún otro acto de los
servicios diarios.”
El incienso era un símbolo de la vida de obediencia perfecta y perpetua (Ezequiel
20:1) al Decálogo que Cristo vivió en esta tierra como Hombre. Por medio del
incienso—un elemento completamente ajeno y foráneo al israelita—debía enseñar
al israelita a tener fe en una ofrenda ajena para su justificación, una justicia ajena
que no era parte de su propia experiencia personal.
Luego de quemar incienso en el altar del incienso dentro del Lugar Santo, el
sacerdote debía aumentar aceite a lámparas. El aceite era un símbolo del Espíritu
Santo (Zacarías 4:2-3, 6; Mateo 25:4), y de la lluvia temprana y tardía (Joel 2:23,
28;29). Las lámparas del Lugar Santo eran una representación de las lámparas
originales que se encuentran en el Lugar Santo del Santuario Celestial (Apocalipsis
4:5).
El acto de quemar el sacerdote el incienso en el altar del incienso que se encontraba
en el lugar santo primero, era una representación del trabajo que Cristo, al ascender
al cielo y al entrar al Lugar Santo del Santuario Celestial, iba a empezar a hacer:
presentar su vida de obediencia perfecta y perpetua (Hebreos 9:24; 8:3) a favor del
creyente que acepta su total incapacidad de obedecer la Ley de Dios (Juan 5:42;
Jeremías 6:10), a fin de que el hombre pueda ser aceptado o justificado diariamente
(Romanos 3:24; Efesios 1:6)—pues el sacerdote terrenal quemaba incienso
diariamente y dos veces al día. Y el israelita era aceptado diariamente dos veces al
día y como una promesa, porque la Ley demanda una vida de obediencia perfecta y
no la sabia de un árbol. Vemos que el israelita era primeramente aceptado.
El acto de aumentar el aceite después de que el sacerdote quemaba el incienso, era
una representación del cumplimiento de la promesa que Cristo dio en Juan 14:16,
26 – “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador.” “Mas el Consolador, el
Espíritu Santo, al cual el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas,
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y os recordará todas las cosas que os he dicho.” Después de que Cristo presenta
su justicia perfecta para que el hombre pueda ser justificado, Cristo cumple su
promesa de rogar al Padre para que sea dado el Consolador, y ruega con su justicia,
porque la condición para que sea dado el Espíritu Santo como agente regenerador
es obediencia perfecta (Hechos 5:32).
Las lámparas dentro del santuario terrenal eran aderezadas con aceite diariamente
por el sacerdote, dos veces al día (Éxodo 30:7-8), lo cual nos quiere enseñar que el
hombre no recibe el bautismo del Espíritu Santo una vez y para siempre, sino que
esta bendición la debe pedir y recibir diariamente (Salmos 51:10-11). El israelita
recibía el bautismo del Espíritu Santo diariamente, no como promesa sino como una
realidad (Génesis 41:38; Daniel 4:8-9, 18), y siempre como un resultado de que
primero era aceptado.
El ritual simbólico enseña que el bautismo del Espíritu Santo bajo la forma de lluvia
temprana, es un RESULTADO de estar siendo aceptados en Cristo (por su
obediencia perfecta). Ya que la demanda para que el Espíritu Santo sea otorgado es
OBEDIENCIA (Hechos 5:32), y esa obediencia es la de Cristo. No puede haber
bautismo del Espíritu Santo sin Santuario Celestial y sin el Sacerdocio de Cristo.
Por medio de este ritual simbólico Dios nos enseña que el hombre que acepta la
vigencia de la ley (los Diez Mandamientos) es justificado por fe diariamente en
base a una justicia ajena a sí mismo (la justicia u obediencia de Cristo). El israelita
debía confiar por la fe en algo que esta fuera de sí mismo—el incienso, que
simbolizaba una obediencia que estaba completamente fuera de sí mismo—la
justicia de Cristo.
PP pg. 365/4 (321.1) – “Al presentar la ofrenda del incienso, el sacerdote se
acercaba más directamente a la presencia de Dios que en ningún otro acto de los
servicios diarios. Como el velo interior del santuario no llegaba hasta el techo del
edificio, la gloria de Dios, que se manifestaba sobre el propiciatorio, era
parcialmente visible desde el lugar santo. Cuando el sacerdote ofrecía incienso ante
el Señor, miraba hacia el arca; y mientras ascendía la nube de incienso, la gloria
divina descendía sobre el propiciatorio y llenaba el lugar santísimo, y a menudo
llenaba tanto las dos divisiones del santuario que el sacerdote se veía obligado a
retirarse hasta la puerta del tabernáculo. Así como en ese servicio simbólico el
sacerdote miraba por medio de la fe el propiciatorio que no podía ver, igualmente el
pueblo de Dios ha de dirigir sus oraciones a Cristo, su gran Sumo Sacerdote, quien
invisible para el ojo humano, está intercediendo en su favor en el santuario
celestial.”
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PP pg. 365/1 (320.4) – “El servicio diario consistía en el holocausto matutino y el
vespertino, en el ofrecimiento del incienso en el altar de oro y de los sacrificios
especiales por los pecados individuales. Además, había sacrificios para los sábados,
las lunas nuevas y las fiestas especiales.”
PP pg. 365/2 (320.5) – “Cada mañana y cada tarde, se ofrecía sobre el altar un
cordero de un año, con las oblaciones apropiadas de presentes, para simbolizar la
consagración diaria a Dios de toda la nación y su constante dependencia de la
sangre expiatoria de Cristo. Dios les indicó expresamente que toda ofrenda
presentada para el servicio del santuario debía ser ‘sin defecto’ (Éxodo 12:5). Los
sacerdotes debían examinar todos los animales que se traían como sacrificio, y
rechazar los defectuosos. Solo una ofrenda “sin defecto” podía simbolizar la perfecta
pureza de Aquel que había de ofrecerse como ‘cordero sin mancha y sin
contaminación’ (1 Pedro 1:19).”
El animal a sacrificar, además de ser un sacrificio, era también una ofrenda—pues
debía ser sin defecto alguno. Esta simbólica perfección apuntaba a la perfección de
Cristo: una perfección que va más allá de su vida de obediencia perfecta, pues
incluye también su naturaleza sin mancha de pecado—“un cordero sin mancha y
sin contaminación.” Para poder ser nuestro SUSTITUTO EN LA VIDA, debía ser
nuestro sustituto desde el vientre—y ser engendrado por Dios mismo para ser
engendrado sin mancha de pecado (Lucas 1:35), a diferencia de todo descendiente
de Adán que es engendrado con una naturaleza pecaminosa y por ende: bajo
condenación, pues la Ley condena también nuestro estado de ser.
Así como con la ofrenda del incienso, el trabajo del sacerdote empezaba en el atrio y
no terminaba allí, sino que continuaba dentro del santuario—en el lugar santo, así
también con el sacrificio por los pecados, el trabajo del sacerdote empezaba en el
atrio (donde era sacrificado el animal) y no terminaba allí, sino que continuaba
dentro del santuario—en el lugar santo.
PP pg. 367/3 (322.3) – “La parte más importante del servicio diario era la que se
realizaba en favor de los individuos. El pecador arrepentido traía su ofrenda a la
puerta del tabernáculo, y colocando la mano sobre la cabeza de la víctima, confesaba
sus pecados; así, en un sentido figurado, los trasladaba de su propia persona a la
víctima inocente. Con su propia mano mataba entonces el animal, y el sacerdote
llevaba la sangre al lugar santo y la rociaba ante el velo, detrás del cual estaba el
arca que contenía la ley que el pecador había transgredido. Con esta ceremonia y en
un sentido simbólico, el pecado era trasladado al santuario por medio de la
sangre. En algunos casos no se llevaba la sangre al lugar santo; sino que
el sacerdote debía comer la carne, tal como Moisés ordenó a los hijos de Aarón,
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diciéndoles: ‘Os la dio para llevar el pecado de la comunidad’ (Levítico 10:17).
Las dos ceremonias simbolizaban igualmente el traslado del pecado del
hombre arrepentido al santuario.”
El Servicio Diario terrenal nos enseña que NO HAY PERDÓN DE PECADOS en el
ACTO del sacrificio que se realizaba en el atrio. Todavía hacía falta el trabajo del
sacerdote y el lugar de trabajo: el santuario. El sacerdote era el único autorizado a
entrar dentro del santuario llevando el medio—que era la sangre del animal
sacrificado. El sacerdote debía rociar la sangre en el velo que separaba el lugar santo
del santísimo, pues detrás del velo se encontraba el DECALOGO—la única ley que
define qué es pecado. Por medio de este acto, el pecado que había sido trasladado
figurativamente del pecador al animal para sacrificar, era por medio de la sangre y
gracias al trabajo del sacerdote trasladado figurativamente al santuario. Es decir:
para que el pecado del israelita pudiera ser perdonado, era necesario que ese
pecado sea trasladado al santuario. Y era trasladado gracias al animal sustituto, a su
sangre, al trabajo del sacerdote y gracias al santuario. Sin estos elementos no puede
haber perdón de pecados.
Este ceremonial nos enseña que en la cruz NO HUBO PERDON DE PECADOS y
TAMPOCO HUBO JUSTIFICACION. Si bien una justificación y un perdón de pecados
como un solo paquete sin hacer distinción entre la ofrenda y el sacrificio, y además
completos ambos en la cruz fue una verdad presente para los Reformadores en el
siglo XVI—hoy ya no vivimos en el siglo XVI, y esto ya no es verdad presente para la
iglesia de Laodicea.
La verdad presente para nosotros, a partir de 1844, es una justificación diaria con
Sacerdocio de Cristo, justicia de Cristo y con Santuario Celestial. Se trata de un
perdón de pecados diario con Sacerdocio de Cristo, sangre de Cristo y con Santuario
Celestial. Nuestros pecados deben ser transferidos diariamente al Santuario
Celestial, para que—así como ocurría en el día de juicio simbólico—nuestros
pecados puedan ser expiados o borrados de nuestros registros en el día del JUICIO.
PP pg. 367/1 (322.1) – “Las horas designadas para el sacrificio matutino y
vespertino se consideraban sagradas, y llegaron a observarse como momentos
dedicados al culto por toda la nación judía. Y cuando en tiempos posteriores los
judíos fueron diseminados como cautivos en distintos países, aun entonces a la hora
indicada dirigían el rostro hacia Jerusalén, y elevaban sus oraciones al Dios de Israel.
En esta costumbre, los cristianos tienen un ejemplo para su oración matutina y
vespertina. Si bien Dios condena la mera ejecución de ceremonias que carezcan del
espíritu de culto, mira con gran satisfacción a los que lo aman y se postran de
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mañana y tarde, para pedir el perdón de los pecados cometidos y las
bendiciones que necesitan.”
Esas “bendiciones que necesitamos” diariamente, tanto de maña como tarde, es que
seamos justiciados, perdonados, y que se nos conceda al Espíritu Santo para que
pueda escribir la Ley en nuestras mentes y corazones, y para que siembre en
nosotros los frutos del espíritu (Gálatas 5:22-23), para que así podamos estar
capacitados para obedecer y andar en el camino de la genuina santificación.
PP pg. 366/2 (321.3) – “Mientras de mañana y de tarde los sacerdotes entraban en
el lugar santo a la hora del incienso, el sacrificio diario estaba listo para ser ofrecido
sobre el altar de afuera, en el atrio. Esta era una hora de intenso interés para los
adoradores que se congregaban ante el tabernáculo. Antes de acercarse a la
presencia de Dios por medio del ministerio del sacerdote, debían hacer un ferviente
examen de sus corazones y luego confesar sus pecados. Se unían en oración
silenciosa, con los rostros vueltos hacia el lugar santo. Así sus peticiones ascendían
con la nube de incienso, mientras la fe aceptaba los méritos del Salvador prometido
a quien simbolizaba el sacrificio expiatorio.”
PP pg. 367/2 (322.2) – “El pan de la proposición se conservaba siempre ante la
presencia del Señor como una ofrenda perpetua. De manera que formaba parte del
sacrificio diario, y se llamaba el pan de la proposición’ o el pan de la presencia,
porque estaba siempre ante el rostro del Señor. Lo dicho en Éxodo 25:30 era un
reconocimiento de que el hombre depende de Dios tanto para su alimento temporal
como para el espiritual, y de que se lo recibe únicamente gracias a la mediación
de Cristo. En el desierto Dios había alimentado a Israel con el pan del cielo, y el
pueblo seguía dependiendo de su generosidad, tanto en lo referente a las
bendiciones temporales como a las espirituales. El maná, así como el pan de la
proposición, simbolizaba a Cristo, el pan viviente, quien está siempre en la presencia
de Dios para interceder por nosotros. Él mismo dijo: ‘Yo soy el pan de vida […] que
desciende del cielo’ (Juan 6:48-51). Sobre el pan se ponía incienso. Cuando se
cambiaba cada sábado, para reemplazarlo por pan fresco, el incienso se quemaba
sobre el altar como recordatorio delante de Dios.”
El Servicio Diario terrenal era para el israelita un servicio de preparación para
enfrentar el Servicio Anual o Día de Juicio, y era un servicio que además le enseñaba
al israelita a confiar en la ofrenda y el sacrificio—como todo suficiente para
satisfacer las demandas de la Ley, tanto para ser aceptado como para ser
perdonado. El israelita también debía aprender a confiar en el trabajo del sacerdote,
en el lugar de trabajo del sacerdote que era el santuario y en la misericordia de Dios
(Joel 2:13; Éxodo 34:6).
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El Servicio Diario le aseguraba al israelita:
1. Aceptación o Justificación diaria cuando el sacerdote quemaba el incienso
dentro del santuario dos veces al día (Éxodo 30:7-8; Ezequiel 20:41).
2. Perdón de pecados confesados diarios cuando el sacerdote rociaba la sangre
del Sustituto en el segundo velo (Levítico 4:16-17,20).
3. Bautismo diario del Espíritu Santo cuando el sacerdote aumentaba a las
lámparas en el lugar santo (Éxodo 30:7-8; Levítico 24:1-4; Salmo 51:10-11).
Así el verdadero israelita estaba preparado para el Servicio Anual.
PP pg. 368/1 (323.1) – “Esta (el servicio diario) era la obra que se hacía
diariamente durante todo el año. Con el traslado de los pecados de Israel al
santuario, los lugares santos quedaban manchados, y se hacía necesaria una obra
especial para quitar de allí los pecados. Dios ordenó que se hiciera expiación
para cada una de las sagradas divisiones lo mismo que para el altar. ‘Así lo limpiará
y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel’ (Levítico 16:19).”

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