El ABC de la Bilia
Acerca de las clases

DESARROLLO DE LA PERSONALIDAD

 

Tenemos que cultivar tres campos grandes en nuestra personalidad: la mente, los sentimientos y la voluntad. Dios no pide que lo hagamos solos. Su Espíritu Santo ha venido para ayudarnos con poder sobrenatural. Ilumina nuestra mente con la verdad de Dios revelada en la Biblia Satisface nuestra vida emocional con el amor de Dios revelado en Cristo. Y fortalece nuestra voluntad con el poder de Dios hecho una realidad en nuestra vida por su presencia.

 

La voluntad.

 

La voluntad es una potencia del alma que nos mueve a hacer o no hacer una cosa. Elige lo que hemos de hacer. Escoge entre el bien y el mal.

Escoge entre lo bueno y lo mejor, entre los gustos propios y el mandato divino, entre las normas de la sociedad y las bíblicas. Hace un sinnúmero de elecciones cada día. Domina nuestra conducta.

Dios nos ha dado el intelecto, la mente, para guiar la voluntad en sus decisiones. Le indica lo que debe escoger y le da las razones. La mente llena de la Palabra de Dios y con fe en ella cuenta con la iluminación del Espíritu Santo para hacer las elecciones correctas. Ora por la dirección continua del Señor y a cada rato instruye a la voluntad: Esto es lo que debes escoger. Aquellos no conviene.”

Nuestra voluntad no tiene la fuerza propia suficiente para obedecer siempre la voz del intelecto. A veces se deja vencer por los apetitos del cuerpo o por las emociones. ¡Cuántas personas quisieran dejar los vicios que les están arruinando la salud, y no pueden! ¡Y cuántas veces nosotros los cristianos hablamos palabras que después tenemos que lamentar! ¡Y cuántas veces escogemos nuestra propia comodidad en vez de hacer lo que nuestra mente nos señala como la voluntad de Dios! Quisiéramos hacerlo pero la voluntad es demasiado débil para llevar a cabo nuestros buenos deseos. El poder del Espíritu Santo es imprescindible.

Nuestro cultivo de la voluntad para hacerla producir el fruto debido empieza con su dedicación a la voluntad de Dios. Continúa con su sumisión diaria, y momento tras momento, a la autoridad de la Palabra de Dios y la dirección del Espíritu Santo. Así la Biblia llega a ser regla para toda nuestra conducta.

La voluntad rendida a Dios produce una cosecha abundante de buenas acciones. El Espíritu Santo opera a través de nosotros y trae grandes bendiciones a la humanidad. Cristianos insignificantes en sí mismos han sido usados de Dios para llevar a cabo grandes reformas sociales: la abolición de la esclavitud, el establecimiento de millares de escuelas y hospitales, libertad religiosa, leyes humanitarias y justas, asilos para los desamparados, rehabilitación de las víctimas del pecado, y un sinfín de otras obras buenas. Han predicado el amor de Dios con las palabras y con los hechos.

Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean nuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. Mateo 5:16.

Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. Mateo 6:10.

 

 

 

Los sentimientos.

 

Los seres humanos somos criaturas de fuertes emociones. Nos reímos de gozo y lloramos de pesar. Rebozamos de entusiasmo y desmayamos de desaliento. Sentimos atracción hacia algunas personas y repugnancia hacia otras. Nos consume el odio o el amor y estamos prontos para sacrificar nuestra vida por el uno o el otro.

Una de las bendiciones que el Creador nos ha dado es la capacidad de sentir y reaccionar a nuestro medio ambiente. Nuestras emociones dan sabor y calor a la vida. Pero si no las controlamos, son capaces de destruirnos.

Al “entregar el corazón a Cristo” le cedernos nuestra vida emocional. Reconocemos que somos incapaces de controlar nuestros sentimientos. Le pedimos que arranque de nuestro corazón todo lo malo y nos llene de sentimientos nobles. Cristo contesta esta oración.  

El Señor no nos quita la naturaleza emocional. La santifica. Encauza nuestras emociones por los causes correctos para que puedan ser de bendición

a otros. Aumenta nuestro gozo. Nos da una paz que no habíamos conocido antes. Nos llena de amor hacia Dios y hacia el prójimo. La tierra en este campo es fértil y produce en abundancia.

El administrador tiene que vigilar constantemente contra el retorno de

los sentimientos malos. Haced morir pues… impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia… dejad también… ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas. Colosenses 3:5, 8.   

En cambio tenemos que cultivar con toda diligencia el amor a Dios y el amor al prójimo. Dios es amor. Cuanto más lugar le damos en nuestro corazón, más abunda el amor. Se expresará en las distintas maneras que el apóstol

Pablo describe como el “fruto del Espíritu.” Si este fruto abunda en nuestra vida, cumplimos con el fin para el cual hemos sido creados, y nuestro Dueño se alegrará. Cultivemos, pues, el amor de Dios en nuestro corazón.

El amor es la raíz que produce todas las cualidades agradables a Dios en nuestra vida. El corazón lleno de amor no tiene problema con los sentimientos malos. Ya no caben. Lea 1 Corintios 13. Fortalece nuestra fe, pues confiamos en Dios porque le amamos. Fortalece nuestra voluntad también, porque queremos agradar a la persona a quien amamos. Servimos a Dios ahora, no por obligación sino por amor.

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Lucas 10:27. El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Gálatas 5:22, 23.

 

¡Qué dichoso el cristiano cuya personalidad está en perfecta armonía!

¡Pero qué volubles y dignos de lástima son aquellos seres que no han aprendido a rendir sus sentimientos a Dios! Quizás reconocen lo que deben hacer y someten su voluntad a Dios, obedeciéndole por un sentido de obligación, pero sufren de conflictos internos. Tienen una lucha constante con las emociones que se revelan contra la cruz. 

Dios ha provisto la solución. Su plan no es que la mente luche contra las emociones y las emociones contra la mente. El no quiere que suframos de una personalidad dividida. Su plan es que la mente dirija la voluntad en fe y rendición a la Palabra de Dios, luego que la mente y la voluntad juntas orienten y dominen a las emociones. Con esto logrado, servimos al Señor alegremente con ánimo y entusiasmo, de todo corazón.

Orientamos y entrenamos las emociones por la Palabra de Dios. Lo que creemos afecta nuestros sentimientos. El niño que cree que su padre le va a castigar puede llorar antes de sentir el látigo. Si cree que le va a hacer un regalo, se pone alegre aun antes de verlo. Y así nosotros, cuando llegamos a comprender los resultados del pecado y los propósitos que Dios tiene para nosotros, experimentamos un cambio en nuestra actitud. Al saber que todo lo que Dios permite obra para nuestro bien ¿cómo podemos estar tristes? Lo más natural es estar siempre gozosos, aun en medio de las pruebas, y dar gracias a Dios en todo.

 

La fe y los sentimientos.

 

 

Debemos recordar que nuestro estado de salud y las circunstancias pueden afectar nuestros sentimientos. A veces uno se siente triste y deprimido por un malestar físico. En tales circunstancias algunos cristianos han pensado: “No siento el gozo de la salvación. ¿Seré que le he perdido? Me habré apartado del Señor de alguna manera, porque me siento triste y de mal genio.

Están confundiendo las cosas, basando la fe sobre los sentimientos en vez de los sentimientos sobre la fe. La fe se basa sobre la Palabra de Dios, no sobre lo que sentimos o dejarnos de sentir. Rechazamos las dudas y temores reafirmando nuestra fe en las promesas de Dios, dándole las gracias por sus bondades, y cantando sus alabanzas. Al poco rato nuestras emociones responden y sentimos de nuevo el gozo del Señor.

 

Nuestro culto y los sentimientos.

 

 

No podemos quedar fríos y secos frente al amor que Dios nos brinda. Su presencia trae gozo rebosante a nuestro corazón. En los cultos se oyen las aleluyas y alabanzas a Dios. Nos regocijamos en el Señor. No limitamos nuestra religión a la esfera intelectual; adoramos a Dios con todo nuestro ser.

La participación de las emociones en nuestra adoración es legítima y agradable a Dios. No se degenerará en puro emocionalismo si tenemos a Cristo siempre como el punto central en nuestro culto. Es decir, honraremos a Cristo en todo, no para gozar una bendición, sino para que él sea glorificado.

 

El sentir de Cristo.

 

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús. Filipenses 2:5.

Cristo revela su verdad al mundo a través de nuestra mente y sus actividades. Revela su poder al mundo por la transformación de nuestra voluntad. Y revela su amor al mundo a través de nuestros sentimientos y actitudes. Las almas se convencen del amor de Dios al verlo demostrado en nosotros.

Cristo lloró sobre la incredulidad de Jerusalén. Su amor en nosotros nos hace llorar sobre La Paz, Lima, Buenos Aires, Habana, Río, o cualquier, ciudad o pueblo donde las almas se lanzan a la perdición. “Este sentir” nos lleva a la intercesión y al evangelismo.

El amor hizo que nuestro Salvador abandonara sus riquezas en gloria para venir a morir en nuestro lugar. Este sentir nos hace renunciar a nuestros propios deseos y conveniencias para tomar la cruz y seguirle, dondequiera que nos dirija y hasta la muerte.

 

 

CUIDADO DEL CUERPO

 

O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo… y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios1 Corintios 6:19, 20.

Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo agradable a Dios, que es vuestro culto racional. Romanos 12:1.

¿Cómo podemos presentar nuestros cuerpos a Dios en sacrificio vivo, santo y agradable a él? Abarca las responsabilidades siguientes:

 

  1. Desarrollar nuestras fuerzas físicas para ponerlas a la disposición del Señor.
  2. Emplear nuestras fuerzas físicas en actividades que agradan a Dios.
  3. Conservar nuestro cuerpo limpio, física y moralmente, como Templo del Espíritu Santo.
  4. Mantener una apariencia digna del Templo del Espíritu.

 

La conservación del cuero

 

La Biblia nos manda a amar a Dios con todas nuestras fuerzas. Es decir, debemos mostrarle nuestro amor con los hechos, empleando nuestras fuerzas físicas para su gloria. Si por algún vicio, o por nuestro descuido, debilitarnos el cuerpo, le estamos defraudando a Dios de sus derechos. El cuerpo ya no es nuestro, sino del Señor.

Si el administrador de una hacienda tiene que guardar la maquinaria en buena reparación para que trabaje bien, cuánto más nosotros debemos cuidar el cuerpo. Dios quiere que cada uno sea sano y robusto, no débil y enfermizo. Somos responsables ante él por el cuidado del cuerpo. A continuación figuran algunas de las reglas comunes de la higiene que debemos observar para gozar de buena salud:

 

  1. La limpieza y la salud van juntas. Agua y jabón para el cuerpo, la ropa y la casa.
  2. Sol y aire puro son esenciales para la salud; buena ventilación y luz en la casa.
  3. Ocho horas de sueño tranquilo cada noche.
  4. Tener una dieta balanceada, incluyendo leche, fruta, y verduras. 5. Tomar de 6 a 8 vasos de agua pura diariamente.
  5. Comer alimentos frescos y limpios. Lavar bien las frutas y verduras y proteger los alimentos de contaminaciones por polvo, moscas, cucarachas o manos sucias.
  6. Tener ejercicio físico de alguna forma diariamente. “Maquina que no trabaja se enmohece.
  7. Ser moderado en todo. No comer demasiado, ni trabajar hasta fatigarse, ni reposar más de la cuenta.
  8. Evitar toda clase de vicio y de inmoralidad.
  9. Evitar la gordura. El exceso de peso acorta la vida.
  10. Protegerse contra los rigores de la intemperie.
  11. Cultivar un espíritu amable, evitando la cólera, el afán, los celo y otras actitudes dañinas a la salud.

ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo. y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios1 Corintios 6:19, 20.

Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo agradable a Dios, que es vuestro culto racional. Romanos 12:1 ¿Cómo podemos presentar nuestros cuerpos a Dios en sacrificio vivo, santo y agradable a él? Abarca las responsabilidades siguientes:

 

  1. Desarrollar nuestras fuerzas físicas para ponerlas a la disposición del Señor.
  2. Emplear nuestras fuerzas físicas en actividades que agradan a Dios.
  3. Conservar nuestro cuerpo limpio, física y moralmente, como Templo del Espíritu Santo.
  4. Mantener una apariencia digna del Templo del Espíritu.

 

La Biblia nos manda a amar a Dios con todas nuestras fuerzas. Es decir, debemos mostrarle nuestro amor con los hechos, empleando nuestras fuerzas físicas para su gloria. Si por algún vicio, o por nuestro descuido, debilitarnos el cuerpo, le estamos defraudando a Dios de sus derechos. El cuerpo ya no es nuestro, sino del Señor.

Si el administrador de una hacienda tiene que guardar la maquinaria en buena reparación para que trabaje bien, cuánto más nosotros debemos cuidar el cuerpo. Dios quiere que cada uno sea sano y robusto, no débil y enfermizo. Somos responsables ante él por el cuidado del cuerpo. A continuación figuran algunas de las reglas comunes de la higiene que debemos observar para gozar de buena salud:

 

  1. La limpieza y la salud van juntas. Agua y jabón para el cuerpo, la ropa y la casa.
  2. Sol y aire puro son esenciales para la salud; buena ventilación y luz en la casa.
  3. Ocho horas de sueño tranquilo cada noche.
  4. Tener una dieta balanceada, incluyendo leche, fruta, y verduras.
  5. Tomar de 6 a 8 vasos de agua pura diariamente.
  6. Comer alimentos frescos y limpios. Lavar bien las frutas y verduras y proteger los alimentos de contaminaciones por polvo, moscas, cucarachas o manos sucias.
  7. Tener ejercicio físico de alguna forma diariamente. “Maquina que no trabaja se enmohece.
  8. Ser moderado en todo. No comer demasiado, ni trabajar hasta fatigarse, ni reposar más de la cuenta.
  9. Evitar toda clase de vicio y de inmoralidad.
  10. Evitar la gordura. El exceso de peso acorta la vida.
  11. Protegerse contra los rigores de la intemperie.
  12. Cultivar un espíritu amable, evitando la cólera, el afán, los celo y otras actitudes dañinas a la salud.

 

El trabajo

 

Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma. Génesis 2:15; 2 Tesalonicenses 3:10.

Cuando Dios creó al primer hombre, le dio instrucciones sobre el trabajo. Le puso como Señor sobre la creación animal. Le proveyó de condiciones óptimas para su manutención y felicidad. Pero no le dio de comer en cuchara en el Paraíso. La responsabilidad de trabajar por lo que uno come fue dada a la humanidad en el Edén. El trabajo físico es una bendición de Dios y una responsabilidad.

La administración fiel de las fuerzas físicas incluye la responsabilidad de trabajar por nuestras necesidades. Al hacerlo diligentemente, de buena voluntad, honraremos al Dueño de nuestro cuerpo. Es importante inculcar en los hijos este concepto básico, dando a cada niño alguna responsabilidad para que aprendan a trabajar.

El trabajo debe ser honrado, algo que sea de bendición a la humanidad. Dios desea el bienestar de todos. Si no fumamos porque sabemos que daña la salud y nos puede causar un cáncer ¿debemos vender cigarros a otros? ¿Agradará a Dios que trabajemos en una fabrica de cigarros?

Algunos desprecian el trabajo manual. Nuestro Señor Jesucristo, el Creador y Dueño del universo, se hizo hombre y trabajó hasta la edad de treinta años en una carpintería. ¿Será bajo nuestra dignidad hacer cualquier clase de trabajo honrado? No importa nuestro puesto, debemos estar dispuestos a cooperar con el trabajo dondequiera que estemos, empezando en casa. En su lectura de Proverbios, preste atención especial a los muchos consejos sobre la diligencia en el trabajo. Dios lo premiará.

Debemos ser cumplidores en el trabajo. ¿Se puede imaginar el carpintero de Galilea engañando a un cliente sobre la calidad de la madera, o cobrándole un precio exorbitante por un trabajo? ¿Sería él capaz de trabajar solamente cuando José y María le estaban observando, o de trabajar descuidadamente? Nosotros, sus seguidores, deseamos que cada trabajo nuestro cuente con su aprobación. Quienquiera que sea en patrón donde trabajamos, es Cristo que servimos y nuestro trabajo tiene que pasar su inspección.

Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís. Colosenses 3:22-24.

Ya hemos observado que todo lo que hace un administrador es para adelantar los intereses del dueño, pues en la prosperidad de la empresa, él también prospera.

Como administradores, o mayordomos, para Dios, debemos tener la misma actitud hacia nuestro trabajo. El motivo principal para nuestro trabajo debe ser adelantar la causa de Dios. De lo que ganamos, separamos primero la décima parte para el sostén de la obra de Dios. De lo que queda, contribuimos también ofrendas voluntarias, ayudamos a los necesitados y cubrimos las necesidades de nuestra familia.

Imposible, dicen algunos. Es que no se dan cuenta de que el Dueño suple todas las necesidades para los que le ponen a él primero. Prospera a los administradores fieles.

Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Mateo 6:33. El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga que compartir con el que tenga necesidad. Efesios 4:28.

Muchos creyentes se preguntan “¿Cómo puedo yo trabajar para el Señor? Yo no puedo predicar.” Pero al contribuir sus diezmos y ofrendas para que se predique el evangelio, están trabajando para Dios. Dan a Dios el número de horas que les costó para ganar el dinero que ofrendaron. Por medio de los diezmos cada cristiano tiene el privilegio de trabajar una hora de cada diez  para Dios de una manera muy especial.

Fuera de esto, hay muchas otras maneras de trabajar para el Señor. Puede ser en barrer el templo, pintar los bancos de la iglesia, enseriar, tocar Un instrumento, cantar, visitar a los enfermos, distribuir literatura, orar, dirigir el coro, u otra cosa. Estas actividades para el Señor son una parte de la buena administración de la fuerza que Dios nos da.

 

La apariencia

 

 

No importa sí uno es alto o bajo, de ojos pardos o azules, de facciones finas o fea como buen administrador del cuerpo tiene la responsabilidad de cuidar que su apariencia sea digna de un hijo de Dios.

Procurará mantener limpio el templo del Espíritu unto. Aunque el trabajo sea sucio esto no importa si al regreso a casa se baña y se cambiaron de ropa. Hay la suciedad limpia del trabajo honesto, y hay la suciedad censurable de la pereza y del desaseo. La Biblia habla mucho sobre la limpieza de los que sirven a Dios.

 

Hay mucha diferencia de opinión sobre el cómo vestirse del cristiano. Juan Bautista llevaba ropa tosca y sencilla como protesta contra. la vanidad del mundo. Cristo parece haber usado la ropa acostumbrada de su día, y tan fina que echaron suertes sobre el manto para ver de quién serla. Algunos grupos religiosos se distinguen por el. hábito o el uniforme que llevan. Otros creen que lo esencial es seguir el principio básico de la- modestia. Vestirse de acuerdo con el buen gusto de tal forma que no llame la atención a su propia persona.

 

El cristiano no es esclavo de la última moda, ni tampoco debe apegarse a lo anticuado pensando que hay virtud especial en ser diferente en apariencia. Por supuesto, la modestia cristiana no permite la exhibición sensual del cuerpo que el mundo practica.

 

Se debe evitar la ostentación, prefiriendo lo sencillo y lo natural a lo artificial. Dios promete hermosear a los humildes con la salvación. (Salmo 149:4). La belleza de espíritu trasluce y brilla en el rostro dando una hermosura que ningún cosmético puede producir.

Por humilde que sea el cristiano, debe andar con paso firme, erguido, con confianza; es hijo del Dueño del mundo. Su presentación física respalda su testimonio. Su cuerpo es templo del Espíritu Santo.

 

 

Dios cuida su propiedad

 

 

Dios bendice con salud el cuerpo que se entrega a él. Administramos para su gloria nuestras fuerzas físicas y las multiplica. Si nos enfermamos, podemos contar con su poder sanador.

El cuerpo… es… para el Señor, y el Señor para el cuerpo. 1 Corintios 6:13.

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